Opinión
Ver día anteriorLunes 22 de junio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Dónde estamos?
E

n plena crisis económica en México no sólo se advierte una falta de consistencia en las políticas públicas, sino que la misma narrativa de la fuerte recesión es fallida. Ambas cuestiones hacen más incierta la situación y pueden profundizar sus repercusiones negativas.

Entre el 17 y el 19 de junio, el Inegi publicó una serie estadísticas que dan cuenta de la magnitud de la recesión en curso. La inversión cayó en los tres primeros meses del año a una tasa anual de menos 7.9, 10.8 y 4 por ciento, respectivamente, y en el mismo lapso la producción bajó 8.2 por ciento.

En abril la actividad industrial tuvo una tasa de crecimiento negativa de 13.2 por ciento, y el renglón de las manufacturas de menos 18 por ciento. Las tasas negativas se han registrado en ese renglón de modo consecutivo desde agosto de 2008, con un promedio en este año de menos 14.8 por ciento. Las exportaciones se redujeron entre enero y marzo 20.2, las importaciones 22.5, y el consumo privado 9 por ciento. Las cifras son mucho más adversas que las originalmente esperadas.

Esta crisis es, sin duda, de muy distinta naturaleza que las de 1982 y 1995, y no hay política económica de ajuste convencional que sirva para enfrentarla. De ahí que sea tan llamativa la forma ortodoxa de actuar del gobierno, sobre todo la falta de márgenes financieros y políticos, y hasta de imaginación, sobre todo en el campo fiscal.

Entre tanto, el 19 de junio el Banco de México emitió un esperado anuncio de política monetaria por la nueva rebaja del objetivo de las tasas de interés. Llama la atención precisamente en cuanto a la visión de las condiciones prevalecientes y su evolución esperada. Este es un caso interesante de la narrativa mencionada.

El anuncio señala que: En fechas recientes ha aumentado la percepción de que la actividad económica en los países industrializados está tocando fondo. Esta es sólo una percepción y al parecer la única guía de las decisiones de la política monetaria. En efecto, los indicadores económicos, como dice el anuncio, no apuntan en una sola dirección, y en tanto que el sector financiero ha mejorado globalmente, la producción industrial continúa mostrando debilidad en Estados Unidos y en la eurozona y aparentemente se está recuperando en Japón.

Es cierto que muchas de las medidas de política económica que se han instrumentado en el mundo se basan sólo en percepciones, pero los datos de la producción, el endeudamiento privado y público, la insuficiencia del crédito y el aumento del desempleo son todavía la marca más clara de la situación imperante y de las expectativas de mediano y largo plazos.

En México, según las cifras del Inegi y del propio Banco de México, en todos esos renglones las caídas son enormes y es claro que no hay un motor interno capaz de atenuar las condiciones recesivas.

Se espera la recuperación de la economía de Estados Unidos para que aquí empiecen apenas a cambiar las cosas. Así pues, la dificultad para narrar la crisis desde la perspectiva del gobierno está asociada con ese elemento básico: la dependencia enorme de esta economía y ahora además, prácticamente sin posibilidad de reacción autónoma.

En términos fiscales se aprecia un aumento del gasto de capital, principalmente en obras de infraestructura, pero ni la base de la que parte este aumento ni su volumen absoluto será suficiente para enfrentar la crisis. Al mismo tiempo hay una caída estrepitosa de los ingresos públicos, sean petroleros o tributarios. Se espera, ya sin duda, una muy fuerte presión fiscal hacia fines de año y en 2010.

La política monetaria reina, pues, como instrumento de contención. Pero no es suficiente. El banco central trata de cumplir con lo que es prácticamente su único objetivo: bajar la inflación. Esta es por cierto una meta muy corta por sí misma, ya sea en épocas de expansión económica, pero sobre todo cuando hay una recesión tan fuerte como ésta. La meta sigue siendo 3 por ciento anual, la manera de hacerlo es mediante la intervención sobre el tipo de cambio para evitar una brusca depreciación. Una parte de tales medidas, tal vez decisiva, se asocia con la abultada deuda externa de grandes empresas privadas.

El banco central está atado y el riesgo es provocar una fuerte inflación; económica y políticamente muy costosa. Pero de aliento al crecimiento, nada. Pues seguir reduciendo las tasas de interés no repercute favorablemente sobre el consumo ni la inversión. El crédito no fluye para las empresas, Nafin no presta y los bancos comerciales extranjeros se concentran principalmente en las tarjetas de crédito.

Toda esto se manifiesta en otra parte y, por cierto, no menos significativa. La presencia internacional de México se reduce cada vez más. El protagonismo regional es todo de Brasil, como se aprecia en el grupo del BRIC (Brasil, Rusia, India y China). Aquí no hay iniciativas ni estrategias. Sólo una espera a que llegue un telefonazo de Washington avisando que la crisis ha pasado. La política exterior es inexistente en materia económica, sea desde Hacienda o desde la Cancillería, y el banco central toma más líneas de crédito para evitar el derrumbe del peso.