Opinión
Ver día anteriorLunes 25 de mayo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a morir

Vida propia, muerte suave

S

u entereza le impidió ver lo cerca que estaba de su muerte. En el fondo lo sabía, pero no lo expresaba. Es que yo quiero seguir viviendo, reconocía después de haber pregonado que la muerte era el viaje más interesante, que por fin sabría lo que era morir y responder a un ¿cómo estás? con un teatral aquí muriéndome, ¿y tú?

A pesar de haber hecho cuanto quiso a lo largo de su vida, lamentaba, sensualista irredento, no poder seguir haciéndolo (amar, comer, beber, cocinar, leer, conversar, discutir, viajar, cantar, tocar la guitarra, reír, casarse en tres ocasiones, enviudar en dos y tener cinco hijos). Me enseñaste muchas cosas acerca de cómo vivir, le dijo, contristado, uno de sus vástagos, pero te agradezco que ahora me enseñes algunas otras acerca de cómo morir. ¡Pues entonces ni una misa, cabrón!, ordenó convencido, y de paso para que el muchacho atenuara su desconsuelo.

Contrariado, agregó: la gente es tan bruta que va a los sepelios a consolarse de saber que no es ella la que está en el féretro… por el momento, y soltaba una débil carcajada. No supo lo que era aburrirse ni dejó que sus bellas parejas se aburrieran, aunque sí que se contrariaran. A lo largo de 72 años su encanto contrastó con su anarquía, su léxico con su gentileza, su alegría con su terquedad, su ocio con su laboriosidad, su buena planta con su sencillez, sus conocimientos con un fresco afán por aprender algo nuevo cada día.

Cuando le fue diagnosticado el cáncer se tornó un paciente molesto, pero ello duró poco, pues su carácter le impedía caer en la autocompasión o alimentar la cólera a costa de su bonhomía. Luego de 55 años de beber y fumar dejó de hacerlo. Se volvió un paciente disciplinado con la remota esperanza no sólo de prolongar su vida, sino, sobre todo, de sentirse menos mal. En la última recaída, por el contrario, pedía los platillos que se le antojaban, no los que le prescribían.

Al sepelio asistieron muchos de los incontables amigos que hizo, así como las familias de las tres esposas, pues su seductora personalidad conciliaba incluso parentescos. Libre, espontáneo, escandalizante y a contracorriente, provocaba una mal disimulada envidia en quienes no podían ser así.

Su esfuerzo por construirse una vida propia ayudó a que muriera tranquilo y en casa. Fue de esos seres cuya partida, más que llorarla, demandó celebración y cuyo recuerdo, lejos de afligir, vivifica y enorgullece a cuantos lo quisieron.