Política
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Respuesta a Hermann Bellinghausen
Periódico La Jornada
Lunes 10 de agosto de 2009, p. 9

A Hermann Bellinghausen le ha parecido mal mi relato de la detención de los primeros presos por la matanza de Acteal (Los desenterradores de Acteal, La Jornada 5/8/09) Pero mi relato no es muy distinto del que él publicó en este mismo diario el 25 de diciembre de 1997.

Mi relato dice: Mientras el cortejo fúnebre de los deudos de Acteal marchaba por la carretera, una camioneta de redilas llevaba a la cabecera del municipio de Chenalhó a distintos personajes de las comunidades, convocados por el alcalde para una reunión. Eran todos antizapatistas, del bando contrario a los dolientes.

El relato de Hermann dice: Pocos metros arriba de esta explanada (la del pueblo de Acteal) corre la carretera... por la que transitaban algunos de los implicados en un vehículo oficial, se presume que protegidos por la policía municipal del ayuntamiento constitucional de Chenalhó.

Mi relato sigue: “La camioneta fue obstruida en su paso por el cortejo, al que por razones de seguridad vigilaban agentes de la Procuraduría General de la República. Unas mujeres gritaron, señalando a los que viajaban en la camioneta: ‘Ellos son los asesinos. Ellos son’”. El relato de Hermann sigue: Fueron reconocidos por la procesión que traía los 45 cuerpos.

Mi relato termina: La PGR detuvo a 24 viajantes, sin más prueba que el señalamiento de los deudos del cortejo. El de Hermann termina: Como con los dolientes venían la Policía Judicial Federal y la CNDH, se aprehendió de inmediato a los sospechosos.

¿Cuál es la diferencia en los hechos de uno y otro relato? Que quienes resguardaban a los dolientes, dice Hermann, no eran los agentes de la PGR, sino centenares de encapuchados zapatistas. Y que fueron ellos quienes evitaron el linchamiento de los detenidos: Un cordón de zapatistas encapuchados rodeó el camión, con disciplina y eficacia, para impedir que la multitud tuviera acceso a los pasajeros de las redilas, y Samuel Ruiz intervino para calmar el ánimo de los deudos.

No tengo el menor problema en añadir ese hecho al relato. Mi punto sigue en pie: la PGR detuvo ahí por el señalamiento de los dolientes a sus primeros presos y no los soltó más.

El argumento de la culpabilidad de los detenidos que hace Hermann es notable. Escribe: “Ninguno de los paramilitares negó serlo en ese momento. Su reacción fue de culpables, y de miedo. Agacharon la cabeza. ¿Por qué ninguno dijo ‘yo no fui’? Uno, cuando menos. ¿No sería lo normal?”

Foto
Procesión de tzotziles de la organización civil Las Abejas, el 22 de diciembre de 2007, en Acteal, ChiapasFoto Moysés Zúñiga Santiago

No, lo normal es que 24 antizapatistas se mueran de miedo si los rodean centenares de zapatistas encapuchados durante el cortejo fúnebre de la matanza de zapatistas en Acteal. Pero los detenidos no se defendieron, dice Hermann, luego son culpables.

Estaban rodeados de centenares de zapatistas encapuchados de los que dependía que no los lincharan, pero no se defendieron, no hicieron lo normal. Temible idea de las pruebas que bastan para hacer justicia.

Por otra parte, Hermann me atribuye, de una entrevista que sólo él ha visto, el dicho de que el grupo de Las Abejas eran abejas de día y alimañas de noche. No es un dicho mío, era un dicho común de los antizapatistas de la zona que yo he citado para mostrar que no todos creían en la neutralidad política de Las Abejas. El dicho correcto es “Abejas de día, zapatos (zapatistas) de noche”.

Respecto de la batalla de Acteal previa a la matanza, que también molesta a Hermann, debo decir que tampoco la inventé yo. Viene del relato que hicieron los atacantes confesos de Acteal, y que yo cité con amplitud en mi crónica: El día señalado, Nexos, diciembre de 2007.

En esa misma crónica apunto algunos de los enigmas que siguen pendientes de aclaración en el caso de Acteal. En particular, el hecho de que 12 de los 45 cuerpos recogidos no murieron por disparos, sino por machetazos y por golpes que destruyeron sus cabezas.

Nada explica en el expediente estas heridas mortales. No hay un solo testigo presencial que las describa o siquiera las mencione. Pero en la hondonada donde fueron apilados los cadáveres de Acteal había 12 cuerpos de gente que murió a machetazos y por estallamiento de cráneo.

Quizá Hermann, con su conocimiento de años de la zona, podría ayudarnos a todos a aclarar este aspecto particularmente brutal de la matanza, sobre el que nada sólido ha podido decir hasta ahora, miles y miles y miles de palabras después.

Héctor Aguilar Camín