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¿La Fiesta en Paz?

Capetillo, una charla/ I

Foto
Manuel Capetilllo, llamado el mejor muletero del mundo por el crítico Alfonso de Icaza, en un óleo de Jesús Flores Olague
H

abida cuenta de que inclusive la necrofilia que nos caracterizaba ha perdido fuerza en la sociedad en general y entre los taurinos en particular, y de que la atracción por los ritos y ceremonias mortuorias ya quedan muy lejos de una mentalidad atolondrada-manipulada como nunca, y comprobada la pobreza de análisis de que fue objeto la trayectoria de Manuel Capetillo con motivo de su muerte, es obligado transcribir una conversación sin desperdicio con el diestro tapatío, reflejo elocuente de su sello, inteligencia y sensibilidad.

Acostado Manuel en su cama, cubierto el talle con una impresionante faja de lodo envuelta en plástico, por si reaparezco la semana entrante –fue 30 de cintura hasta el día de su fallecimiento–, me recibe con esta advertencia: si vas a preguntar pendejadas, mejor te vas, ¿eh? Pasaba por tu casa y te quise saludar; platicamos de lo que salga, le respondí.

La cuna del toreo, decía Manuel sin dejar de sonreír, no está en España ni aquí; es parte del legado cultural de grandes civilizaciones. Sin embargo, los españoles han sido más listos a la hora de darle un nivel de expresión en el que confluyen varios factores, incluido un apoyo inteligente del gobierno, sea dictadura o democracia.

A España fui porque en México no veía claro el panorama, pero allá los mexicanos vamos a la guerra, vaya, siempre hay varios de primer nivel, pero me sirvió como lección y para ver una fiesta de mayor intensidad, si no en calidad expresiva, sí en cantidad. Hasta el día de hoy se necesita el aval de los españoles para que nos abran las puertas en nuestra propia tierra, ¡carajo!

No llevaba ni una corrida firmada en mi primera temporada española. Iba a la buena de Dios, a ver si relaciones y amistades me ayudaban. De nosotros casi nadie va con contratos a la península. En mi última temporada por allá sí respetaron lo firmado, pero porque ya era un mandón en México. Ahora, en España para las empresas no es tan fácil mangonear a los toreros. Además, es casi imposible llegar a quitar puestos en un país donde hay centenares queriendo y sabiendo torear.

Acá somos malinchistas por idiosincrasia; allá son nacionalistas por convicción. Conté con apoderados como El Pipo, la primera vez, y con Manolo Chopera la última. Cuando un torero interesa lo llevan bien, y si hay triunfos continuados ganamos todos. En Córdoba tuve una gran tarde de orejas, pero no fue lo mismo en Madrid o Sevilla. (Continuará).