21 de julio de 2009     Número 22

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada


Rigoberta Menchú
FOTO: Víctor Mandiola / La Jornada

Guatemala

Demandas étnicas y de clase

Pablo Sigüenza y Katja Winkler

La Premio Nobel de la Paz , Rigoberta Menchú, participó como candidata presidencial en las elecciones generales de Guatemala de 2007. Fue la única aspirante indígena a esa posición. Obtuvo 2.8 por ciento de los sufragios. Su condición de k'iche' no fue suficiente para que la población indígena del país, estimada en 60 por ciento del total, votara significativamente por ella.

En 1996 se firmó la paz luego de tres décadas de conflicto armado interno, cuyo origen se traza en la tenencia desigual de la tierra que persiste hasta hoy y la exclusión secular de grandes contingentes de la población. Una de las negociaciones entre la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) y el gobierno de Guatemala fue el Acuerdo sobre Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas, que fue resultado de movilizaciones y participación de organizaciones indígenas y campesinas previas y durante su formulación. Un acuerdo que junto con el resto de lo pactado pudo haber sido la ruta a seguir para cambiar las condiciones de desigualdad e injusticia social históricas.

En 1999 el Tribunal Supremo Electoral convocó a una consulta popular nacional para preguntar a la sociedad si aceptaba la aprobación de ciertas reformas a la Constitución de 1985, que harían viable el cumplimiento de los Acuerdos, especialmente en lo relativo a los derechos de la población indígena. El resultado resultó totalmente desfavorable para las aspiraciones indígenas. Estos sucesos fueron dos muestras que plantean que en el plano de la democracia electoral, las reivindicaciones de las organizaciones indígenas tienen poco avance. Hay en lo individual hombres y mujeres indígenas que han formado parte de los tres gobiernos nacionales recientes, pero sin ser parte de una estrategia política conjunta de los sectores indígenas del país.

Siendo que en Guatemala la mayoría de la población sigue siendo indígena, las organizaciones indígenas y campesinas no han dirimido las contradicciones entre las distintas posturas reivindicativas, que oscilan entre los extremos de demandas étnicas, culturales y espirituales, y aquellas de la clase campesina, sin importar las nociones de pertenencia cultural. Durante las décadas de los 70s y 80s de la guerra interna, estas diferencias fueron menos palpables, ya que la lucha reivindicativa de las distintas fracciones insurgentes fue preponderantemente de clase, y de acceso a los medios productivos, especialmente la tierra.

No obstante, el campesinado guatemalteco, mayoritariamente indígena, actualmente se encuentra frente a nuevas amenazas territoriales, que trascienden la ubicación de la terratenencia oligárquica como principal factor dominante: los intereses del capital trasnacional que han propiciado la apertura hacia políticas y prácticas extractivas. Las mismas han requerido la incorporación de elementos discursivos y prácticos de reivindicación cultural del movimiento maya en el proceso de lucha, tanto por la tierra como por el territorio. Reivindicación cultural que, de alguna manera, estuvo siempre presente en las luchas campesinas por medio del uso de los idiomas maternos, prácticas de organización y concepción del mundo particulares de la población indígena, pero que hoy es parte esencial de la estrategia y la práctica políticas. Queda claro que hay procesos, tanto en el Norte como en el Sur del continente que indican que la lucha por construir países multinacionales con autonomía política y territorial son posibles. Logros alcanzados por el conjunto de la movilización popular y la participación electoral. El reto principal para Guatemala, ahora, es definir qué tipo de Estado corresponde a un país como éste y cuál es la ruta política y social para su construcción. ¡Menuda tarea!

Instituto de Estudios Agrarios y Rurales, Guatemala

Brasil

Raposa Serra do Sol y la resistencia de los pueblos indígenas

Ana Rogéria Araújo

El 2009 puede ser considerado un año especial, inclusive histórico para los todavía millares de indígenas que pueblan el territorio brasileño. El 19 de marzo el Supremo Tribunal Federal (STF) resolvió por la demarcación en área continúa para la tierra indígena Raposa Serra do Sol, en Roraima, estado de la región norte del país. El área, con 1.7 millones de hectáreas, fue objeto de una disputa agraria durante tres décadas antes de esta definición judicial favorable a la causa indígena.


FOTO: Agência Brasil

Ocupada con inmensas haciendas de arroz, depredada por los daños del agro negocio, deforestaciones y por la invasión constante del capital, Raposa Serra do Sol fue el escenario de una creciente guerra que inició en las instancias municipales, pasó por las estatales y finalmente llegó a la esfera federal, dando mayor visibilidad a la lucha y reconocimiento de los pueblos indígenas organizados.

