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Salvan del tedio la lotería, serpientes y escaleras, y los naipes

En días de influenza relucen los imperecederos juegos de mesa

Familias del DF aprovechan la contingencia para sacar del clóset los clásicos pasatiempos o para organizar un picnic con sángüiches

 
Periódico La Jornada
Martes 5 de mayo de 2009, p. a11

La rana... el cantarito... la rosa... el catrín. Del armario han sacado y desempolvado el viejo juego de lotería. En torno a la mesa del comedor, la familia se reúne para disfrutar el pasatiempo que para los más jóvenes del clan resulta una novedad.

El encierro, casi a forzioris, en apego a la recomendación presidencial, ha traído nuevas convivencias en el entorno urbano. Con los cines, cafés, cantinas, restaurantes, billares, estadios y clubes deportivos cerrados debido a la alerta sanitaria, la población recurre al recogimiento casero (con cualquier doble interpretación que esto pueda tener).

Con la premisa de que los chamacos no deben salir ni al patio, y ante el hastío por congelarse frente al televisor, desde temprano en la mañana, hasta refinarse la última película del 11 –pasada la medianoche–, o el adormecedor futbol, las familias buscan otras formas de pasar el rato.

Casilla 100, círculo 98 y espacio 30

Pedro Mangevil, veinteañero de la colonia Roma, y casi un auténtico pata de perro, ahora padece los efectos del encierro doméstico, el cual aminora jugando con su mamá serpientes y escaleras, pasatiempo de final frustrante que obliga a llegar a la casilla 100 con la cuenta exacta, ya que de no hacerlo se corre el peligro de descender por la boca del crótalo amenazante hasta el círculo 98 y de ahí hasta el espacio 30.

Una familia de cuatro, proveniente de la aledaña colonia de los Doctores, aprovecha el asueto y se instala plácidamente en el parque Ignacio Chávez, frente al Centro Médico Nacional Siglo XXI; de una bolsa de plástico extraen los sángüiches, las manzanas, los plátanos y dos botellas de agua, que la madre limpia y repasa con un trapito, eso sí, con cuidado quirúrgico.

Por la ventana de un departamento se observa a unos niños jugar con naipes sobre la mesita de la sala; ¿póker, conquián?, váyase a saber.

En otra sala, ésta de una casa, juegan a los palitos chinos, sin referencia a alguna práctica sexual del Lejano Oriente, sino a la destreza de levantar los plásticos palillos sin mover más que el que se pretende retirar, después de soltar el colorido haz.

El arte de conversar como que también renace.

En el pórtico de una vieja casona, por los rumbos de la hoy tranquila avenida Álvaro Obregón, tres personas, recargadas en la pared, una con tapabocas, algo comentan.

En tanto, se siguen cantando las cuadros de la lotería: El músico... el cotorro... la corona... el melón. Falta la que, sin duda, todos esperan, pero que no aparece en los cartones, la que hará la existencia más tranquila, la que nos devolverá la cotidianidad: laaa vacunaaa.