Opinión
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UAC: crónica de una utopía
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ace 25 años un grupo de estudiantes y profesores de la Universidad Autónoma de Coahuila (UAC) decidimos realizar una marcha de Saltillo al Distrito Federal en protesta contra el fraude electoral que se produjo al elegir al nuevo rector de esa institución. Caminamos durante 30 días hasta cubrir un trayecto de 900 kilómetros.

Después del movimiento estudiantil de 1973, que logró la autonomía universitaria, se diseñó una arquitectura institucional, mediante la que estudiantes y profesores pueden participar en la elección de las autoridades escolares; la movilización universitaria de 1984 constituye uno de los últimos referentes de los movimientos de insurgencia civil en un México diferente al de hoy. Por ello creo necesario publicar un libro 25 años después de que sucedió aquel fenómeno que sacudió a la sociedad coahuilense como un reconocimiento hacia quienes participaron y siguen participando en las luchas sociales coahuilenses de hoy. Lo hago también porque los reclamos de cambios democráticos y académicos de la universidad por los que luchamos en 1973, 1984 y 1985 siguen vigentes. El título es: UAC: crónica de una utopía. La edición corre a cargo de Editorial Gernika y se podrá adquirir a partir de mayo en las librerías de México.

Recuerdo que antes de empezar a caminar hicimos un mitin en la plaza principal, frente al palacio de gobierno y la catedral. Sin saber a lo que nos enfrentaríamos, salimos a caminar por la carretera 57, dispuestos a luchar por crear una nueva universidad. Aprendimos sobre la marcha, no sabíamos dónde íbamos a acampar o con qué se mantendría a tanta gente durante 30 días. Sólo estábamos convencidos de que de nuestro lado estaba la razón.

El Domingo de Ramos de 1984, pasamos por el Mercado Juárez, enfrente del Teatro García Carrillo. Atravesamos media ciudad hasta llegar a la avenida Presidente Cárdenas, cruzando calles con nombres de toreros como Armillita. Salimos al norte, por Allende; doblamos por Presidente Cárdenas, rumbo al oriente, hasta encontrar la estatua de Benito Juárez, quien con su brazo extendido parecía indicarnos el camino hacia el sur. No habíamos previsto nada. El boteo entre los automovilistas resolvió las necesidades materiales de la marcha. No sabíamos en el problema en el que nos estábamos metiendo, pero 30 días después llegamos a México, salvo el compañero Juan Fernando Gallegos Monsiváis, El Kalimán, quien antes de llegar a Matehuala fue asesinado cobardemente por un escolta de José López Portillo.

La lucha de 1984 no sólo fue contra un burdo fraude, sino también por dignificar y fortalecer a la universidad pública como opción formativa para los jóvenes coahuilenses que les permitiera fortalecer su capacidad de aprendizaje sobre la ciencia, la técnica, los fenómenos del mundo, la naturaleza, así como sus propias convicciones y su actitud frente a la vida.

A pesar de la reducción presupuestal que le impone el Estado, la universidad pública sigue siendo la mejor posibilidad de formación para la mayoría de los jóvenes mexicanos. Además del acceso al conocimiento de cada una de las disciplinas, ciencias o prácticas sociales, la sola convivencia con amigos, condiscípulos y compañeros que comparten las mismas preocupaciones, constituye en sí misma una experiencia formidable.

Ha sido la juventud mexicana de las universidades públicas la promotora de muchos de los cambios de este país. México no puede explicar sus transformaciones sin reconocer el papel de su estudiosa juventud. Fortalecer la universidad pública es un imperativo nacional y una necesidad impostergable. La trivialización del debate sobre la educación en México ha venido aparejada de afirmaciones prejuiciadas que sostienen, sin fundamento, toda clase de descalificaciones en contra de las universidades públicas que con la UNAM a la cabeza han sido las formadoras de las mayores generaciones de profesionistas y dirigentes que han destacado en la vida nacional. Debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para fortalecerlas.

De esa etapa llevo para siempre en mi memoria la actitud digna y limpia de los estudiantes y profesores universitarios de mi generación. Su entrega y compromiso fortalecieron mis convicciones. Fueron muchos, cientos, los jóvenes coahuilenses con los que crecí y compartí los mejores años de mi vida, entre la nostalgia de la neblina saltillense, las consignas de las marchas callejeras, la convivencia entre estudiantes con grandes limitaciones económicas. Grandes eran también nuestros anhelos en un Saltillo contradictorio, pero al mismo tiempo fraterno y generoso.

A todos y cada uno de mis amigos de esos tiempos les digo en este libro que mi corazón siempre ha sentido su compañía, y que en lo personal nunca tendré con qué agradecerles su amistad y solidaridad durante la etapa en que juntos soñamos cambiar el mundo. Me formé en los barrios de Torreón y Saltillo con sus familias que se convirtieron en la mía. Su recuerdo me ha acompañado en este largo peregrinar que es mi vida, en el que mi inseparable mochila guarda la ternura con que Coahuila cobijó mis días de estudiante y profesor universitario.