Opinión
Ver día anteriorMartes 12 de mayo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Mecenazgo veracruzano
C

onfluencia Papaloapan fue un proyecto del joven empresario y coleccionista Rodrigo González en mancuerna con el fotógrafo y promotor Dylan von Gunten (hijo de Roger, el pintor).

Hospedó dos por vez, a ocho artistas en un rancho de su propiedad a orillas del Papaloapan.  El objetivo fue que, alejados del mundanal ruido, pintaran lo que quisieran y como quisieran. Permanecieron allí cerca de dos meses. Además del paréntesis temporal implícito en la reclusión, en un ámbito que cubrió todas sus necesidades, quizá se pensó que podrían tener influencia de la cercanía del río, dos de cuyos afluentes bordean una de las más bellas ciudades típicas de México, famosa sobre todo por las festividades anuales de La Candelaria, ya que es la virgen que bajo esta advocación  es patrona de la villa, cuya historia se extiende hasta el siglo XVI, con antecedentes de asentamientos prehispánicos.

Hay un museo allí que frecuentemente está cerrado, pero que una vez pude visitar. Entre otras obras alberga las pinturas de los tlacoltalpeños simbolistas Salvador Ferrando y Alberto Fuster, cuyas piezas se han visto en el Munal y en otros sitios relevantes. Además, la armonía de la ciudad ribereña, otrora muy próspera, dio lugar a una producción naive, con lo que sus atractivas calles y plazuelas quedaron plasmadas en pequeños cuadros.

Los artistas convocados a participar en el proyecto, en esencia no muy distinto del que priva en la Villa Serbelloni, a orillas del lago de Como (Belaggio), fueron Phil Bragar, Roger von Gunten, Ilse Gradwohl, Irma Palacios, Manuela Generali, Renato González, Olivia González y Bárbara Cruz.

Una selección de los trabajos que allí produjeron, se encuentra actualmente en exhibición en el Museo de Arte de Tlaxcala, donde pude verlos merced a la atención de su directora, Helena Hernández del Valle Arizpe, y de Irma Palacios.

Una excelente pintura de ella: Movimiento tropical: frutos ocultos abre la exposición –es una de las mejores obras del conjunto– y se le aprecia porque entrega refinadamente la modalidad pictórica que le es característica actualmente, sea cual fuere el título que le adjudicó.

El trayecto museográfico  prosigue en el primer registro con las obras de sus colegas reconocidos, en tanto que Olivia y Bárbara se exhiben en la segunda planta.

Los artistas codifican las constantes con las que se expresan en determinados periodos de sus trayectorias, de modo que vecindad o no con Tlacotalpan, privan sus particulares modalidades, sin que sea posible identificar la inspiración geográfica de sus creaciones.

Debo decir sin embargo que Phil Bragar se soltó con el color, le aparecieron ciertas turbulencias vangoghianas, además de que utilizó considerables densidades de pigmento con resultados no sólo interesantes sino relevantes, por lo menos en dos obras.

Roger von Gunten, en Un mar de verano, realizó paisaje escalonado en bandas horizontales, incluyendo como fondo un pequeño volcán en activo, mientras que inevitable barquichuelo de vela navega por las aguas lisas, es un cuadro muy grato en azules con figuritas tipo Joie de vivre en primer plano.

De Ilse Gradwhol es una de las mejores pinturas abstractas: Primavera, en formato apaisado de 110 x 230, que sería distinguible en cualquier contexto por la sabiduría en la entrega de reflejos claro sobre claro.

Manuela Generali fue quien en mayor medida optó por sugerir paisaje local, equiparables al  nivel que poseen captaciones suyas de escenarios, atmósferas o interiores, siempre trabajados  con profesionalismo. Renato González trazó las graciosas y provocadoras figuritas de raíz posvanguardia que le son consabidas, salvo que en un caso, Cuatro elementos: Los Tuxtlas, introdujo elementos demoniacos, recordando la brujería de aquella región vecina.

Olivia González gusta de escribir textos que –es obvio– funcionan como elementos plásticos. Sólo que las tres obras que la representan parecen obedecer a tres manos completamente distintas. Ella –según gentilmente me anunció– está en aras de escribir (no de pintar) el poema más largo del mundo.

Bárbara Cruz aplicó manchas tipo Paalen, obedeciendo a cierto ritmo. El resultado consiste en tres pinturas coloridas   y muy parecidas entre sí, capaces de provocar reflexiones sobre los tonos complementarios.

El proyecto intentó celebrar el género pictórico. Se publicó un catálogo ilustrado con obras, fotografías memoriosas y texto  de Silvia Cherem.