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A la mitad del foro

Ahogarse en la orilla

A

yer sábado revivió el proverbio chino: una imagen que dice más que diez mil palabras. En la página 13 de La Jornada se publicó un artículo de Heriberto Galindo: Los zapatos del Presidente y el voto por el cambio, en el que los editores incluyeron una foto tomada por Carlos Cisneros de los pies calzados del Presidente, con las agujetas del zapato izquierdo desatadas. Y el pie de foto: Habría que estar en los zapatos del Presidente de la República para afrontar con firmeza y determinación la difícil realidad política y económica nacional.

O tropezar, trastabillar, perder pie y dar con la mayestática humanidad en el suelo. Lo de mayestática a la cuenta del defenestrado Germán Martínez Cázares, víctima del síndrome del verdugo, fenómeno de regresión que haría parecer progresistas a los reaccionarios decimonónicos: nada menos que admirador del nazifascismo y demócrata sin adjetivo alguno, capaz de acudir al rancho de Vicente Fox para vociferar: ¡Vamos a guanajuatizar el país! Dicho a los pies de quien puso zancadillas al aspirante Calderón y que ahora aprovecha el fracaso de medio sexenio para dar gran lanzada a moro muerto: Ciertamente... yo no soy Calderón. César Nava es hoy candidato único a presidir el CEN del PAN.

Rebelión en las sacristías y entre legos que no gozan de la cercanía que da influencia. Porque en los corredores de Los Pinos, César Nava es armado caballero y los despistados topan con el unto de la expectativa y oyen ecos del caudillaje caciquil que en Sonora se hizo grito de regocijo: Ebrio de poder y bacanora. Claro que Bours no es Yucupicio, ni mucho menos. Pero en el Bajío y en los Altos cunde el pánico ante el poder perdido con tanta prontitud, con tanta ineptitud. Y se descubren valientes frente a la sombra del presidencialismo, Santiago Creel, Ricardo García Cervantes, Humberto Aguilar Coronado, Gerardo Priego y Javier Corral, quien evoca los valores espirituales del legado de Manuel Gómez Morin. Junto a ellos y muy echado pa’delante, Manuel Espino es golpista a nombre de la pureza panista y a favor de su valedor abajeño, Vicente Fox, quien recibe a César Nava y al día siguiente declara: El señor Ernesto Ruffo cuenta con mi unanimidad.

Eso dijo y a nadie sorprenden las barbaridades de su incontinencia verbal. El valor de los rebeldes alcanzó apenas para el combate mediático. Ernesto Ruffo dijo que aceptaría la presidencia si Nava se retiraba y él fuera candidato único. Pero la retórica de Creel y el tono retador de Manuel Espino fueron palabras vacías y nadie se registró para enfrentar a César Nava. Al vencer el plazo para el registro de aspirantes, apareció sólo el nombre del diputado electo que fuera secretario particular del presidente Calderón. Derrotado, con las agujetas sueltas, diría Felipillo santo: ¡La unanimidad soy yo! A lo mejor se dan cuenta, unos y otros, que el poder es de la institución y no del que se pone la banda.

Ojalá que esa comprensión alcanzara para dejar atrás las quejas lacrimosas por el pobre señor Presidente. Desde 1997 no tiene mayoría en el Congreso el partido del titular del Poder Ejecutivo. Tiene que hacer política, negociar acuerdos y concertar las acciones necesarias para resolver los problemas que aquejan a quienes le dieron el voto hace tres años y se lo negaron ahora ante el fracaso incontestable, amargo, de la política económica. De Fox quedó el lenguaje envilecido. De su propia cosecha, el aferrarse a las recetas del consenso de Washington, no reconocer que el mundo ha cambiado y la tecnocracia oligárquica provocó el estallido de la burbuja de las finanzas sin regulación alguna y los especuladores libres para la acumulación sin límites, la concentración insultante de la riqueza y la multiplicación geométrica de los pobres.

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César Nava, el candidato único para dirigir el PANFoto La Jornada

La recesión vino de fuera, dicen. Pero los pobres no. Con datos propios, autónomos a pesar de que esté al frente del Inegi el ine- fable señor Sojo, el de los gorritos de colores, sabemos que después de nueve años del PAN en el poder, 51 millones de mexicanos viven en la pobreza y 20 millones de ellos no tienen ni para comer. Seis millones de mexicanos han caído en la pobreza extrema, se han sumado a los del pasado foxiano y el antepasado priísta. Pero Agustín Carstens no cree en Galileo y anuncia un recorte de 50 mil millones de pesos al gasto programable: reducir el gasto público para hacer frente a la imponente recesión. Y Ernesto Cordero, secretario de Desarrollo Social, declara que hoy tenemos seis millones de pobres más, pero los programas marchan muy bien.

Ya ni llorar es bueno. Atrás del espejo, los confesores proponen un enroque, remover a Guillermo Ortiz del Banco de México y poner ahí a Agustín Carstens; y, sursum corda, designar secretario de Hacienda al señor Cordero, émulo del aristócrata fundador de montepíos, quien hacía centros de caridad, pero antes hacía los pobres. Del pasado rico en valores espirituales, de la fama filosófica de Carlos Castillo Peraza, reprodujo un alma caritativa una carta del yucateco a Felipe Calderón, alumno y sucesor en la presidencia del CEN del PAN. Le dice: Tu naturaleza, tu temperamento es ser desconfiado hasta de tu sombra. Si te dejas llevar por ése, entonces no te asustes de no contar ni con tu sombra: ella misma se dará cuenta que es sombra, pero no es tuya... No confiar ni de su sombra. O desconfiar de quien pudiera hacerle sombra. Mala señal. Con razón corren consejas sobre una amarga ruptura.

A la mitad del camino toparon con la derrota aplastante, con la manifestación de rechazo de la mayoría a las políticas y programas del gobierno, del partido en el poder. No hay mucho que reflexionar cuando el PAN no pudo ganar un solo distrito electoral en 14 estados de la República. La crisis, la recesión económica, el desempleo, la intolerable pobreza de la mayoría, la insultante riqueza de la minoría, de los oligarcas y sus mozos de estribo con uniformes de servidores públicos; la inseguridad pública, la impunidad criminal: ¿de qué sirven los índices de aceptación, los altos niveles de confianza en el Presidente, frente a la convicción ciudadana de que nadie controla la violencia, nadie garantiza la seguridad pública, aunque se combata en todos los frentes al crimen organizado? Lo del Estado inviable puede ser asunto de teóricos nativos o presuntos tutores extranjeros, pero el mexicano común, el obrero, el campesino, el empleado, el de la clase media proletarizada, no cree en la gobernabilidad, porque padece la patética incapacidad de los funcionarios.

Felipe Calderón hace un llamado a la unidad, a la negociación, a la búsqueda de acuerdos. El PRI, el partido que ganó de todas, todas, desmanteló las instituciones del poder constituido, antes de perderlo. O de entregarlo en el acto fallido de transición que acabó por empantanarse, por impedir el cambio de régimen avizorado desde 1977. Los gobernadores, operadores políticos de la victoria electoral, Beatriz Paredes, Manlio Fabio Beltrones, todos los de la incómoda diversidad del que fuera partido incluyente, saben que no basta la mayoría en el Congreso para gobernar.

Es hora de reconocer que el nuestro es un régimen presidencial, con división de poderes, tres poderes separados. No hay posibilidad alguna de cogobernar en esta república. Es hora de retomar la reforma del Estado, del cambio de régimen. Se acabó el cuento del timón firme. O fijan rumbo, o se ahogan en la orilla.