Opinión
Ver día anteriorDomingo 5 de abril de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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A la mitad del foro

La voracidad y los malcontentos

E

n Londres y Estrasburgo combatieron los malcontentos y las fuerzas del orden. La misma historia, dirían los cínicos. Pero desde las barricadas proclamaban que ésa no era su crisis y tenían que pagarla los dictadores de la mano invisible del mercado y la estulticia que impuso la voracidad bajo la burda pretensión de que el mismo no necesitaba regulación y curaba sus propios males. Los globalifóbicos se esfumaron con la implosión del sistema financiero, como el vacuo ingenio del doctorcito Zedillo.

Llegó el fin del pasado. En Londres hubo violencia y un muerto pagó la cuota de sangre; en Estrasburgo, los malcontentos vistieron ropajes medievales y luego se desnudaron para manifestar su desprecio por los que destruyeron la riqueza de naciones e individuos; quienes tuvieron la desfachatez de pedir rescate con cargo al erario para volver a socializar las pérdidas y privatizar las utilidades. Y en cuanto recibieron los dólares del Estado, se pagaron bonos de miles de millones: voracidad y estulticia en la marcha de la locura; ciertos de que todo se arreglaría sin quebrantar el orden sacrosanto del libre mercado, según el evangelio Reagan-Thatcher.

Pero la torre de Babel de la globalidad se derrumbó con tal rapidez que paradójicamente comprobaría las teorías del flujo incesante en tiempos reales y velocidades inconmensurables. Sí, pero en sentido contrario al de los predicadores de la nueva ortodoxia; a la inversa del win-win que fuera divisa del salinismo y apabullante acumulación de riqueza en cada vez menos manos; y en las carteras de los autores del gran fraude maquinado que puso al descubierto el estallido de la burbuja hipotecaria y que llevara al mea culpa de Greenspan, el mago de Oz de la era del ego sublimado. Los del G-20 no se inquietaron por la violencia callejera. No eran los bárbaros a la puerta: eran las criaturas del malcontento. Y ellos, los de arriba, ya no eran los de antes. Tras la pompa y circunstancia, la convicción de ocuparse de lo real y lo posible. De conciliar el capitalismo europeo y el anglosajón.

Lo hicieron. Nadie se preocupó porque la regulación y participación directa del Estado fuera postulada por dos jefes de gobierno conservadores: Nicolas Sarkozy, de Francia, y Angela Merkel, de Alemania, sucesores, respectivamente, del gaullismo y de la democracia cristiana tan golpeada por cargos de corrupción después de la caída del muro de Berlín y la unificación de Alemania. Sarkozy, protagónico, conservador y partidario de la mano dura para imponer el orden entre los malcontentos, amenazó con cenar y retirarse de los debates de la cumbre. Se quedó. Ya en Estrasburgo, en vísperas de la reunión de la OTAN, diría de Barack Obama: Confío en su palabra y en su inteligencia. Gordon Brown celebró el acuerdo en lo fundamental: establecer la regulación y vigilancia del sistema financiero global, desaparecer el secreto bancario y los paraísos fiscales.

Había consenso en que la recesión, el estallido de la burbuja, las quiebras del sistema todo, obedecieron a la falta de regulación; haber dejado a la mano invisible del mercado el control de la avaricia sin llenadero de los operadores de la banca y de las bolsas de valores, y aferrarse al cuento de hadas del mercado que cura sus propios males. Primero ser: acordaron regular y vigilar, a lo que añadieron la instauración de un Consejo de Estabilidad Financiera que suple al foro del Fondo Monetario Internacional. Y ahí las dudas que alimentan la suspicacia: ¿es posible resolver una crisis con los mismos instrumentos, las mismas instituciones, que aceleraron la descomposición del notable sistema instaurado en Bretton Woods? Para el cómo ser, hay que recordar que antes del escenario del brillo y talento de Keynes, hubo oídos sordos de Europa al llamado de Franklin D. Roosevelt. Y ahora hubo acuerdo en lo esencial.

Entre el sonido y la furia del malcontento, poco he dicho de Obama y el liderazgo incuestionable que asume en la hora de la crisis; entre los 20 de arriba y los millones de abajo. Desde la sencillez con la que pudo dialogar con el presidente de Rusia, Dimitri Medvediev, para revivir el acuerdo para la reducción de armamento nuclear; y reconocer la irrupción de China como potencia financiera, insustituible par de Estados Unidos en la tarea de rescatar el sistema en ruinas y configurar uno acorde con las demandas de la globalidad y, sobre todo, capaz de liquidar el de la voracidad estulta y hacer que participen más equitativamente los malcontentos, los que rechazan el crecimiento exponencial de la pobreza y el hambre.

Domingo de Palmas y después de la visita de Estado a Gran Bretaña, hablar con la reina Isabel II y dormir en el palacio de Buckingham, Felipe Calderón solicitó una línea de crédito del FMI por 47 mil millones de dólares, para lo que pudiera ofrecerse. Ya en Los Pinos, recibió a los funcionarios estadunidenses Janet Napolitano, secretaria de Seguridad Interior, y a Eric Holder, titular del Departamento de Justicia. Los sicofantes y los heraldos del poder aplauden su paso digno y discreto por la diplomacia. Despojado del respeto a los principios de la política exterior, que Vicente Fox ignoró azuzado por Jorge G. Castañeda y otros adelantados de la vuelta al futuro con la presunta legitimidad democrática como patente de corso para intervenir en los asuntos internos de naciones soberanas, Felipe Calderón llevaba escudo y coraza del combatiente que declaró la guerra al crimen organizado.

Fama de valiente, pues. Sea. Algo más hizo falta en esta fase de la crisis, regulación del sistema financiero y la búsqueda de equilibrio y equidad en el intercambio de bienes, el flujo de capitales, el nomadismo universal y creación de empleos para los millones que lo han perdido y muchos más que nunca lo han tenido. Digamos a su favor que se comprometió oportunamente a tomar medidas de economía contracíclica; acudir al Estado, único recurso viable, así se trate de un gobierno de derecha, heredero de la economía neoliberal a ultranza, del déficit cero de Paco Gil sin el indiscreto encanto de la oligarquía. En la América nuestra, el liderazgo perdido de México dejó un vacío. Lo ha llenado con creces la personalidad de Luiz Inacio Lula da Silva. El de origen obrero ha ocupado el sitio en las alturas que tantos anticipaban para Brasil.

Cito a Juan Arias, artículo de El País, de ayer sábado: “El G-20 ha consagrado a Lula, el carismático y taumaturgo presidente de la república del Brasil, como el líder de los países emergentes que piden justicia al mundo entero por el descalabro financiero mundial, creado, según él, por el primer mundo de ‘gente blanca de ojos azules’. Ha pedido que desaparezcan los paraísos fiscales, más Estado y menos capital privado, mayor control de los mercados, menos proteccionismo y más dinero para los países pobres, víctimas de la crisis”. Ser y cómo ser. Con el FMI y el Banco Mundial restaurados, hay que repetir lo dicho por Lula al desplomarse el sistema: los que nos prohibían actuar y nos decían qué hacer están en quiebra. Todos.

Elecciones de medio sexenio y el partido en el poder empaña su propia imagen. Las poses fascistoides de Germán Martínez asustan hasta a los feroces cofrades del Yunque. El gobierno puede violentar a las personas... tiene el monopolio de la violencia. Dice. Lo que tiene es el monopolio de la violencia legal, señor petimetre.