Opinión
Ver día anteriorSábado 4 de abril de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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No sopa de letras, sí nueva agenda bilateral
E

s posible que las recientes visitas de las secretarias Clinton y Napolitano y del procurador de Justicia, así como la próxima visita del presidente Obama perfilen una nueva era en las relaciones México-Estados Unidos por tres razones.

La coalición electoral que llevó a Obama a la presidencia tiene como un ingrediente básico en su visión de política exterior el restablecimiento de la autoridad moral de Estados Unidos como potencia mundial. Parten de una lectura distinta de cómo garantizar su papel hegemónico en un mundo que en lo económico y en lo político es crecientemente multipolar.

La pregunta es desde luego si esta transformación en su visión internacional modificará las relaciones entre Estados Unidos y América Latina con tantos temas urgentes desde la crisis económica hasta la situación en Afganistán. En marzo de 2008, Obama presentó en Miami un programa para la región conocido como A new partnership with the Americas, donde Obama, recordando la política de Roosevelt de Buena Vecindad, planteó: mi política hacia las Américas será orientada por el simple principio de que lo que es bueno para la población de las Américas es bueno para Estados Unidos.

En segundo lugar el centrismo de Obama es una pedagogía para el debate público de los grandes temas domésticos e internacionales para el diseño de políticas innovadoras, frente a la inercia del pensamiento y la política como business as usual en la cual ha caído la clase política. El hilo conductor del discurso de Obama es el concepto de corresponsablidad. Apela en esta idea a la fuerza de la corresponsabilidad a los audaces, a los constructores de cosas, a los más activos. Los ilustra con los migrantes, los colonizadores y los soldados. Llama sobre todo a reconstruir Estados Unidos y su inserción en el mundo a partir de asumir con todas sus consecuencias el fin verdadero de la Guerra Fría.

En tercer lugar en el caso específico de México, junto a las visiones tradicionales xenófobas y beligerantes de un sector decisivo de la clase política en Estados Unidos, está abriéndose paso una visión sobre las relaciones con México que reconociendo el peligro que para Estados Unidos representa la criminalidad galopante en México, asume su enorme parte de responsabilidad en todo ello y busca enmarcar las relaciones con su vecino del sur con un agenda más compleja articulada alrededor de temas de desarrollo, cooperación económica, comercio y migración.

Se presenta una coyuntura excepcional para diseñar una agenda de largo plazo con Estados Unidos sustentada en la necesidad de afrontar los problemas estructurales que las crisis económica y de seguridad pública permiten entrever y diferente a un agenda arrinconada en los temas de seguridad. La visión de esa nueva agenda debiera ser la construcción de una comunidad de pueblos y naciones en América del Norte que busque reducir las desigualdades domésticas y entre países mediante un desarrollo compartido. Tanto Clinton como Obama plantearon en el debate de Detroit durante las elecciones primarias del Partido Demócrata, y luego Obama lo reiteró en su campaña presidencial, que renegociaría el TLC sobre la base de garantizar que los beneficios de los acuerdos comerciales no se queden sólo en las arcas de los grandes consorcios sino que lleguen a la gente común y corriente. Éste podría ser un excelente punto de arranque para expandir la agenda bilateral. Una estrategia de desarrollo verde que implicara reanimar y desarrollar una agricultura sustentable de pequeños productores y una política laboral que implicara la universalización de derechos sociales podrían ser los ejes desde los cuales México profundizara el TLC.

El problema es si la clase política mexicana está preparada para un gran viraje cuando a la menor provocación se embarca en pequeñas y chabacanas guerritas verbales. Ver al respecto las estupendas fotos de José Carlo González, el miércoles pasado en La Jornada.