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Ver día anteriorMartes 16 de junio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El Foro

Tony Manero

P

osiblemente una de las mejores sorpresas del cine chileno estos años recientes, Tony Manero, segundo largometraje de Pablo Larraín, ofrece el retrato perturbador de un hombre de 50 años, devorado por la frustración sexual y el fracaso profesional, quien asiste con un goce obsesivamente renovado a la proyección de la película de culto Fiebre del sábado por la noche (Badham, 1977), en la que John Travolta interpreta a Tony Manero, un joven de una barriada obrera que busca romper el anonimato y conquistar la fama por medio del baile.

Identificado plenamente con un personaje 30 años menor que él, el santiagueño Raúl Peralta (un formidable Alfredo Castro) reúne a una banda de amigos con aspiraciones en el baile y los convence de compartir con él la fantasía de reproducir en un cafetín de mala muerte una pista de disco y ensayar un espectáculo digno de competir con lo que ofrece la película de Travolta.

Raúl repite mecánicamente los diálogos del actor estadunidense, ensaya sus gestos y movimientos escénicos, se ejercita y se maquilla, y se enfunda sin vacilación alguna el ceñido traje blanco de la estrella juvenil. Cuando se presenta la oportunidad de personificar a la estrella en un concurso televisivo, Raúl no duda un instante. Por lograr su sueño absoluto, es capaz de todo, incluso de llegar al crimen, como lo demuestra repetidamente.

La acción transcurre en el Chile de la dictadura de Pinochet, a sólo cuatro años del golpe de Estado, en un clima de temor ciudadano y persecución política, con toque de queda y detenciones arbitrarias. Estos aspectos sociales los muestra el director de manera concisa, concentrándose más en describir el perfil de Raúl Peralta, mitómano incorregible, personaje mezquino y amoral, que es la alegoría más elocuente del envilecimiento colectivo que auspician los medios de comunicación cercanos al régimen totalitario.

Este ser apolítico y vulgar, empeñado en parecer siempre joven, carente de escrúpulos en su trato con los demás, capaz de traiciones y dado a rabietas infantiles, busca reivindicar su imagen por medio del baile, en una parodia grotesca de los empeños del Tony Manero interpretado por Travolta, quien sólo deseaba trascender su condición precaria al alcanzar el estrellato. Aunque se ha comparado a Raúl Peralta con el sicópata Travis Bickle (Robert de Niro, en Taxi driver, Scorsese, 1975), en realidad el personaje tiene el nivel de patetismo (con un añadido de mezquindad moral) de otro personaje de Scorsese, interpretado también por De Niro, el Rupert Pupkin de El rey de la comedia (1983), empeñado en brillar, aun por espacio de unos minutos, en la televisión.

El cuestionamiento de Pablo Larraín no apunta sólo a la dictadura de Pinochet, aunque se trate del periodo más lamentable de la historia chilena, sino al ininterrumpido poder de enajenación de los medios de comunicación, cuya expresión emblemática siguen siendo los reality shows y los programas de concursos, en los que la humillación consentida es el virtual pasaporte a una celebridad efímera.

El vínculo entre dictadura política, decadencia moral y narcisismo homicida que plantea Tony Manero en su alegoría alucinante es una de las propuestas más novedosas del cine latinoamericano actual.

La película se exhibe hoy en la Cineteca Nacional a las 12, 16, 18:15 y 20:30 horas, y mañana a las 13, 16:30, 18:45 y 21 horas.