Opinión
Ver día anteriorMartes 4 de agosto de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Andanzas

Sobre Pina Bausch

P

ina Bausch ha muerto, y es necesario remarcar esta tragedia, como lo son todas las muertes; pero en este caso la ausencia de su discreta grandeza ensombrece el panorama creativo de la actualidad, simplemente por la enorme luz que sobre la danza, esta coreógrafa, artista, mujer excepcional, supo mantener desde su Tanz-Theatre de Wuppertal, en Alemania, dejándonos más solos.

Ya no habrá más Pina Bausch, por más alumnos, seguidores y hasta copiones que haya dejado por el mundo en su insólita aura de luz. Desde el principio de su épica lucha por el arte, por expresarnos su verdad, más que el odioso bailoteo, los alardes técnicos, la relamida belleza del buen gusto o la estridente acrobacia, heredera de la zaga del expresionismo alemán de Wigman, Palucca y Kurt Joss, Pina se deshizo de todo aquello que era artificial y ostentoso en su lenguaje corporal.

Su proeza consistió en penetrar la esencia de los sentimientos con el mínimo de elementos, tan asombrosamente seleccionados en la sencillez de rutinas, elementos teatrales y flores, o caminar, simplemente.

Pina descubrió en el lenguaje corporal cotidiano del comportamiento humano la esencia, el hartazgo de los papeles de la sociedad, para desenmascarar el eterno juego del poder, el amor o la soledad, con tal simplicidad que parecía insólito todo lo que se podía exponer con tan pocos elementos; la multitud de extraños códigos atávicos del cuerpo, la repetición constante de conductas supuestamente rebasadas cargadas de significados aterradores, de infinita estupidez o de soledad demoledora.

Pina Bausch, aspirando cada molécula de la vida, incendiando sus entrañas, creando como locomotora sin freno, enseñó a sus bailarines a repensar la danza, el movimiento y la expresividad corporal a través del pensamiento y el sentimiento.

Con esto, la Señora Bausch, sin proponérselo, apenas rozándolo, hizo tambalear al gigantesco tótem de la danza contemporánea, para recordarnos que no hay forma válida sin sentimiento; y así se hizo la revolución más portentosa en la danza desde que Isadora Duncan largara zapatillas y corsés, para lanzarse a bailar semidesnuda, amar y vivir como se le antojara y clamar la vida, el amor y la muerte sobre sus pies descalzos y el espíritu gigantesco de expresar con valor, su verdad.

Pina Bausch e Isadora Duncan lograron –de algún modo– devolver a la danza su sacralidad con la mayor libertad corporal impulsada por la idea-sentimiento, sin la atadura esclavizante del trade mark, o marca de fábrica del agobiante academicismo. Poseedoras del dolor del mundo, se inmolaron en él. Pina siempre supo, sin falsas esperanzas, fe u optimismo insustancial que las cosas siempre serían así, sólo había que mantener la fuerza, insistir y seguir trabajando hasta morir. Por eso, cuando le preguntaban qué seguía, qué pensaba hacer en el futuro, ella bajaba la cabeza, meditaba un poco y después, casi como criatura, entre el llanto y una leve sonrisa, decía: ‘no sé, no lo sé’. Duncan, Bausch, Graham –tal vez alguien se me escapa– lucharon siempre por devolver la dignidad de personas a los bailarines, casi siempre considerados como cirqueros, saltimbaquis, golfos o simplemente jumping beans... frijolitos saltadores.

Hoy, las cosas cambian con velocidad vertiginosa, y esta solidez y seriedad en la personalidad de quienes hacen la danza marcará el rumbo, el propósito a conquistar: bailar en el banquete o en el templo de los dioses.

Hasta siempre maestra Bausch. Te recordaremos eternamente.