La decisión judicial ordenó la retirada de todos los poderosos productores de arroz y no indios del área, promoviendo una limpieza general en la que se registraron algunos conflictos. Por medio de acuerdos, el gobierno decidió indemnizar a los que tuvieron que dejar el territorio legalmente.

Sin embargo la historia de esta conquista se entrelaza a múltiples confrontaciones donde muchos otros tuvieron primero que demarcar el territorio con la sangre propia. Desde 1977, cuando los líderes comenzaron a movilizarse y reivindicar el territorio para los indios e indias, hasta la actualidad, 21 líderes fueron ejecutados sin que ningún culpable haya sido enjuiciado.

Julio Macuxi, que hoy preside la Federación de Reocupación de los Pueblos Indígenas Raposa Serra do Sol y es integrante del Consejo Indígena de Roraima (CIR), recuerda las dificultades que surcaron en el camino que llevó al sensato enjuiciamiento. “Cuando la gente lidia con personas que tienen dinero, que tienen poder, ya sabemos a dónde puede llegar la situación. De esa forma, el caso fue a parar a Brasilia, a la máxima instancia, pero estábamos preparados para eso. Nunca pensamos en desistir; en todas las sesiones seguíamos allá (Brasilia). Tuvimos 21 compañeros asesinados y eso también fue motivo para no desistir”.

Macuxi afirma que con los procesos judiciales iniciados en 1998, la organización fue tomando más fuerza y ejercía cierta presión para que el área fuera desocupada. “Tuvimos que enfrentar muchos problemas. Éramos minoría frente a un grupo que tenía gran interés en permanecer en el área”. De ahí en adelante los conflictos fueron tomando proporciones mayores y llegaron a dividir a los indígenas, pues algunos veían en el agro negocio, expandido en el territorio, algún desarrollo para sus pueblos.

Por otro lado, la realidad se mostraba menos próspera: abandono por parte del poder público, y falta de escuelas para las niñas y los niños, de puestos médicos, de infraestructura y demás equipos sociales necesarios para el desarrollo local. Así éstas eran, y siguen siendo, las principales demandas de Raposa Serra do Sol.

Nuevos tiempos. Desde mayo de este año, con el área libre de productores de arroz y no indios, los habitantes de Raposa comenzaron una nueva etapa en sus vidas, motivados ahora por el desafío del desarrollo sustentable para los casi 20 mil indígenas de cinco etnias (macuxi, wapixama, patamona, ingarakó y taurepan) que quedaron en el área. Para empezar, conformaron la Federación de Reocupación de los Pueblos Indígenas Raposa Serra do Sol, que congrega a nueve entidades que actúan en la región. El objetivo de la Federación es decidir conjuntamente cuáles serán las mejores y más viables opciones para que el área gane autonomía económica. La pauta será el respeto a los pueblos y el medio ambiente.

La legalización de tierra es demasiado lenta. Tomando en cuenta que la Fundación Nacional del Indio (Funai) recibió el primer encauzamiento formal por la demarcación de la tierra indígena Raposa Serra do Sol en 1977, se cobra noción de cuan moroso es el proceso para la reglamentación de las áreas indígenas en Brasil. La homologación fue divulgada por el gobierno de Lula en 2005, pero apenas en 2009 la demarcación fue oficializada.

Según datos de la Funai , existen en Brasil cerca de 460 mil indios viviendo en aldeas. El censo señala que pueden existir entre 100 mil y 190 mil indios viviendo en áreas urbanas. Datos del Instituto Socioambiental señalan que el país posee casi 200 tierras indígenas sin demarcación y otras 386 que han pasado por la fase de demarcación y esperan por la homologación. Según evalúa Saulo Feitosa, secretario adjunto del Consejo Indigenista Misionario (Cimi), entidad que acompaña las cuestiones indígenas, infelizmente los procesos de demarcación y homologación son muy lentos.

Cuando se tarda demasiado en demarcar, las zonas indígenas tienden a ser ocupadas. El agro negocio con los plantíos de soya, caña de azúcar, eucalipto, cacao, sumado a la introducción de ganado –explica Saulo– son preocupantes, pues tornan el proceso demasiado largo y, muchas veces son plausibles de conflicto. “Además de que los gobiernos son morosos, en muchos casos también ceden a las presiones de los invasores”, afirma Feitosa. En este contexto, Saulo considera que el episodio Raposa Serra do Sol no representa simplemente la lucha del pueblo indígena de Roraima, sino la de los pueblos indígenas brasileños.

