Opinión
Ver día anteriorJueves 30 de abril de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Enigmas
M

ucho hablamos de transparencia, hasta creamos un instituto cuya misión es garantizar que podamos enterarnos de todo lo que pasa en el sector público, de la agenda de los funcionarios, a quién ven, con quién platican, cómo distribuyen su tiempo, cuánto ganan, cuánto gastan. Sin embargo, los funcionarios han encontrado en el lenguaje un instrumento eficaz para mantenernos en la oscuridad en lo que a sus opiniones e intenciones se refiere. Así lo sugieren las declaraciones públicas de muchos de ellos, que son enigmáticas de tan incomprensibles.

Tomemos como ejemplo la explicación que dio el martes pasado el subsecretario de Educación Básica, Fernando González Sánchez, de la actitud de los maestros frente a su sindicato (creo). Declaró críptico: “Se concibe poco la lucha por la calidad de la educación…”, ¿o sea?, y continúa el enigma “… desde la visión de los maestros sobre las contribuciones de un actor como el SNTE…” (Reforma, 28/4/09).

Si la oscuridad de esta aseveración fue intencional, hay que felicitar al señor subsecretario que se muestra con ello de una gran habilidad para ocultar sus opiniones, porque ¿qué quiere decir en este contexto el verbo concebir?, ¿quiere decir que la lucha por la calidad de la educación es inconcebible? Nos quedamos en ayunas, no sabemos qué piensa el funcionario sobre el tema, aunque hay que reconocerle su buena disposición a hablar con los medios.

Imaginemos que el tal enigma no fue intencional, y que en realidad así habla el subsecretario. Eso significaría que adolece del mal que en el pasado era conocido como cantinflismo, y que se ha agravado entre nuestros políticos y funcionarios, a pesar de democratizaciones, pluripartidismo y alternancias.

El subsecretario González Sánchez no es el único que tiene esta debilidad. También aqueja a muchos de sus colegas en el gobierno y, en general, en la vida pública que no saben expresarse con claridad. Basta recordar la incapacidad verbal de Vicente Fox, por ejemplo, cómo le gustaba decir que él era muy cándido, pero no porque se reconociera en un ingenuo como Manolín, el compañero de Shilinsky, dado que en español cándido significa simple, sino porque traducía del inglés; en ese idioma la palabra candid, significa honesto, directo, que era probablemente lo que Fox quería decir.

Su secretario de Educación, Reyes Tamez, tampoco era Demóstenes, y cada vez que hablaba en público era evidente la tortura que le significaba cada oración, el suplicio de encontrar la preposición adecuada, el desafío que le representaba traducir en palabras ideas que tal vez no eran muy claras. Es cierto que no podemos reprochar a los funcionarios su incapacidad oratoria, no todo el mundo tiene ese talento, pero tampoco hacen nada por desarrollarlo. Más todavía, los ciudadanos, que somos el público de los políticos, no tenemos por qué asumir la responsabilidad de desentrañar los enigmas con que a diario retan nuestro ingenio.

Este tema viene a cuento porque está en discusión la calidad de la educación. Desgraciadamente los problemas de expresión de los funcionarios son un reflejo de una de las deficiencias de mayor consecuencia de las escuelas mexicanas, públicas y privadas. Los funcionarios no saben hablar porque no aprendieron a hacerlo en la escuela, donde las reformas escolares de los últimos 30 años han seguido el modelo estadunidense que no atribuye en general ninguna importancia al verbo. Comparemos las entrevistas en la calle que reproducen los medios en Estados Unidos y en México, no es muy grande la diferencia entre las dificultades que experimentan los entrevistados en uno y otro país para expresarse a propósito de cualquier tema.

Para quienes nos dedicamos a la docencia, este problema de la expresión verbal y escrita salta a la vista incluso entre estudiantes que han terminado una licenciatura, pero muchos son los preparatorianos que no pueden escribir un ensayo, y que tampoco logran expresar con claridad sus ideas porque no tienen vocabulario, les falla la redacción, la sintaxis y la ortografía. Sus escritos, como las declaraciones de los funcionarios, están plagados de enigmas, que los maestros y profesores tenemos que desentrañar como Dios nos dé a entender. Esta incapacidad para expresarse refleja un problema todavía más severo: en más de un caso, el estudiante no puede escribir porque no ha entendido lo que leyó. No conoce el significado de las palabras, tampoco puede identificar el tono del texto que sugiere la puntuación y, por consiguiente, la intención del autor se le escapa.

Las deficiencias que aquí apuntamos se originaron en la primaria y simplemente no fueron remediadas en los ciclos posteriores, de suerte que se acumularon y perpetuaron hasta la educación profesional, como lo prueban nuestros políticos y funcionarios que están expuestos al escrutinio público, pero sería injusto pensar que sólo ellos cantinflean. Éste es un problema nacional que debe ser atendido antes de que a los niños se les enseñe inglés o computación, si es que no queremos más enigmas en nuestra vida pública.