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Bajo la Lupa

El mejor camino: la negociación con Norcorea

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Manifestantes sudcoreanos protestan en las cercanías de la embajada estadunidense en Seúl por la prueba nuclear efectuada por Corea del Norte, ayerFoto Ap
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os días después del suicidio del ex presidente de Corea del Sur Roh Moo-hyun, Corea del Norte entró de lleno al club nuclear con la prueba exitosa de una bomba similar a la que lanzó Estados Unidos contra la población civil de Nagasaki.

Una cosa es poseer la bomba atómica, otra es probarla y otra es tener los sistemas de lanzamiento (“delivery system”).

Norcorea posee más de seis bombas y ya probó dos: una fallida y la más reciente exitosa, pero se ignora su capacidad misilística de lanzamiento, que requiere de la miniaturización de su arsenal.

Mas allá de la farisaica alharaca publicitaria, a juicio del experto Douglas H. Paal, Nocorea desea ser reconocida como potencia nuclear por Estados Unidos, con quien busca normalizar sus relaciones, en imitación al tratamiento excepcionalmente procurado a India, un país proliferativo (Ria Novosti, 25/5/09).

Douglas H. Paal, anterior analista de la CIA y funcionario en el Consejo de Seguridad Nacional con Reagan y Daddy Bush, funge como vicepresidente de estudios del influyente Carnegie Endowment for International Peace y considera que detrás de la segunda prueba de Norcorea se encuentra una poderosa (sic) motivación doméstica, que apunta a la sucesión del Kim Jong-il en Pyongyang.

Paal desecha el temor de que Norcorea constituya un peligro para sus vecinos, con excepción de Corea del Sur, a la que puede atacar aun sin bombas nucleares, pero lo cual cavaría su propia tumba (nota: se infiere que las represalias de Estados Unidos serían demencial y nuclearmente demoledoras): “Norcorea carece de la capacidad industrial para construir un amplio número de misiles de largo alcance (…) Su amenaza es muy (¡súper-sic!) pequeña (…) No se encuentra realmente en una posición de representar una amenaza de gran escala para sus vecinos”.

Ria Novosti (26/5/09), la agencia noticiosa rusa que hay que consultar para contrastar la vulgar desinformación de los multimedia israelí-anglosajones, expone las sabias declaraciones de dos expertos de Rusia –recordemos: una superpotencia nuclear a la par de Estados Unidos y frontera con Norcorea–, quienes se pronuncian a favor de una salida diplomática.

Vladimir Yevseyev, becario de alto rango del Centro de Seguridad Internacional en el Instituto de Economía Mundial y Relaciones Internacionales, razona que la existencia de armas nucleares, aun fuese una sola, obliga a la moderación, y la reciente prueba nuclear de Pyongyang cerró completamente la puerta a resolver el problema por la vía militar.

La agencia rusa exhibe la serie de sanciones de la ONU en contra de Norcorea que no han fructificado, por lo que Georgy Toloraya, director de los Programas Coreanos en el Instituto de Economía, aconseja buscar una solución política, ya que Norcorea nunca (sic) detendrá su programa nuclear hasta que se normalicen las relaciones con Estados Unidos, que es a lo que, a nuestro juicio, Obama se debe abocar de inmediato.

Georgy Toloraya aduce que el problema subyace en que el “establishment estadunidense no aceptará un compromiso de Obama con el presente régimen de Norcorea” por razones ideológicas. Le faltó agregar: por las insolentes presiones del omnipotente “lobby israelí” de Estados Unidos, que busca con el lanzamiento de la piedra norcoreana golpear a sus otros tres enemigos: tanto a Irán como a Venezuela y Bolivia (a quienes acusa perversamente de abastecer con uranio a la teocracia chiíta persa).

Ambos expertos rusos creen que parte de la solución radica en la construcción de plantas nucleares por Norcorea que garantizarían la transferencia del material radiactivo de desecho a otro país (necesariamente neutral), como sucede con la planta atómica de Bushehr (Irán) construida por Rusia. Vladimir Yevseyev y Georgy Toloraya concuerdan en que la presente situación puede desembocar en consecuencias geopolíticas serias (sic), que incluyen la colocación por Estados Unidos de escudos antimisilísticos con sus países aliados del noreste asiático (léase: Corea del Sur, Japón y quizá Taiwán), así como en otros países vecinos para iniciar sus propios programas de armas nucleares como defensa contra Norcorea.

El mundo va que vuela a una carrera armamentista nuclear, si las grandes potencias, primordialmente los cinco integrantes permanentes del Consejo de Seguridad (¡súper-sic!) de la ONU, no la detienen con su conducta, que debe cesar de ser unilateral y farisaica al aplicar dos pesas y mil medidas en referencia al Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), totalmente descuartizado por Estados Unidos.

Una pléyade de presidentes de Estados Unidos (la única potencia que ha lanzado dos bombas atómicas sobre las poblaciones civiles de Hiroshima y Nagasaki, lo cual parece habérsele olvidado a la presente generación nipona volcada en el hedonismo consumista) ha fallado en su misión histórica al aplicar su enfermizo maniqueísmo a un asunto tan delicado que pone en riesgo la seguridad planetaria y al catalogar a sus aliados proliferativos como buenos (Israel, India y Pakistán, que fabricaron sus bombas en la clandestinidad tolerada por Washington) y al vilipendiar hipócritamente a sus adversarios como malos (Norcorea e Irán).

¿Cuál ha sido el beneficio tanto para el género humano como para las poblaciones de Medio Oriente, de que Israel, país consagrado en cuerpo y alma a la guerra permanente contra todos sus vecinos, sin excepción, desde su creación fundacional hace 61 años, posea un máximo de 400 bombas nucleares?

Llamó poderosamente la atención la magnífica postura del presidente Ahmadinejad, quien declaró que Irán se oponía a la prueba nuclear de Norcorea, por lo que exhortó a la renovación de los esfuerzos internacionales para una desnuclearización (¡súper-sic!) global, así como a la prohibición de pruebas nucleares (Press TV, 25/5/09). ¡Olé!

Y este es justamente el camino resolutivo: la desnuclearización de la península coreana con incentivos seductores para Norcorea, que probablemente vive una etapa de ajuste sucesorio.

Si Obama consigue reanudar las negociaciones con Norcorea, a solas o en el contexto del grupo hexapartita (con la presencia invaluable de China), entonces las grandes potencias (los cinco integrantes del Consejo de Seguridad de la ONU) deberán iniciar una carrera de desarme integral que incluya la desnuclearización de todo el Medio Oriente sin unilaterales excepciones paleobíblicas: el flagrante caso de Israel, que ni siquiera firma el TNP ni admite la inspección de su ominosa dotación nuclear por la AIEA de la ONU (a diferencia de los malos: Norcorea e Irán).

La desnuclearización de la península norcoreana deberá ser imitada por Israel e Irán, ya no se diga por todos los países del pequeño Medio Oriente, ya que en la definición del gran Medio Oriente (acuñada por los geoestrategas israelíes) no se puede hacer mucho con India y Pakistán, dos potencias nucleares medianas.

Sin desearlo abiertamente, la desnuclearización de la península coreana y del Medio Oriente puede ser el legado histórico de Obama.