Editora de ADITAL

Traducción Ernesto Scheinvar

Puebla “Estos cabrones indígenas ahora nadie los puede callar”


FOTO: Víctor Suárez C. / Anec

Identidad Maseual

Aldegundo González Álvarez

Tosepan Titataniske, nuestra organización, está constituida mayoritariamente por indígenas y desde su nacimiento el empleo de la lengua náhuatl ha sido fundamental. La razón es simple: así nos entendemos mejor. Los náhuatl de esta región nos autodenominamos maseualmej (los merecidos por la penitencia) y llamamos a nuestra lengua maseualtajtol . En sí, maseual se convierte en un prefijo para las demás construcciones, maseualtakualis, (alimentación indígena), maseualtalnamikilis (formas indígenas de pensar y de concebir). Reconocemos como maseualiknimej (hermanos indígenas) a las personas de otros grupos étnicos.

Por medio de la lengua, que se mantiene fiel y expresa las cosas como son, se trasmiten de una generación a otra todos los elementos de nuestra cultura. Tenemos al español para la convivencia diaria, pero por nuestra forma de articular las ideas no nos favorece mucho. Al manifestarnos en una segunda lengua, requerimos de un doble esfuerzo para que nuestro mensaje se comunique bien.

La idea de que nuestra lengua es el principal transmisor de nuestra cultura se relaciona con otra idea: la del cuidado que debe tenerse para con nuestra madre tierra. Porque la buena relación que debemos mantener con nuestro entorno natural se hereda por medio de la lengua. En esto nuestra lengua es muy específica y descriptiva: nos enseña de qué plantas podemos alimentarnos o con qué planta podemos aliviar ciertas molestias.

“Cuando a un maseual le preocupa algo, su corazón habla” (yoltahtowa). Como maseualmej, privilegiamos el dialogo para la solución de nuestras diferencias. Por eso en nuestras asambleas invertimos tiempo de calidad, buscamos por medio de la palabra llegar al consenso en nuestras decisiones. De esta forma se ha visto que la asamblea pocas veces se equivoca, y cuando lo hace, estamos inmersos todos, porque es una decisión en colectivo.

En la visión de nuestros socios fundadores desde 1985, se ha venido fortaleciendo el uso del náhuatl. Al principio, cuando llegaba gente de fuera que no hablaba nuestra lengua, era necesario un traductor pues nuestros socios fundadores usaban con mayor énfasis el náhuatl. Pero, aun después, al interior de la organización se ha valorizado nuestra lengua madre y se ha fortalecido con el tiempo.

Y es que en algunos momentos de nuestra historia se presentó el lamentable hecho de que las escuelas a las que acudían nuestros hermanos aún promovían el castigo por comunicarse en nuestra lengua madre. En años recientes, cuando los compañeros de la región totonaca se empiezan a incorporar en el movimiento cooperativo, empleamos el español como lengua para comunicarnos.

Tres décadas. En el umbral de los 30 años de vida organizada, volvimos a revisar hacia dónde podía crecer el movimiento. Y la sabiduría de la asamblea optó por privilegiar el trabajo en la zona totonaca. No descartamos el trabajo con otras regiones; sin embargo, dice la asamblea, nuestro mayor compromiso está con los hermanos indígenas (to-maseual-ikniuan). Así, nuestras asambleas se han vuelto trilingües (náhuatl-totonaco y español).

Sin embargo, la gente de fuera comenta que cuando los viejos cooperativistas van a tomar una decisión importante se comunican en náhuatl. Y es que después de 32 años, nuestra lengua sigue viva gracias a la organización. En otros tiempos decían los coyotes : “Estos indígenas ni siquiera saben hablar y quieren organizarse”. Hoy se dice de nosotros: “Estos cabrones indígenas ahora nadie los puede callar”.

Toda lengua es susceptible a transformaciones. Con esta premisa, en la actualidad dentro de la cooperativa se impulsa un centro de investigaciones de carácter multidisciplinario y una de sus áreas es la identidad étnico-cultural, donde pretendemos retomar las formas y uso del náhuatl. Aunque el proyecto es más ambicioso, pues a base de investigación participativa se pretende reconstruir una gramática que sea útil en nuestra región de influencia, considerando, para esto, tres sub-regiones en donde como mínimo se hablen tres variantes dialectales de la lengua náhuatl de la región.

El primer paso es la construcción de un diccionario con cinco mil entradas, dadas las diferentes acepciones que una sola palabra puede tener. Del mismo modo se está formando la primera generación de investigadores, aprovechando más de 30 años de experiencia del doctor Jonathan Amith, con quien se ha firmado un convenio de colaboración. Los primeros resultados de este proyecto se vislumbran a corto plazo, sin embargo el esfuerzo debe trascender pues forma parte de los planes estratégicos de nuestra organización. Uno de ellos es retomar las formas básicas del uso de la lengua al día de hoy, y a partir de esto, construir una gramática en donde se asienten las raíces de cada palabra a fin de que las futuras generaciones identifiquen elementos fundamentales de la articulación de nuestra lengua.

