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REPORTAJE /El saldo del crimen organizado

Por doquier se ven cruces, pero no por gente que murió accidentada, sino asesinada

Las huellas de la guerra entre narcos se esparcen por Culiacán

Aquella frase que los culichis tenían para explicar su ciudad a los fuereños, la de sólo se matan entre ellos, es únicamente un recuerdo de mejores tiempos

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Hasta en centros comerciales se pueden ver los monumentos erigidos para recordar a quienes perdieron la vida en la lucha del narcotráficoFoto La Jornada
 
Periódico La Jornada
Lunes 25 de mayo de 2009, p. 8

Culiacán, Sin. La cruz de cantera se alza en un lugar extraño: en medio de las rayas amarillas que separan los lugares de estacionamiento en un centro comercial. La frase Siempre los amaremos se acompaña de una fecha (mayo de 2008) y de las iniciales de los tres asesinados ahí, mientras esperaban a la novia de uno de ellos, que hacía las compras. Apenas hace unas semanas arreglaron la fachada del negocio de enfrente, donde largo tiempo permaneció el boquete abierto por un sicario inexperto en el manejo de la bazuca, que por poco le pega al techo.

Ésta es la ciudad de los cenotafios, pero aquí la mayoría de las cruces no recuerdan trágicos accidentes automovilísticos, sino ejecutados.

Siempre los amaremos es la frase dedicada a EGL, CLG y AMC.

El primero es Édgar Guzmán López, hijo de Joaquín El Chapo Guzmán. Las iniciales siguientes corresponden a su primo César Loera Guzmán. Arturo Meza Cázares, el dueño de las otras, era hijo de Blanca Margarita Cázares Salazar, La Emperatriz.

En otra plaza comercial, muy concurrida por sus cines, también hay una cruz donde cayeron Rodolfo Carrillo y su esposa, en septiembre de 2004. Un hombre llegó un día a ver al administrador de la plaza: Queremos permiso para poner una cruz, dijo. El administrador tragó saliva e intentó: “No… no se puede”. El hombre calló unos segundos y dijo muy tranquilo: “La vamos a poner… no la vayan a quitar”. Y ahí sigue, pese a que algunos de los regidores del ayuntamiento de Culiacán pretendieron prohibir los cenotafios. Los funcionarios municipales se tomaron incluso el trabajo de contarlos: en abril de 2008 eran 120. Para los primeros días de diciembre, en el cierre de la temporada más violenta que esta ciudad recuerde –lo que ya es decir–, ya sobrepasaban los 200. Tijuana, Ciudad Juárez y esta localidad suman 60 por ciento de las ejecuciones del país.

El cenotafio de Édgar Cuén Pérez es excepción. Tenía 15 años cuando murió, al estrellar su auto contra una palmera. Su altar luce, como otros, globos, flores de plástico, veladoras y una manta con sus fotos. Andaba jugando arrancones con el hijo de un pesado, dicen aquí. Un pesado es, claro, un narco de importancia.

El proyecto de eliminar las cruces se quedó en el tintero, a pesar de los apoyos del alcalde y de la jerarquía católica. Incluía la propuesta de construir un jardín de los recuerdos, donde los deudos pudieran llorar a los asesinados en las calles. Así, decían los regidores, los camellones, los estacionamientos y las banquetas dejarían de proyectar la imagen de una ciudad violenta.

La desaparición de las Hummer

Acostumbrados a convivir con el narco, los sinaloenses nunca habían estado tan asustados como entre mayo y diciembre del año pasado.

La versión oficial afirma que la violencia crece tras la aprehensión de Alfredo Beltrán Leyva, El Mochomo, gracias a un pitazo de gente de El Chapo Guzmán.

Ese pleito entre los antiguos aliados disparó la violencia y propició un cambio clave: “antes todos estaban al servicio de un cártel, y la confrontación los puso en un dilema: ¿a cuál de los dos servirían?”, dice José Antonio Ríos, ex diputado del PRD y profesor universitario.

La batalla que llevó a los locales a pedir la ayuda federal fue el asesinato del hijo de El Chapo Guzmán, el 8 de mayo de 2008. Cinco días después comenzaba el Operativo Culiacán-Navolato: un despliegue militar y policiaco (2 mil 750 elementos) que no impidió que en las semanas y meses siguientes ocurrieran algunas de las balaceras y matanzas más recordadas del noroeste.

Se caía un tenedor en un restaurante y causaba pánico, dice Raúl Carrillo, secretario del ayuntamiento de Culiacán, al evocar la temporada.

