Opinión
Ver día anteriorSábado 27 de junio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Propuesta para un nuevo modelo de país
A

sí como hoy tenemos al presidente del empleo concentrado en una estrategia al respecto, aunque no está todavía claro si sus objetivos son su fomento o su destrucción, hubo hace unos pocos años otro presidente, el de la renovación moral, rescatado recientemente del olvido por la admirable periodista Carmen Aristegui. Gracias a este singular personaje, aparentemente apasionado por limpiar a México de la corrupción dominante, fueron establecidas una serie de normas cuyo efecto real ha sido la paralización del gobierno, y la creación de un costoso e inútil aparato por el cual, algo así como 70 por ciento de los empleados públicos supuestamente vigilan que el otro 30 por ciento haga las cosas bien.

La idea subyacente consiste en pensar que todo funcionario público es corrupto, ladrón y mañoso, y para evitar que haga trapacerías, hay que poner candados y trabas usando toda la imaginación a la mano. A juzgar por los resultados, les falta casi nada para lograr sus objetivos (cualesquiera que éstos sean), pero el precio pagado es una de las razones de que pocas cosas puedan funcionar en el país. El origen está en la terrible burocracia que nos asuela y que se asemeja a la arterioesclerosis que ataca a los ancianos, al igual que a las grandes empresas (llámense Telmex, Pemex, Luz y Fuerza del Centro, General Motors o Pan American Airways).

En las naciones pequeñas, como en las empresas pequeñas, esto es más difícil que suceda, los gobernantes están necesariamente más cerca de la gente y de los problemas reales, y los actos de corrupción son bastante más difíciles de ocultar. Hace 500 años, más o menos, el gran científico italiano Galileo demostró que los gigantes de los cuentos no podían existir, por razones puramente geométricas, pues mientras sus músculos, y con ello su fuerza, crecían al cuadrado con su tamaño, su volumen y su peso crecían al cubo, convirtiéndolos en seres extraordinariamente torpes, débiles y perezosos.

Esta es en buena medida la razón de lo que hoy nos está pasando como país, haciéndonos víctimas de todo tipo de males. Seguramente habrá quien diga que entonces por qué en naciones más grandes como Estados Unidos o China esto no sucede. Bueno, pues resulta que Estados Unidos es una federación de estados, con un alto grado de autonomía real entre ellos; el caso de China todavía es temprano para emitir un juicio, sin embargo existen evidencias de que el país no está exento de problemas asociados a su tamaño.

Si México fuese una federación real de estados autónomos, seguramente algunos de sus gobiernos tendrían tendencias a funcionar mal; sin embargo, las interacciones que se darían entre ellos los llevarían a corregir las desviaciones con prontitud, para no quedarse atrás ante el empuje de los estados más activos y exitosos, sobre todo ante la consideración de que los habitantes mexicanos mantendrían el derecho de movilidad dentro de todo el territorio nacional, conformando corrientes migratorias que favorecerían el equilibrio económico y social entre esos estados.

Las normatividades que hoy imperan en la vida del país, paralizando su economía, perderían su razón de ser y darían paso a otras, alineadas para favorecer el intercambio de bienes y servicios entre los estados. Los aparatos burocráticos actuales serían sustituidos por otros bastante más pequeños y funcionales operando en cada uno de ellos, para asegurar el cumplimiento de las metas establecidas, eliminando así las trabas infinitas que tienen actualmente las empresas mexicanas no sólo para nacer, sino para desarrollar sus planes y proyectos comerciales. Mucho de la corrupción dominante perdería sentido, en tanto que las normas, al ser más sencillas, facilitarían el funcionamiento de la economía y reducirían los niveles actuales de corrupción y de sus consecuencias.

En resumen, pienso en un país totalmente diferente al que hoy tenemos, surgido de éste, por sus bases históricas, su patrimonio natural y cultural, pero con una estructura económica, política y sobre todo de gobierno, distinta a la actual, que nos permita dejar de ser una nación sin proyecto (más allá del impuesto por intereses externos, en torno a las supuestas leyes del mercado) para transformarnos en otra nación, conformada por una federación de estados autónomos con proyectos particulares para su desarrollo económico, integrados por un gran pacto nacional, plasmado en una Constitución que integre y facilite el intercambio comercial y asegure la cooperación, el bienestar común y la integridad de sus miembros.

Pienso así en una nación presidida por un congreso de representantes como autoridad máxima, cuyo objetivo sea la integración de los diferentes proyectos de los estados en un gran proyecto nacional.

Esto que pareciera ser una utopía no lo es, en tanto que ya existe en otras latitudes; sin embargo, su creación traería como efecto inmediato el entusiasmo de millones de mexicanos, que luego de décadas de angustia, desconcierto y pesimismo volverían a tener una razón para luchar como lo hicieron nuestros padres y abuelos. La consecución de este proyecto no será, desde luego, sencilla: los obstáculos e intereses creados son muchos y deben ser sorteados no sólo con éxito, sino también con sagacidad. A discutir este tema dedicaré mi siguiente artículo.