Voz de gente. Contando. ¿Qué? Testimonios de sueños, memorias del futuro más antiguo, palabras venidas de la oscuridad de los tiempos para ser pronunciadas mañana por la mañana sobre los surcos de una milpa. El poder de la duración indígena en México a través de los siglos, las eras, los sexenios, los días, reside en su palabra.

Lo han sostenido siempre. Que la palabra es sagrada, verdadera. Pero los dueños de la razón no les creen. Cómo van a creerles a pueblos que hace una generación seguían ágrafos en sus lenguas y mayoritariamente analfabetas en la nacional. Se les catalogaba como “atrasados”. Para el tortuoso pensamiento de la sociedad dominante y su clase política, la palabra dicha “no prueba nada”, y hasta sacan abogados para demostrarlo. Suya es la cultura política que promete, contradice, miente voz en cuello, traiciona y hasta se traiciona en sus leyes, sus discursos, sus acuerdos. Sin rubor alguno.

El hilo de la palabra de los pueblos originarios de México no se ha roto nunca. Y ya que es posible leerla en sus propias manos, de entre los tal vez centenares de autores en lenguas indígenas actualmente activos, uno encuentra en ellos una verdad esencial siempre a flor que resulta más verosímil, más respetable que las de tanto anuncio comercial, tantos discursos, tanto monólogo de intelectuales.

Que la vida humana es pasajera, un momento sólo aquí en la Tierra, es conocimiento que ha movido la sabiduría y las narraciones de los antiguos mexicanos con un sentido diferente a los apocalipsis cristianos que les sobrepusieron sus descubridores. Para aquellos pueblos el mundo terminaba constantemente. Y del mismo modo volvía a comenzar. Sus civilizaciones agrícolas, desde el origen nómada hasta el esplendor urbano de sus periodos clásicos, vivían los ciclos de la naturaleza, y desarrollaron formas eficaces de conservar la memoria, transmitirla de uno a otro de los recomienzos.

Sus herederos directos, los actuales pueblos de México, siguen siendo esencialmente agrícolas, y su existencia cotidiana se mantiene impregnada de ese humanismo campesino que la resistencia y el infortunio secular han fortalecido y vuelto sabio, campeón del nunca morir del todo.

Y siempre narran. Desde el origen de los tiempos, los pueblos se fueron transmitiendo la palabra en un hilo no roto ni siquiera después de la catástrofe civilizatoria desatada por Hernán Cortés y los 500 años que la han seguido.

Nunca en silencio, se escuchan sin cesar a sí mismos, por eso conservan sus lenguas. Y sobrevivir es su obra maestra. Platicar con el mundo. Platicar un mundo donde la creación no ha terminado, ni tiene para cuándo.

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