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Disquero
Infancia, adolescencia, madurez del riff
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Periódico La Jornada
Sábado 20 de junio de 2009, p. 7

Las primeras notas sincopadas empiezan a formar oleajes en reversa, bajamar, con la voz patriarca enmedio hasta que a los dos minutos con 56 segundos se enciende una fuerza voltaica tal, pleamar, que el tiempo parece detenerse para elevarse en sentido zenital y entonces el escucha ya, por un efecto pleamar y bajamar unísonos, tiene los ojos cerrados y sabe, porque saber es mejor que adivinar, que ese sonido tiene nombre y apellido: Riley B. King, conocido en el planeta Tierra como BB King y en galaxias circunvecinas como Blues Boy King.

El sonido es punzante, dulzón como un danzón y acidulado como un helado de colores de confeti. La descarga se activa en cuanto el pulgar cetáceo oscuro se posa sobre la mejilla de Lucila (dato estadístico: el señor King tiene y ha tenido muchas, muchísimas mujeres en la vida y todas ellas, curiosamente, se llaman Lucila) y entonces suena en coro un arrullo de murmullos, un aroma de alhelí convertido de flor en melodía. Un tenaz cántico de anhelos.

Vedlo. Porque no necesita trasladarse físicamente el oso jugoroso desde el Mississippi o donde se halle de gira hasta donde el escucha esté para que sea visible. Basta escuchar cómo gime Lucila para poder observar el gesto amoroso del bebé King enhiesto. Tierno mastodonte, don Bebé.

El nuevo disco del Rey del Blues se llama One Kind Favor y es una mirada retrospectiva a la esencia del blues, una reflexión tan profunda como hondo y sabio suele ser el pensamiento de una persona de 83 años, que don Bebé los cumplió apenas el 16 de septiembre y sigue en el blues.

Cuatro días antes de que BB King festejara su cumpleaños apareció en el mundo el nuevo disco de Metallica, titulado Death Magnetic y se trata también de un retorno al origen, es decir, que tenemos en las bocinas el riff a todo volumen, la adrenalina a punto de ebullición, los coros de guitarras como lujuriosísimas valquirias sollozando y en el fondo, como el bosque que esperaba Macbeth, el típico serruchear de las guitarras de Metallica. Es tan típico este disco que no excluye las típicas baladitas que son un tópico tipificado como toponímico por, dirían los clásicos, moros y cristianos, es decir, que el público de Metallica se extiende por igual en tribus de aferrados, gruexos y latientes del lado moridor, que por territorios más tranquilos, de aguas quietas y serenas pero no exentas de sorpresas, porque cuando todo parece que va por el lado más banal de lo baladil, hete ahí otra vez el riff. Que viva el riff.

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Y a propósito de riffs, el maestro Dave Evans ha construido un sonido tan inconfundible que a sus 28 años de edad, es decir, la cantidad de años que han transcurrido desde el primer disco a la fecha, los escuchas saben a ojos cerrados que sus oídos se abren cuando Evans se convierte en The Edge y entonces Paul Hewson en Bono y Larry Mullen y Adam Clayton no cambian de nombre pero sí de rola y tesitura. Y es entonces el momento de mover las manecillas del reloj al revés para identificar las fotos de esta página que están bien facilitas: el Bebé King, la portada del nuevo disco de Metallica, la portada de Boy y una foto interior de la versión de lujo, en dos cidís, que incluye lados b, versiones en vivo y otras rarezas del primer álbum de U2: Boy, ahora remasterizado.

A la distancia de 28 años no sólo resulta evidente el refrendo de la calidad musical de estos paisanos de James Joyce, sino la riqueza cultural de sus raíces y sus interconexiones. Citemos una sola de ellas: en la fabulosa rola Twilight el espejeo con su oscurísima majestad don Robert Smith, que es lo mismo que decir The Cure.

¡Que viva el riff and roooooooolllllll!