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Divisiones dentro del clero, motivo de su apoyo al presidente

El ayatola infunde temor en defensa de Ahmadinejad y de su propio cargo
The Independent
Periódico La Jornada
Sábado 20 de junio de 2009, p. 20

Teherán, 19 de junio. Fue predecible, implacable, alarmante, dirigido a infundir temor a Dios –sí, a Dios– en sus enemigos. “El tiempo de la competencia terminó –nos dijo el líder supremo–. Si las protestas no terminan, habrá otras consecuencias… Serán responsables de toda la violencia, de la sangre y de los disturbios… habrá una reacción.”

Fue una amenaza. Ya basta, o si no…

El ayatola Alí Jamenei fue Thomas Cromwell este viernes, al elogiar a quienes detesta con apenas el lenguaje directo suficiente para que los escuchas supieran que la ira del líder supremo abarcaría a un alto sacerdote o dos. Cuando expresó admiración por las credenciales revolucionarias de Ali Akbar Rafsanjani y añadió que nadie ha acusado de corrupción a este caballero –¿quién dijo que alguien lo había acusado?–, uno sabía exactamente lo que quería decir. Piénsese en las ganancias de las ventas de pistaches y en el metro de Teherán. Y cuando añadió que aquellos que votaron por estos cuatro candidatos recibirán su recompensa de Dios todopoderoso, uno sabía que no se les recompensaría con el presidente que eligieron.

Si no hubiera sido tan aterrador, el sermón de la plegaria de este viernes en la Universidad de Teherán habría contenido un humor perverso. “El poder establecido islámico –anunció con solemnidad– jamás manipulará el voto del pueblo.” Si el margen entre Ahmadinejad y Musavi hubiera sido de 100 mil o 200 mil votos, tal vez uno lo creería, explicó. Pero cuando la diferencia es de 11 millones de votos, ¿cómo se pueden manipular los sufragios?

Pero de eso se trata, ¿no?

La abrumadora mayoría de Ahmadinejad fue lo que arrojó una nube de duda sobre todo el proceso.

Y nuestro divino favorito continuó. Claro que la votación fue justa, porque la concurrencia a las urnas (¿85 por ciento?) fue muy alta. Ésta es una democracia religiosa, no la versión corrupta de Occidente. Algunas personas quisieron mostrar la elección como una derrota nacional, pero fue la participación más alta en el mundo. Y, por supuesto, si las personas se apresuran a tomar las calles de nuevo, podría haber “terroristas –siempre es bueno escuchar a la elite religiosa de Irán usar el cliché favorito de Occidente– escondidos entre la multitud”.

De ahí en adelante todo fue en ese tenor. Tal vez algunas de esas personas colaboran con servicios de espionaje extranjeros, con los sionistas, con ese traicionero enemigo, los británicos. Obama recibió una penitencia breve; su discurso en El Cairo ha permitido que nosotros los británicos pasemos a ocupar el lugar del Gran Satán.

Al líder supremo no le gustaron todos los debates prelectorales –algunos sentimos algo de calidez hacia este clérigo eminente cuando reconoció haber disfrutado de algunos (igual que todos nosotros)–, pero, ¿dónde deja eso a Mirhosein Musavi y sus aliados, y a los millones de iraníes que marcharon por las calles de Teherán el domingo pasado? Estaban a punto de volverse enemigos del pueblo, enemigos de la revolución. Una cosa es decir –como los leales a Musavi han hecho en forma consistente– que su protesta era sólo contra una elección fraudulenta y el terrible Ahmadinejad, no contra el líder supremo. Pero ahora que este Thomas Becket islámico se ha alineado con Ahmadinejad, los manifestantes se han encontrado en confrontación con el poder de la república islámica, posición bastante insatisfactoria.

Pero el líder supremo no es tonto. ¿Por qué avaló a Ahmadinejad? ¿Podría ser que le preocupe otro clérigo muy poderoso que vive en la ciudad del domo dorado de Qom, un tal ayatola Yazdi que lleva tiempo halagando y festejando a Mahmud Ahmadinejad? ¿Y será posible –lo es, por cierto– que al ayatola Yazdi le gustaría mucho ser el próximo líder supremo?

Buena razón, entonces para apoyar al presidente que insistió en que un halo rodeaba su cabeza cuando habló ante Naciones Unidas. Porque el conflicto fundamental en Irán se libra no en las calles de Teherán –apenas un espectáculo lateral, trágico y brutal, que pronto podría degenerar en un baño de sangre–, sino detrás de las cúpulas, los alminares y los azulejos de las mezquitas de Qom.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya