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Tumbando Caña

Adiós a Peter Pan

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Joe Jackson, de sombrero, al salir de su casa en Los Ángeles el martes ApFoto Ap
L

o tenía todo: fama, dinero y talento. Pero un buen día su fama quedó irremediablemente ensuciada a causa de un niño de 13 años que lo acusó de haberle hecho cosas feas. El contador de dólares empezó a lanzar señales de alarma, mientras su talento se vio opacado por la dependencia a los fármacos.

Pasó su infancia mirando al mundo desde una estrella, encerrado en su casa de cristal y controlado por su padre que le impuso una disciplina severa. Michael, más que andar en la farándula, quería ser niño, pero un hombre de carácter tiránico, mediocre guitarrista de un oscuro conjunto de Detroit, lo colocó en el centro del escenario junto a sus hermanos Marlon, Jeramie, Jackie y Tito, para venderlos como The Jackson Five.

Así, Michael, de apenas 11 años de edad, empezaba su aprendizaje para acceder al trono de la sociedad del espectáculo. Sin embargo, a él no le interesaba nada de eso, él sólo quería ser un niño normal que jugara a imaginar un mundo diferente al rudo del showbiz.

En una entrevista con Oprha Winfrey confesó que desde pequeño su vida fue diferente a la de los demás niños de su edad: viajes en limusinas, giras, presentaciones, televisión, aeropuertos… sin el recuerdo de haber jugado en un parque ni visitado zoológico alguno, cosas que anhelaba.

Su deseo de no crecer para poder ejercer su infancia se develó cuando empezó a vestir trajes militares estilizados del tipo de los soldaditos de plomo con los que se entretenía en los largos impases de sus actuaciones.

A los 19 años mantenía ese aire infantil, evidente en su primera aparición en cine, cuando protagonizó The Wiz, nueva versión del clásico El mago de Oz, junto a Richard Pryor y Diana Ross.

El eterno espíritu adolescente de Michael se manifestaba constantemente, como cuando en 1982 fue narrador en la banda sonora del filme E.T.; cuatro años más tarde, al protagonizar al capitán Eo en un cortometraje de ciencia ficción producido por George Lucas, proyectado sólo en dos centros de Disneylandia, y en 1988, al llevar al cine su autobiografía, Moonkwalk, en la que destaca poderes sobrehumanos que emplea para salvar al mundo.

Según avanzaba en años Michael renegaba de su figura. Se veía avejentado, por lo que en 1984 decidió someterse a una cirugía estética que le regresara la lozanía. La nueva apariencia no resultó de su agrado, por lo que solicitó una segunda operación en la que su nariz fue reducida y afilada notoriamente, y el mentón estilizado.

No conforme con lo conseguido, tomó hormonas femeninas para mantener el timbre agudo de su voz y evitar que el vello de su barba se endureciera. También cambió el aspecto de sus ojos y sus labios, además de someterse a un proceso químico para blanquear su piel.

Su obsesión por ser joven lo llevó a mantener una dieta muy rigurosa, consistente en cereales, frutas, verduras y una buena cantidad de vitaminas. Eliminó las carnes y los refrescos, lo cual repercutió notablemente en su físico, que por naturaleza era bastante delgado.

Su extravagancia, tan refractaria al contacto con otros seres humanos, le acarreó la simpatía de los más pequeños de su fanaticada. Eso lo animó a crear una Disneylandia particular e invitar a sus iguales a jugar, comer hamburguesas, golosinas y dormir todos en la misma habitación como hermanitos.

Todo marchaba bien hasta que se conoce la vidriosa historia de un dentista de Beverly Hills: su hijo de 13 años y la confesión de éste acerca de ciertas intimidades con el cantante. La hipócrita sociedad estadunidense (que por lo visto jamás sospechó que el excéntrico comportamiento del cantante pudiera albergar tendencias poco sanas) hizo escarnio de su figura.

Pepsi le retiró el millonario patrocinio del Dangerous World Tour y el cantante que no quería crecer cayó en profunda depresión, la cual remediaba con buena dosis de antidepresivos prescritos por su médico. Abusó, se hizo dependiente y fue a parar, en medio del escándalo, a una clínica londinense especializada en adicciones.

El mito Michael Jackson descendió cuesta abajo empujado por un alud de demandas, acusaciones y desprestigios.

Sus últimos días estuvieron teñidos por una debacle financiera, desorden mental y demasiados medicamentos. Uno de los fantasmas que rodean su muerte y que se hace más sospechoso con la huida del doctor de cabecera, quien, se dice, generó su adicción, tal como sucedió con su suegro Elvis Presley.

Sin embargo, no hay mayor adicción humana que el éxito, no hay algo tan deprimente como la soledad, y Michael Jackson era la estrella más solitaria del mundo. Hoy muchos en el mundo le lloran y gritan ¡aleluya! Ha muerto Peter Pan.