Opinión
Ver día anteriorJueves 23 de julio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Fracturas en el PAN
L

os malos resultados del PAN en la elección del pasado 5 de julio han agudizado las tensiones en el interior del partido. La renuncia de Germán Martínez Cázares desató las hostilidades entre las diferentes corrientes que se han formado en los últimos años. Por un lado, los foxistas se alinean con Manuel Espino, quien fuera presidente de Acción Nacional hasta 2007; por el otro, van tomando posición muchos descontentos con la gestión de Felipe Calderón; no necesariamente coinciden con los espinistas, pero critican la política del Presidente hacia las televisoras o hacia líderes sindicales de cuestionable trayectoria. Consideran, como el senador Santiago Creel, que se ha hecho poco por desmantelar el legado del régimen priísta.

Otros más están descontentos con la férrea centralización del partido que puso en marcha Martínez Cázares, en pleno acuerdo con el Presidente de la República. Todos están enojados con la derrota y buscan culpables, aunque no todos están dispuestos a asumir su responsabilidad con los resultados. Por ejemplo, ¿acaso el gobernador de Jalisco, Emilio González Márquez, se pregunta si las derrotas en Guadalajara y en Zapopan fueron una reacción a la vulgaridad de su comportamiento o a sus políticas ultraconservadoras?

Algunas de las fisuras en el interior del partido existen desde la elección de Vicente Fox, cuya relación con Calderón fue siempre tensa, si no es que mala. El entonces presidente de la República tendía a ignorar a quien había sido elegido líder de la bancada para el periodo 2000-2003; esta actitud era simplemente parte de la estrategia foxista de confrontar al Poder Legislativo. No obstante, generó entre ambos políticos una antipatía que salió a la luz pública en la competencia por la candidatura presidencial. Ahora Vicente Fox pretende mantener un liderazgo de opinión, por muy descabellada que parezca semejante idea, y lo único que logra es irritar más a los calderonistas con sus declaraciones a propósito del presidente Fox, a quien se refiere en tercera persona, dentro de la tradición monárquica.

La insatisfacción con la conducción del partido aumentó durante la última campaña electoral. En este caso la mayoría de las candidaturas fueron designaciones en las que, se dice, intervino directamente el Presidente de la República. De ser así, el fracaso le será atribuido por sus malquerientes. No obstante, desde el punto de vista de las relaciones entre el jefe del Ejecutivo y su partido, los resultados desfavorables de la elección plantean un problema que va más allá de las personalidades: la relación entre el Presidente y su partido.

Cuando el PAN llegó al gobierno federal en 2000 se propuso evitar la relación de subordinación con el jefe del Poder Ejecutivo que había sido característica del régimen priísta. Esto fue uno de los argumentos de Vicente Fox para justificar su inclinación a hacer al PAN a un lado, porque lo consideraba más un estorbo que un apoyo. Estaba convencido de que podía gobernar mejor sin Acción Nacional. Su actitud varió ligeramente en las elecciones federales de 2003, cuando sin mucho disimulo apoyó a los candidatos panistas, consciente de que, después de todo, el PAN podía ayudarlo a gobernar. Después de la derrota, volvió los ojos en otra dirección. Felipe Calderón, en cambio, se ha propuesto gobernar con el partido, convencido de que sería una fuerza, pero también de que los verdaderos panistas habían, ahora sí, llegado al poder.

Las consecuencias de la política de Fox hacia el PAN fue la irrelevancia política del partido; la estrategia de Calderón tampoco ha sido benéfica para el partido, porque, si bien ha ganado numerosos espacios en la administración pública, que está de más en más pintada de azul, como partido se ha debilitado y ha perdido autonomía. Su dinámica responde más a los intereses del Presidente que a los propios.

Es posible que este desarrollo sea inevitable, dada la naturaleza del régimen presidencial, una de cuyas condiciones es que el partido en el gobierno es el único que está realmente representado en el Poder Ejecutivo. También en un régimen de este tipo es fundamental el apoyo partidista, el cual en no pocos casos demanda control por parte de la dirigencia, todavía más en un contexto pluripartidista de intensa competencia.

Para ilustrar lo anterior podemos citar la renuncia de Germán Martínez Cázares a la presidencia del PAN. Muchos pensarán que dadas las tensiones intestinas, este cambio tendría efectos indeseables de desestabilización. Sin embargo, él es el responsable de una campaña más agresiva que propositiva, cuyo principal blanco de ataque fue el PRI.

En vista de los resultados, ahora el presidente Calderón tiene que establecer puentes de comunicación con ese partido. Para lograrlo, Martínez, que había acusado a los priístas de asesinos, corruptos y narcotraficantes, tenía que desaparecer del escenario. Su renuncia responde a los intereses del Presidente, pero, ¿también a los del partido?