Centro de Formación Kaltaixpetaniloyan, Tosepan Titataniske

Guerrero

¡Que comprendan lo que hacemos!

Gisela Espinosa Damián

La Casa de Salud de la Mujer Indígena Manos Unidas, con sede en Ometepec, es un proyecto autogestivo impulsado por la Coordinadora Guerrerense de Mujeres Indígenas. Su objetivo es evitar muertes maternas, tan graves entre mujeres indígenas, apoyando a embarazadas amuzgas, mixtecas y tlapanecas de la Costa Chica , con atención y servicios de salud que no hallan en sus comunidades.

Como “el parto ocurre a cualquier hora”, la Casa debe estar abierta día y noche. Si una mujer llega, las parteras o promotoras de guardia la revisan, la llevan a consulta al centro de salud, o la refieren y acompañan al Hospital Regional de Ometepec si está en una emergencia obstétrica. Son traductoras, gestoras y defensoras de los derechos de mujeres indígenas; a veces de su bolso sale para medicinas, pañales, alimentos o pasajes de las embarazadas y sus familiares. Y no es que su economía sea boyante, al revés, pero ante situaciones de vida o muerte y privaciones extremas de quienes llegan a su oasis, ellas comparten sus bienes aunque luego padezcan carencias personales. La Casa también es refugio, albergue y “sala de espera”, pues muchas mujeres no tienen hospedaje cuando en el hospital les dicen que “todavía falta”, que “vuelvan luego”. El proyecto se sostiene con la energía de 40 parteras y promotoras y dos coordinadoras que, reunidas en mayo de 2009, analizaron sus problemas y buscaron soluciones.

Se requiere que más mujeres se turnen para atender la Casa –dice una partera– ¿Cómo le hacemos?. Luego de un silencio se oye una voz: “Gastamos mucho, hay que pagar pasaje, traer maíz, chile, sopa, ¿quién nos repone?” Y sigue una promotora mixteca: “Tenemos miedo. Yo acompañé a una mujer golpeada, su marido le hacía fuerza para tener otro bebé y la llevé a denunciar, entonces el señor me dijo: ‘¿por qué te metes con la muchacha? Te estoy viendo bien, no te me vas a escapar, no te voy a dejar libre'. Me amenazó. ¡Que no me reconozca!, ¿quién nos protege?”.

Otra partera interviene: “¿Y qué hacemos con los niños?, ¿quién hace la comida y los manda a la escuela si venimos a Ometepec?, ¿quién cuida a los animalitos?”. Una más: “¡Y luego los maridos! ¡Los celos!, cuando venimos días completos nos reciben: ‘¿por qué te tardaste?, ¿con quién te fuiste a dormir?'. No quieren que vengamos a la Casa , no valoran lo que hacemos. En la comunidad los critican porque nos dejan venir.” Sigue la discusión: “Yo propongo que sólo vengamos en sábado y domingo”. “!No! –dice otra partera– ¡cuántas mujeres se van a morir!”.

“Yo propongo que nos paguen el día en la Casa , aunque sea a cien pesos, así los señores van a ver que estamos trabajando”. Todas asienten pero: “¿Quién va a pagar?”. Otra voz dice: “Que las guardias duren sólo dos días”. Más murmullos.

“¿Y con los celos qué hacemos?, ¿la casa, los niños?”. Sube el cuchicheo. De pronto una voz: “Propongo talleres para los señores, que se vuelva a explicar el problema de la muerte materna y la violencia a las mujeres, lo que hace la Casa de Salud. ¡Que comprendan lo que hacemos! Necesitamos valor para decirles que se encarguen de los niños. Si ellos no le entran allá, nosotras no podemos con la Casa”.

La reflexión va tocando fondo y revela injustas realidades: no sólo aparece la desigualdad y discriminación que tienen que remontar las indígenas para conservar la salud o salvar la vida, sino también la feminización de la responsabilidad y del costo de la salud; no sólo su gran esfuerzo y los retos que implica la lucha por la salud y la vida sin violencia, sino los celos y presiones de sus parejas para que abandonen la tarea, la crítica comunitaria a las que salen, a los varones “que las dejan ir”. Lograr que se valore esta tarea social de primer orden descuidada por el Estado exige más trabajo: informar y convencer, pero también cambiar el orden de género, compartir la crianza de los hijos y el trabajo doméstico; abrir espacios de libertad y reconocimiento a las mujeres.

Donde el derecho a la salud y la equidad de género son quimeras, la Casa de Salud contiene rezagos, alivia dolores, evita muertes, genera profundas reflexiones y aprendizajes colectivos, va cambiando la cultura. Saldos positivos que pagan parteras y promotoras de salud con altos costos y riesgos personales.

Profesora-investigadora de la UAM-Xochimilco [email protected]