Opinión
Ver día anteriorMartes 4 de agosto de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Cildo Meireles en el MuAC
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a exposición del artista brasileño Cildo Meireles en el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MuAC) –uno de los más conspicuos latinoamericanos internacionalizados hoy día– abarca producciones realizadas entre 1967 y la actualidad.

Fue organizada en mancuerna con la Tate Modern, de Londres, bajo la curaduría del propio director de esa galería, Vicente Todoli, donde se inauguró la muestra el año pasado. Posteriormente su exhibición en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona celebró su obtención del Premio Velázquez.

Él no es un ingeniero o un antropólogo que viró hacia el arte vinculándose a modalidades posmodernas.

Su trayectoria, a partir del movimiento Neo Concreto brasileño, siempre ha estado en esos terrenos y se le relaciona con otros de sus connacionales de la ultravanguardia, como fueron o son Lygia Clark y Gustavo Resende.

Los trabajos apreciados en el espacio de la galería Tate son una serie de proyectos que redundaron en volúmenes virtuales (creados mediante dibujos en el aire efectuados con tensores) y unas especies de esquinas habitacionales que él denomina Cantos. Se trata de ángulos en los que convergen dos mamparas a modo de paredes, apeadas sobre pisos de parquet cuyas teselas se ordenaron de modo que ofrecen diseños posibles de imitar por quienes tienen el ímpetu de convertir un rincón de cualquier habitación en un espacio artístico sin que se necesite ornato alguno, sobre todo por la cualidad especial depositada en los colores elegidos y en las cornisas que burlan la secuencia ortogonal.

En área contigua se exhiben objetos, que como Árbol de dinero se adentran en el neoconceptualismo, al cuestionar la diferencia entre cien billetes de un cruceiro y lo que podría adquirirse con ese paquete de dinero perfectamente doblado.

Valor de uso, valor de cambio y un valor simbólico producto de las alteraciones que el autor introduce. También en esa tónica se encuentra el alineamiento de siete botellas de Coca-Cola intervenidas con la frase Yankees go home, alusivas al periodo en el que la dictadura se endureció en Brasil.

Se dice que las puso en circulación –no precisamente éstas– sino otras que contienen el refresco universal, el cual es envasado en uno de los mejores diseños industriales de la historia.

La elección –recreada por varios artistas– es óptima, porque corresponde a la botella clásica de 1915 efectuada por un diseñador de botellas: Earl R. Dean, quien resultó vencedor en el concurso convocado por la compañía.

Las botellas se presentan conteniendo líquido en forma decreciente y este objeto-instalado es más convincente que  otros objetos industriales v.gr. como los de Jeff Koons, replicados en varios museos.

Una pieza más consiste en mostrar monedas con valor cero cruceiros. En este aspecto el objeto, al igual que otros en exhibición, se instaura en circuitos antropológicos.

Entre las instalaciones de gran tamaño, quizá la más convincente (por hermosa) es Globetrotter, 1991, una ligera malla de acero que recubre esferas de diferentes tamaños, desde balones de futbol hasta pelotas de tenis, ping pong o canicas.

El artista la dedicó a su hijo Orson Joaquin y produce el efecto de un paisaje lunar, me comunicó mi acompañante Santiago, de 12 años.

Los asistentes hacen fila para ingresar en el Desvio para o vermelho (Desvío al rojo o al bermellón), que ocupa un área de unos 117 metros cuadrados. Una habitación con todo tipo de muebles y adminículos, incluidos Ipods, computadora y una Olivetti Lettera, mas armarios que contienen ropa roja y televisores que emiten videos rojos, sumergen en un espacio que a duras penas ostenta otro color que no sea ése.

En la literatura como en las artes visuales se ha jugado con la idea del color predominante, y de momento me viene a la mente mencionar como ejemplo la pe-lícula La habitación azul (2003), que con guión de Vicente Leñero produjeron Epigmenio Ibarra y Carlos Payán. La dirigió Walther Doehner y es un drama.

Si recordamos otro filme: Wilde at Herat, de David Lynch, con toques surreales, podemos imaginar al rojo como eje que trastorna la percepción normal de lo que es un espacio habitacional, también puede llevar al drama.

Un trayecto que emerge de la pequeña botella colocada en el suelo lleva al espectador a la oscuridad total, dirigiéndolo a la proyección en diagonal de un doméstico lavamanos de cuyas llaves abiertas mana agua roja. El paso de la alta vibración cromática al ámbito tenebroso en el que se percibe de lejos algo incierto, da lugar al misterio.