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El investigador habla de su libro Historia y celebración: México y sus centenarios

Los festejos de 2010 no serán una marca en el camino: Tenorio Trillo

Los de los cien años de la Independencia, con Porfirio Díaz, tuvieron repercusiones políticas y culturales que aún subsisten

La clase gobernante, sin conciencia del presente y el futuro

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Mauricio Tenorio Trillo, historiador y académico, durante la entrevista con La JornadaFoto Carlos Cisneros
 
Periódico La Jornada
Sábado 8 de agosto de 2009, p. 3

La celebración del centenario y el bicentenario de la Revolución y la Independencia se ha convertido, por un lado, en mero pretexto para la expresión de buenos deseos y, por otro, en motivo de disputa entre distintas instancias de gobierno.

De ese modo se ha desaprovechado una gran ocasión para dejar una marca en el camino. Es decir, para promover una serie de acciones que repercutan en los distintos ámbitos de la vida pública, presente y futura.

En el mejor de los casos será un ostentoso festejo de gobiernos, pero no una celebración de Estado, en toda la línea. No es por falta de conciencia histórica, sino por falta de conciencia del presente y del futuro entre la clase política, incluidos los intelectuales y, entre éstos, los historiadores.

La reflexión la hace en entrevista el historiador Mauricio Tenorio Trillo (La Piedad, Michoacán, 1962), autor del libro Historia y celebración: México y sus centenarios, publicado por Tusquets Editores, con el cual arranca una colección de títulos de cara a esas efemérides.

Doctorado en historia por la Universidad de Stanford y profesor de esa materia en la Universidad de Chicago, Tenorio Trillo se remite a las celebración del centenario de la Independencia, promovida por el gobierno de Porfirio Díaz.

Más allá de la posición que se tenga frente al porfiriato, el festejo tuvo repercusiones políticas y culturales que llegan hasta nuestros días: no sólo remozó la ciudad de México. Dentro de las múltiples actividades organizadas, convocó, por ejemplo, a especialistas de todo el mundo y ofreció una cantidad importante de dinero para que encontraran una cura al tifo, enfermedad que asolaba a la urbe. No se encontró en ese momento, pero sentó bases importantes para su posterior elaboración. Entre la comunidad médica, es un hecho referencial.

México-EU, historia pendiente

Con motivo de los festejos de 1910, también se produjeron una serie de títulos historiográficos o literarios que aún son importantes; fue entonces que se concluyó la restauración de Teotihuacán, se llevó cabo un gran congreso de americanistas y se creó la Escuela Nacional de Antropología, que da lugar a una gran discusión etnográfica que alimenta la legitimación de los gobiernos posrevolucionarios.

En su libro, Mauricio Tenorio apunta que los historiadores, artistas, políticos y científicos “que a partir de 1907 prepararon la gran celebración del centenario se regían por una mezcla, si equívoca, cristalina de pragmatismos y utopías: el progreso, por tanto, la modernización; la paz y la justicia, por tanto, el Estado; la nación, por tanto el cosmopolitismo y el universalismo más acabado que hasta entonces había existido en la ‘América septentrional’”.

Los festejos porfirianos tienen como antecedentes las exposiciones universales, fundadas por la del Palacio de Cristal en Londres (1851) y pronto convertidas “en el arquetipo más grandilocuente y tangible del verbo ‘celebrar’”.

A la de Londres siguieron varias consideradas clásicas por las transformaciones que promovieron: la de Fildadelfia, en 1876; la de Barcelona, en 1888; las de París en 1889 y 1900; la de Chicago, en 1893.

Fueron generadoras de ideas que provocaron cambios más allá del tema celebrado. En un capítulo de Historia y celebraciones, Tenorio Trillo señala:

Los historiadores reparamos en años expos, como los biólogos atienden las capas de corteza en los troncos de los árboles.

Las celebraciones del centenario y el bicentenario pudieron inspirarse en aquellas expos, organizar grandes congresos con especialistas de todo el mundo, de los que surgieran ideas nuevas, cambios estéticos y tecnológicos, nuevos paradigmas científicos.

En el campo de la historia, Mauricio Tenorio pone como ejemplo que era un oportunidad para discutir con especialistas de ambos países un tema no atendido hasta ahora: la historia común, conjunta, entre México y Estados Unidos: así como el pasado, el presente y el futuro es conjunto, entonces vamos a investigar, a molestar conciencias de los dos lados.

Qué país queremos

–¿Entonces estas efemérides patrias ya son una oportunidad desaprovechada?

–Ojalá me equivoque, pero creo que sí, ya es muy tarde. No va a ser lo que yo esperaba, una marca en el camino. Lo que se ve del programa en Internet no parece muy interesante. Pero estoy en la mejor disposición de que la historia me contradiga.

–En todo caso, como ciudadano le pregunto al historiador, ¿qué celebramos estando el país como está?

–La respuesta primera es una confesión personal: el historiador dice que les cuesta mucho trabajo pensar en no celebrar algo así, es como una derrota; es como pedirle a un médico que no opere a una persona que está enferma. Pero como ciudadano que habita México, que entre ir y venir se da cuenta de la situación, me enfrento a la sensación de que resulta difícil celebrar.

Porfirio Díaz y su gente, que venían de un siglo terrible, violento, echaron la casa por la ventana para celebrar la paz. Ese era su gran logro: Pienso que en las dos décadas pasadas lo único que hemos logrado es la democracia, lo que pasa es que no lo aceptamos porque no responde a la idea que nos habíamos hecho de la democracia. Pero, nos guste o no, el México que vivimos es más democrático que el de los 200 años anteriores, incluso más que durante la República restaurada.

Contra lo que algunos historiadores dicen, la República restaurada no fue ningún paraíso democrático; este desmadre que tenemos es más democrático.

Una buena celebración del centenario y del bicentenario, habría servido para ver qué país queremos crear, pero a la clase política, a los funcionarios, a los empresarios culturales no les importó; y los intelectuales (incluidos los historiadores), que también son parte de la clase política, se les hizo fácil hacerse a un lado.