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Del besamanos se pasó al enfrentamiento verbal, pero la nación requiere saber qué pasa

El Congreso no encuentra la fórmula para que el Presidente rinda cuentas
 
Periódico La Jornada
Martes 1º de septiembre de 2009, p. 7

Obligación constitucional del Presidente en turno, la presentación anual del informe sobre el estado que guarda el país ha transcurrido de una rendición de cuentas nula a otra acotada, en la que cada mandatario describe un ideal de nación, y en la que el Congreso de la Unión –que recibe el documento– no ha encontrado un formato que le permita no sólo desmenuzar las cuentas alegres, sino también obligar al Ejecutivo federal a responder a las críticas.

Si el llamado día del Presidente se desgastó sin freno desde la interpelación que Porfirio Muñoz Ledo le hizo a Miguel de la Madrid Hurtado, y tras la negativa de PRD y PT a que Vicente Fox Quesada entrara al recinto parlamentario, al responsabilizarlo de intervenir en favor del PAN en la elección de 2006, la mecánica aprobada en 2007 para que el mandatario federal sólo envíe el documento por escrito, y los diputados cuestionen las cifras a través de la denominada pregunta parlamentaria, tampoco funcionó.

Porque suprimir la obligación del titular del Ejecutivo de presentarse a leer el Informe en la tribuna también benefició a los secretarios de Estado, que sufrían largas y duras sesiones en la glosa posterior, donde los diputados se cobraban la negativa recurrente del Presidente a estar presente siquiera en el momento en que los partidos presentaban sus posturas frente a la situación del país.

En 2008, el entonces secretario de Gobernación Juan Camilo Mouriño Terrazo cumplió con el trámite en apenas ocho minutos; ahora, el nuevo grupo parlamentario del PRI está empeñado en que el de este martes sea el último Informe que se entregue a la mesa directiva de la Cámara, y se modifique nuevamente la Constitución para que el mandatario vuelva a entrar al recinto.

Para los presidentes, el día de campo se iniciaba cada primero de septiembre en Los Pinos, y el estilo priísta dictaba que todo el país se enterara, desde temprano, de sus costumbres familiares y gustos culinarios. En el sexenio 1988-1994, por ejemplo, la pregunta chabacana de cada año a Carlos Salinas de Gortari era qué había desayunado. La respuesta, transmitida en vivo y en cadena nacional, era todavía más delirante: Nopalitos.

Si bien el rígido formato fijaba que los grupos parlamentarios presentarían sus posturas al inicio de la sesión de instalación de Congreso general, y que el mandatario arribara al salón sólo después de decretado un receso, las interperlaciones también se volvieron, durante 18 años, uso y costumbre de los diputados durante seis legislaturas.

El día del Presidente pasó’, de 1988 al quinto año de gobierno de Vicente Fox, a la fecha en que los diputados de la oposición, principalmente el PRD, podían cuestionar al lejano mandatario, cobijado no sólo por el PRI y el PAN –en tiempos de la hegemonía tricolor–, a la defensa panista del mandatario a partir de 2000 y el sardónico mutis priísta para dejar que sus opositores en el blanquiazul y en el sol azteca escenificaran las trifulcas verbales.

Salinas, siempre Salinas, es el ejemplo clásico del desdén con que los presidentes han tomado las críticas del Congreso y los reclamos desde las curules.

Mientes, Salinas, se leía en la manta que el entonces secretario de la mesa directiva, Félix Salgado Macedonio, extendió en la parte baja de la tribuna mientras Salinas leía su último Informe de gobierno.

Concluido el trámite, detalla la crónica publicada por La Jornada en su edición del 2 de noviembre de 1994, durante la salutación en Palacio Nacional –conocida como el besamanos–, el Presidente preguntó, mientras atendía la fila: ahí, abajito, alguien enseñó algo. ¿Qué era? Uno de sus interlocutores le dijo que había sido el diputado guerrerense que vació los sacos llenos de boletas quemadas, con lo cual demostró en la tribuna, en 1998, el fraude electoral. Entonces, Salinas ironizó: ¡Claro! El diputado Costales.

De ese besamanos también surgió una de las frases que más pintaron el desprecio salinista hacia la oposición, que lo imprecaba desde las curules. Ni los veo ni los oigo, dijo.

Uno de los desaguisados más memorables en la Cámara ocurrió en el segundo Informe de gobierno de Ernesto Zedillo. Mientras éste hablaba, el diputado Marco Rascón se paró al pie de la tribuna, donde se colocó una máscara de látex con la imagen de un cerdo e iba desplegando cartulinas que calentaron no sólo a los priístas, sino también a los panistas.

¡Ponga orden; respeto a la Cámara!, exigía a gritos el entonces presidente del PAN, Felipe Calderón, desde su lugar en la zona de invitados, al presidente de la mesa directiva, Héctor Hugo Olivares Ventura.

El formato, rígido aún, se desmoronó en el ocaso del mandato de Vicente Fox. El primero de septiembre de 2006, Fox, rodeado por centenas de militares del Estado Mayor Presidencial, entregó el Informe, ante la toma de la tribuna por parte de PRD y PT, mientras Convergencia se mantuvo ajeno. En el vestíbulo, auxiliado de un micrófono inalámbrico, dijo: Ante la actitud de un grupo de legisladores que hace imposible la lectura del mensaje que he preparado para esta ocasión, me retiro de este recinto.

Un año después, un acuerdo conducido por el PRD para permitir que la ceremonia se realizara sin honores a la investidura presidencial y que el Ejecutivo no utilizara la tribuna hizo que Felipe Calderón pudiera entregar el Informe, y aunque perredistas y petistas abandonaron el salón, el michoacano dirigió un breve mensaje político, donde llamó a los partidos a un diálogo directo, lo cual aún no ocurre.

Ante el éxito de la estrategia, hace dos años la diputada perredista Mónica Fernández se regocijaba: “¡El día del Presidente c’est fini, se acabó! Este formato ya no da más”.