Opinión
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Repetición de la historia
L

a bella y artística Florencia conoció en 1346 el hambre y la desolación. Ya en alguna ocasión me referí a dicha peste. Viene a cuento en la actualidad después de la epidemia del virus de la influenza que vivimos los mexicanos.

En esa época, las cosechas eran poco abundantes. Las guerras habían ocasionado un empobrecimiento general. Los comerciantes cerraban sus tiendas y no pagaban las deudas. Un gobierno democrático, representando por la señoría, tuvo que pagar a precio de oro el grano para que los florentinos pudieran comer.

En todas las épocas la historia nos brinda lecciones. En Florencia, los panaderos dieron en hacer un pan tan malo, elaborado con el trigo que les daban y que ellos se robaban, que aunado a la insuficiencia de otros víveres repercutió severamente en la salud de los florentinos.

Las cifras de mortalidad se elevaron en tal proporción que la señoría, para contener el pánico de sus gobernados, dispuso que no se tocasen las tradicionales campanadas de las iglesias en los funerales y entierros, disponiéndose éstos para la media noche.

¡Inútil precaución! Cuando el hambre había mellado la salud de la mayoría de la población, se presentó la famosa peste negra, que a mediados del siglo XIV, mató, aproximadamente, a 25 millones de personas en Europa.

Boccaccio describe, en páginas de horror, los dramas cotidianos. Al primer síntoma todos huían de la casa y quedaba el enfermo agonizante esperando la muerte. En los cementerios se abrían grandes fosas, donde se arrojaban a diario los cadáveres que se cubrían con leves capas de tierra para dar paso, al día siguiente, a más cadáveres.

Lo curioso es que producto de esa gran conturbación se hicieron grandes capitales, entre los comerciantes y acaparadores de cereales, los boticarios, los usureros y los paneros que tenían telas negras (utilizadas para confeccionar atuendos que supuestamente prevenían del contagio de la peste). Mientras la peste negra causaba estragos entre la población, el Estado veía sus arcas exhaustas y los acaparadores, aturdidos, se sumergían en largas orgías.

Boccaccio, después de describir los espantosos cuadros producidos por la peste, comienza sus encantadores relatos del Decamerón. Los nuevos ricos entran en apogeo. Mientras que de las guerras (como siempre sucede) brotan las epidemias y la prostitución, entre otros males; la vieja aristocracia cae en desgracia, arruinada y muñéndose de hambre, ya antes de la aparición de la peste; en su lugar emerge una legión de comerciantes y aventureros que se han enriquecido, contrastando con el pueblo enflaquecido y hambriento que termina por estallar en indignación. Pedían aumento de salarios y reparto de trigo.

La hacienda en pleno déficit, y ahorcada por los banqueros internacionales a quienes debía, no podía dar al pueblo lo que demandaba. Luego, los desórdenes callejeros se trocaron en motines, terminando en una revolución sangrienta.

Al otro lado de la tragedia se encuentran los relatos de Bocaccio, cien narraciones contadas en 10 días por siete mujeres y tres jóvenes, en los cuales se da rienda suelta al placer y al erotismo. La muerte y el egoísmo humano silenciaban la vida en Florencia, mientras en la campiña la muerte se disfrazaba y se maquillaba con tintes eróticos.

Colorido erótico dibujando sensuales máscaras epidérmicas en agudo contraste con las negras panas con las que se cubría el pueblo para repelar la mortífera peste, mientras en el campo las sombras de la muerte intentaban conjurarse con seductores placeres, simulacros eróticos de la muerte, la sexualidad a flor de piel, la belleza de lo bello ocultando silenciosa la memoria de la muerte. Desmezcla de pulsiones, compulsión a la repetición freudiana tras la cual se oculta el instinto de muerte aunque se maquille con tintes eróticos.

Compulsión a la repetición que se hace patente en las historias que se repiten sin cesar en el devenir histórico de la humanidad. Los imperios se deshacen, las dinastías se hunden en el olvido, aparecen las revoluciones y brotan nuevos imperios. ¿Y nosotros qué?

Tal parece que ¡no hay nada nuevo bajo el sol! Utópicas nos parecen ahora las palabras de Bocaccio al inicio de su proemio en el Decamerón: Humana cosa es tener compasión de los afligidos; y esto, que en toda persona parece bien, debe máximente exigirse a quienes hubiera menester consuelo y lo encontraron en los demás.

Quizá por ello, Boccaccio nos describe la atrocidad de la guerra, la enfermedad y la avaricia en un intento por conmovernos ante la aflicción humana, ignorando que los humanos somos cada vez más sordos a estas lecciones.