Opinión
Ver día anteriorMiércoles 24 de junio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El asesinato de un médico
N

o es la primera vez que en Estados Unidos se asesina a un médico por practicar abortos. En mayo 2009 el doctor George Tiller fue baleado mientras asistía a su iglesia. Tiller era de los pocos doctores que practicaba abortos en el tercer trimestre del embarazo. Por esa razón había sido denunciado y amenazado muchas veces. Tiller creía en su labor y las mujeres que acudían a su clínica lo hacían motu proprio. Scott Roeder, el asesino, no compartía esa visión.

La conjunción de ambos elementos, libertad y autonomía, son condiciones imprescindibles en cualquier democracia; sin esas cualidades las sociedades pierden independencia y se enmohecen. Para los grupos pro vida, ni los médicos tienen el derecho de practicar abortos ni las mujeres de solicitarlo. Para ellos la razón es obvia: aborto y asesinato son sinónimos. Lo que no es obvio, aunque sean pocos los médicos ejecutados –uno es suficiente–, es la apropiación del derecho de matar de algunos fanáticos como Roeder, compartan o no el ideario de los grupos pro vida.

Entre quienes consideran que el aborto es un derecho y entre quienes lo denominan asesinato el abismo es infranqueable. A pesar de ese quiebre, y de la imposibilidad del diálogo, reflexionar sigue siendo obligado. La única vía para no continuar sepultando la tolerancia son la razón y la palabra. Al hablar de tolerancia y del derecho o no de abortar, si hubiese que resumir el problema, Perogrullo dixit, con el menor número de palabras, diría, que quienes practican o se someten a ese procedimiento no esperan que quienes no lo favorecen lo hagan, mientras que los segundos buscan imponer sus decisiones. Esa idea, demasiado absurda para algunos, y burda para otros es precisamente el quid del embrollo y el terreno sobre el cual debe abonarse. Sucesos como el asesinato de Tiller entorpecen las mínimas posibilidades de diálogo. Dos escenarios futuros.

Primero: es probable que doctores que ejercen como lo hacía Tiller, o incluso aquellos que practican abortos en el primer trimestre, dejarán de hacerlo por razones obvias. Segundo: la violencia generada por miembros pro vida seguirá multiplicándose en una espiral sin fin que terminará sepultando la posibilidad de diálogo. De acuerdo con la prensa, Tiller había sido balaceado en el pasado y su clínica era con frecuencia motivo de agresiones; por esos motivos había contratado los servicios de un guardaespaldas. Entre ambos escenarios queda atrapada la razón. ¿Qué sucederá si se repiten situaciones tan lamentables?

En sociedades conservadoras como la estadunidense, donde la comunidad ha modificado su opinión con respecto al derecho de abortar –una encuesta reciente demostró que más de la mitad de la población es pro vida–, es probable que algunos galenos dejaran de realizar abortos por miedo a ser asesinados. Esa realidad debe vincularse con otra: en Estados Unidos, uno de cada cinco embarazos termina en aborto voluntario. ¿Qué sigue? Aunque no será la regla, es probable que algunos abortos se realicen en ese país en clínicas no abiertas a la sociedad y a la opinión pública.

Aborto y eutanasia son temas que separan a las personas. Nunca habrá acuerdo con respecto a esos avatares. El mejor acuerdo se basa en el respeto a la opinión del otro y en permitir que las personas interpreten la realidad de acuerdo con sus valores y sus principios morales. La tolerancia basa algunos de sus cimientos en el respeto a esas circunstancias, en la aceptación de la diversidad y en la pluralidad de ideas, es decir, en un cúmulo de elementos que construyen lo humano. Esa pluralidad queda sepultada cuando se secuestra la razón o cuando se asesina en nombre de fanatismos.

El relato de Jalal Rumi sobre un grupo de personas que trata de describir un elefante que se exhibe en una sala a oscuras bien exhibe el significado de la pluralidad ante una misma imagen. Uno acaricia el lomo del animal y afirma que parece un gran trono. Otro, tocándole una oreja, declara que en realidad es un enorme abanico. Un tercero le palpa una pata y concluye que debe ser una gran columna.

La metáfora del poeta persa retrata bien las diferentes interpretaciones que afloran sobre un mismo tema. Ni uno de los personajes de Rumi detentaba la verdad y sus equivocaciones eran predecibles. Cada quien interpretó lo que palpó y cada uno opinó de acuerdo con lo que percibió. A George Tiller lo asesinaron porque algunas de las miradas fanáticas de pro vida son incapaces de aceptar que la realidad no es única y que puede modificarse.

¿Qué hacer? Ante la imposibilidad del diálogo, repartir, leer y releer la historia del poeta Rumi. Es muy improbable que los tres personajes hayan peleado cuando abandonaron el relato.

Con mi afecto para Daniel, Marcela e Ilya