Opinión
Ver día anteriorMiércoles 12 de agosto de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Violencia en México
F

amoso por irónico y cáustico, Ambrose Bierce, periodista y escritor estadunidense, se refirió a México y a la violencia que aquí imperaba a principios del siglo XX.

En diciembre de 1913, con el afán de cubrir algunos sucesos, se unió, en Ciudad Juárez, al ejército de Pancho Villa; llegó hasta Chihuahua. A partir de entonces se desvanece su rastro; se supone que murió en territorio mexicano, quizás en 1914. En una de sus últimas cartas, antes de partir a México, escribió a sus familiares: “…adiós, si oyen que he sido colocado contra un muro de piedra mexicano y me han fusilado hasta convertirme en harapos, por favor, entiendan que yo pienso que ésa es una buena forma de salir de la vida. Supera a la ancianidad, a la enfermedad, o a la caída por las escaleras de la bodega. Ser un gringo en México –¡ah, eso sí es eutanasia!”

Bierce no conocía el concepto eutanasia, pero sí intuía que su vida corría algún riesgo al unirse al ejército de Villa, ya sea, de acuerdo con su percepción, por ser gringo, por la naturaleza de su trabajo, o por la violencia propia del momento. Es una pena que haya omitido, en su famoso Diccionario del diablo, la entrada violencia. A raíz de lo que ahora sucede en México, sería deseable que el presidente Felipe Calderón, o algunos de los miembros de su equipo, nos regalasen su opinión acerca del Índice Global de la Paz.

El Índice Global de la Paz mide la percepción de la violencia en las naciones. México quedó ubicado en el lugar 108 de los 144 países que lo integran. El encabezado de la noticia en La Jornada (31 de julio) resume nuestra situación: El nivel de la violencia en México, peor que en Ruanda o el Congo. La noticia encuentra apoyo en los encabezados de las páginas aledañas: “Ejecutados en Culiacán”; PRD y PT refutan a Calderón: el Ejército sí viola los derechos humanos; Condena la CIDH la muerte de periodista en Guerrero; Mueren una regidora, 4 policías y otras 21 personas por la violencia del hampa; “México, ‘en pie de lucha’ contra el crimen organizado, afirma Saynez”, y… etcétera. Lamentablemente, en el mismo día, aparecen muchas noticias similares; inútil reproducirlas. El mosaico informativo retrata bien lo que actualmente sucede en México. Dos ideas interdependientes resumen la realidad cotidiana: el gobierno ha fracasado y la violencia se reproduce ilimitadamente.

El Índice Global de la Paz evalúa no sólo la ausencia de guerra, sino la presencia de violencia armada, laboral, escolar y familiar. Ese índice, por tanto, sopesa valores fundamentales como la educación, el bienestar material, la presencia de un gobierno sano o insano y la aplicación o no de los derechos humanos.

En el México de Calderón y de su partido la violencia es mayor que en Ruanda y Congo, lo cual no significa que las pobres y devastadas naciones africanas, víctimas de terribles luchas fratricidas, hayan mejorado. La verdad es otra: en México la violencia es una enfermedad imparable que se ha diseminado por doquier. La posibilidad de morir en la calle, sin ser un gringo como Bierce, ha aumentado gracias a los terribles desatinos, a la inoperancia, y a la falta de visión de los gobiernos de Calderón, de Fox, de Zedillo, de Salinas de Gortari y de todos los previos.

Basta ver la película Hotel Ruanda o abrir una de las páginas de Internet (www. guardian.co.uk), donde se habla de las matanzas en el Congo para abultar más la nefasta agenda de nuestros gobiernos. Nadie puede acusar de sesgo a quienes elaboran el Índice Global de la Paz. Las calles de México, y sus habitantes, violentados o asesinados, son testigos de la veracidad del índice.

La violencia y sus consecuencias han sido terribles. En muchas ciudades la vida nocturna ha desaparecido, los turistas han dejado de venir, el miedo se ha convertido en norma, la inversión extranjera ha decaído, la desconfianza se ha multiplicado y los impuestos que todos pagamos de poco sirven; todo lo anterior acaece en el país que gobiernan Calderón y el PAN. El problema ha adquirido dimensiones inconmensurables. Se ha reproducido en forma geométrica y no hay visos de mejoría. Tanto el narcotráfico como la corrupción han rebasado lo permisible. Para quienes la ejercen, la violencia carece de límites.

En México la violencia es endémica. Lo mismo sucede con la corrupción, con la impunidad, con la injusticia, con la pobreza, con los políticos ladrones y con la mediocridad de nuestros gobernantes. Mientras que el presidente Calderón crea que los jóvenes se acercan a las drogas por ser ateos, y el resto de los políticos se dediquen a golpear a los rivales de otros partidos en vez de trabajar no habrá solución.

Me pregunto qué dirá la cúpula política resguardada por incontables guardaespaldas del índice de marras. Le pregunto a Calderón cuándo llegará el día sin mexicanos asesinados por mexicanos. Le pregunto al gobierno cuánto nos cuesta la violencia y cuál es su sentir con respecto a que en México la violencia sea mayor que en Ruanda y que en el Congo. Y me hubiese gustado preguntarle a Bierce qué diría en el Diccionario del diablo acerca de la violencia mexicana.