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Ver día anteriorDomingo 31 de mayo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La Fiesta en Paz?

Festejos y retrocesos

Foto
La sevillana Vanessa Montoya
H

oy en el Valle de México se llevan a cabo dos festejos taurinos: la novillada en la plaza La Florecita, de Ciudad Satélite, y el interesante Festival Taurino Iztacalco, Historia de 7 Siglos, como inicio de las festividades culturales con las que se celebrarán los 700 años del poblamiento de esa demarcación.

En La Florecita se anuncia, a las 13 horas, a Pedro Núñez, José Miguel Parra, que tan buena impresión causó en el festejo anterior, Luis Conrado, valientísimo y que a punto estuvo de sufrir una grave cornada esa misma tarde, Carlos Peñaloza y Jaime Adrián, que repite, quienes enfrentarán novillos de Campo de Allende. Antes se rendirá un homenaje al pintor Reynaldo Torres por su brillante trayectoria y por sus redaños para enfrentar el guiño de la parca.

Y a las 4 de la tarde en el Lienzo Charro La Viga, en Calle Guadalupe, entre Calle Uno y Calle Dos, cerca del Metro Pantitlán, parten plaza los matadores José Luis Herros, Rodrigo Galguera, Edgar Palacios, Alberto Huerta, Juan Luis Silis y la novillera sevillana Vanessa Montoya, para lidiar reses de Santo Domingo.

Alcalino, esclarecido crítico taurino de La Jornada de Oriente, afirma que en los últimos 18 años, ocho matadores mexicanos se repartieron 30 puestos isidriles, y solamente Eloy y El Zotoluco lograron alguna oreja, perdida en las cuentas de 1991 y 2000. Si comparamos este paupérrimo balance con las siete puertas grandes y los 26 apéndices cosechados durante el mismo lapso por ocho espadas no españoles –tres franceses (Bautista, Castella y Fernández Meca), dos colombianos (Rincón y Bolívar), dos portugueses (Víctor Mendes y Pedrito) y un venezolano (Morenito de Maracay)–, dos conclusiones saltan a la vista:

1) En la vuelta del siglo, México perdió su antigua categoría de potencia internacional en tauromaquia, en contraste con el ascenso de diestros de otros países, varios de los cuales se hicieron figuras en Madrid, mientras la torería azteca solamente alcanzaba a exhibir apocamiento y mediocridad en tan decisiva arena.

2) Estos datos confirman la imparable decadencia de nuestra tauromaquia, hundida no por falta de toreros interesantes, sino de taurinos mínimamente aptos (empresarios, apoderados, ganaderos, coyotes de tamaños y pelajes diversos). Acompañando la debacle, los medios han ido abandonando a la fiesta, mal remplazados los ilustres críticos de antaño por profesionales de la abyección (publicronistas) o simples improvisados, concluye Alcalino.