Frente al terror, el ayuntamiento organizó unos foros donde las participaciones de la gente confirmaron que no sólo “las muchachas sueñan casarse con narcos”, sino que los niños dejaron de jugar a ladrones contra policías para escenificar “El Chapo contra El Barbas”.

Convencidos de estar a tiempo de frenar ese cambio cultural, los funcionarios municipales decidieron apoyar iniciativas como Oremos por Culiacán y Culiacán quiere: rezos y actividades lúdicas callejeras para probar “que la mayoría de los sinaloenses no somos narcos ni violentos”.

Parte de esas campañas son los carteles en las calles céntricas de la ciudad. En la foto, un ciudadano entrega un par de pistolas a un soldado: “Ésta es la palabra de Jesús Cristo: Culiacán… No con Ejército ni con fuerza, sino con mi espíritu santo”.

El momento estelar fue en agosto, cuando trajeron a Culiacán al showman y predicador argentino Dante Gebel, el pastor de los jóvenes, quien ofreció pasajes bíblicos sancochados con libros de autoayuda contra la furia de la violencia criminal.

No nos toca enfrentar directamente el problema, sino apoyar la energía transformadora de la sociedad, dice Carrillo.

En la idea de apoyar cualquier iniciativa que promueva valores, el ayuntamiento ha realizado también acciones para “fortalecer a los boy scouts, el pentatlón y los Boinas Negras”, grupos que, dice Carrillo, meten a los jóvenes disciplina y patriotismo.

¿Se logra combatir la narcocultura de ese modo? Ahí se dividen las opiniones. Ríos Rojo lo pone así: “¡Qué Zapata ni qué Villa, los héroes de los jóvenes aquí son los narcos!” Propietario de una nevería en una colonia acomodada, Ríos Rojo lo constata con la clientela: “un montón de carros traen sus narcocorridos a todo volumen. Los capos son el ejemplo, el modelo a seguir para ser alguien”.

Aunque los sinaloenses no se ponen de acuerdo sobre si algo ha cambiado gracias a esta guerra, en algo sí coinciden: desde que llegó el Ejército, las Hummer se esfumaron. Antes del 30 de abril había una en cada cuadra, ahora hay una cada 10.

Se habla poco de otra consecuencia que resume un comerciante: lo resentimos enormemente, las ventas se cayeron entre 30 y 40 por ciento, porque muchas de las personas que se movían alrededor del negocio simplemente se fueron.

La casa baleada habla: no me tomes fotos

No me tomes fotos, mejor contribuye a combatir la cultura de la violencia, decía la manta que permaneció un tiempo en la casa del fraccionamiento Rincón de Humaya. Estuvo mientras los nuevos dueños se decidían a reparar la casa, ahora con yeso recién puesto que deja ver los lugares donde pegaron los balazos.

Las huellas de la guerra están esparcidas en la ciudad. En la colonia 10 de Mayo la balacera dejó sus marcas en todas las casas de una cuadra.

La casa que era el objetivo principal sigue siendo una coladera. Donde estuvo la cochera permanecen los esqueletos calcinados de dos vehículos, donde los atacantes metieron tres tanques de gas con la intención de hacer su versión nacional de cochesbombas.

El ataque fue de madrugada y duró casi una hora, sin que ninguna autoridad se apareciera.

De todos los tiroteos ocurridos, varios permanecen fijos en la memoria colectiva de esta ciudad.

La primera quincena de julio de 2008 fue memorable para la nota roja sinaloense.

El 10 de julio, un comando asesinó a dos personas en un taller y en su huida se despachó a dos policías, tiroteó a unos soldados y se dio el lujo de pasar echando bala frente al palacio de gobierno.

Dos días más tarde, dos grupos de sicarios se dispararon mil 500 balas durante media hora. El domingo 13 ejecutaron a 11 personas en Guamúchil. El lunes siguiente fue la balacera en la 10 de Mayo. Después, los enfrentamientos y ejecuciones se fueron espaciando, sin que hayan terminado.

Este 13 de mayo el operativo cumplió un año, y el balance preliminar es de mil 200 personas asesinadas; centenares de presuntos narcos detenidos; 46 millones de dólares decomisados, además de centenares de vehículos y miles de armas.

La cifra de caídos incluye a 40 personas inocentes. Aquella frase que los culichis tenían para explicar su ciudad a los fuereños, la de sólo se matan entre ellos, es sólo un recuerdo de mejores tiempos.