Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 31 de mayo de 2009 Num: 743

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Adriana Yáñez: entre filosofía y poesía
LUIS TAMAYO

Al compás de la OCDE (educación y cultura en México)
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Danilo Kis o el arte de mentir verazmente
GUY SCARPETTA

Reflexiones de Sándor Márai

La filosofía en tiempos panistas
ÁNGEL XOLOCOTZI YÁÑEZ

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Verónica Murguía

Las ratas

Las ratas son, me temo, una especie que nos acompaña tan de cerca como los perros, los gatos, las moscas y las cucarachas. Son resistentes y astutas, pueden vivir en casi cualquier ambiente y, a pesar del odio universal, prosperan como si pertenecieran a un partido político. Nadan como campeonas –sólo hay que ir al lago de Chapultepec como a las cinco de la tarde para verlas competir contra los patos por un pedazo de bolillo–, corren, trepan y se deslizan con una habilidad muy perturbadora.

Ellas solitas pueden devorar cosechas enteras, transmitir más de doscientas enfermedades y fueron las culpables, en el atormentado siglo XIV, de la expansión de la Peste Negra , una de las plagas más contagiosas y mortíferas que ha padecido la humanidad. Según los historiadores, dicha epidemia dejó sin gente a Islandia, y terminó con la tercera parte de la población de Europa. La enfermedad, caracterizada por la aparición de bubas, es decir, tumores redondos del tamaño de una manzana, en las axilas, el cuello y las ingles, llegaba con fiebres candentes y vómitos apestosos. Se diseminó desde Asia Central hasta el norte de África, de donde cruzó a Italia y a Francia. Por donde pasaba, mataba hasta al perico en sólo tres días, y ¿quién la llevaba? La rata negra, Rattus rattus, metida en el pelaje y esparciéndola por medio de las pulgas. Los pobres medievales nunca pudieron establecer la relación entre la rata que corría por las vigas, ensuciaba el horno con cagarrutas y empulgaba las cogullas y las túnicas con la enfermedad. Hombres y mujeres se envolvían en sahumerios de maderas fragantes, se azotaban con látigos, rezaban como locos, bebían pociones repelentes y se morían a diestra y siniestra. El decamerón, de Giovanni Boccaccio, La Muqqadimah, de Ibn Jaldún y El flautista de Hamelin, de autor anónimo, son, por supuesto, obras que elaboran lo que sucedió.

Ahora sabemos que las ratas pueden contagiar desde rabia hasta el sodoku, en japonés la fiebre de rata, que se quita, por suerte, con oxytetraciclina. Las ratas fueron, también, las responsables de las decenas de miles de casos de tifo en las trincheras de la primera guerra mundial. En el punzante poema Amanecer en las trincheras, del poeta Isaac Rosenberg, aparece una extraña y sardónica rata. Rosenberg las describe con ojos penetrantes, patas finas, vigorosas y atléticas. Hay que decir, además, que las ratas mataron a menos hombres y con más gentileza que los obuses, el gas mostaza y demás porquerías, así que podemos concluir con certidumbre que la única especie más temible que ellas somos nosotros.

Pero Dios los hace y ellos se juntan. Donde hay un basurero habrá un montón de ratas, desde siempre y en todas partes. Los escritores las han mirado con atención: son centrales en La peste, de Albert Camus; Franz Kafka –en el cuento “Josefina la cantora”, se describe la vida de una rata famosa por su chillido–; en 1984, de George Orwell, las ratas son el instrumento del verdugo; acompañan al Drácula, de Bram Stoker en su viaje a Inglaterra y en un episodio extraordinario de El rinoceronte del Papa, de Lawrence Norfolk, el autor describe con aliento épico la guerra entre las ratas romanas: las mañosas ratas del Vaticano contra las monstruosas ratas del Borgo.

Hace unos días, la suerte y la amistad me pusieron en la mano un ejemplar de Ratas, una historia de las ratas de Nueva York, de Robert Sullivan. Sullivan se dio a la tarea de observar las ratas de un callejón durante un año, con ánimo periodístico y paciencia de naturalista. Se enteró de cosas divertidísimas: las ratas, por ejemplo, prefieren la comida italiana con queso a las verduras cocidas, la espinaca y el apio. Adoran el huevo revuelto, el pollo frito y los plátanos, como la mayoría de la gente que conozco. Sullivan trató a Derrick, así, sin nombre, el Rat Whisperer, un tipo que tenía amaestradas a las ratas del drenaje. Se enteró que Rudolph Giuliani nombró a un Rat Czar, al zar de las ratas, para controlar la enorme población de ratas de la ciudad. Este funcionario era muy poderoso y su jefe era, directamente, el alcalde.

En nuestra ciudad debería existir un puesto parecido. Hay millones de ratas en el drenaje, pero ocupados como estamos por las ratas de dos patas que quieren ser elegidas en las votaciones que se avecinan, no podemos, por ahora, pensar demasiado en los roedores.