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Ver día anteriorViernes 27 de febrero de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Machado: poeta del tiempo
A

ntonio Machado falleció hace 70 años y fue enterrado en Colliure, un pequeño pueblo del Rosellón francés, a los pocos días de haber cruzado la frontera, tras la derrota de la República Española.

En la modesta tumba que acoge al poeta del torpe aliño indumentario descansa también Ana Ruiz, su madre, que lo acompañó al exilio y quien murió tres días después.

Antonio Machado fue un miembro tardío de la generación del 98 y, como tal, su obra refleja la preocupación que tuvieron los intelectuales de su tiempo por la decadencia cultural y política de España, a principios del siglo XX.

Aunque había nacido en Sevilla, fue un cantor extraordinario del paisaje castellano, ya que vivió en Madrid a partir de los ocho años y, posteriormente, fue profesor de francés en Soria y en Baeza.

Su poesía, que es esencialmente modernista, sorprende por la sencillez y claridad, con formas que se apegan más a la tradición que a lo popular. Siempre me conmueve su carácter sobrio e intimista, que encuentro muy acorde con el tono nostálgico y melancólico de alguien que fue bueno, en el buen sentido de la palabra bueno.

El propio Machado nos dijo que la universidad de la poesía depende de ser expresión genuina de lo propio. Me emociona que, al final de su vida y en los peores momentos del exilio, haya escrito su último verso, encontrado en uno de sus bolsillos: Estos días azules y este sol de la infancia.

Se ha dicho que Machado es el poeta del tiempo, porque la temporalidad es una preocupación constante que aparece en toda su poesía. Su obra, en efecto, es un diálogo del hombre con su tiempo. Machado, en forma un poco ambigua, nos habla del hoy que será mañana, del ayer que es todavía.

En otro poema escribe: ¡Oh tiempo, oh todavía/ preñado de inminencias! Octavio Paz señaló que en la poesía de Machado el sueño y la reflexión, lo dicho y lo no dicho, se funden de tal modo que se convierte en una sola materia, a un tiempo transparente e irrompible.

Machado fue además un gran prosista, que mediante sus máscaras Juan de Mairena (su yo filosófico) y Abel Martín (profesor de gimnasia y retórica) siempre defendió la esencial heterogeneidad del ser. Machado nos dice, por ejemplo: el ojo que ves,/ no es ojo porque lo veas,/ es ojo porque te ve. También escribe: para dialogar/ escuchar primero/ luego meditar.

El pensamiento de Machado, muy influido por Bergson y Heidegger, deslumbró a Paz en 1936. Años después, el autor de Libertad bajo palabra escribió: Machado nos enseña que el principio de identidad, sobre el cual se ha edificado nuestra cultura, se rompe los dientes frente a la otredad del ser.

Quiero terminar estas líneas recordando algo que expresó el también grande Tomás Segovia (cito de memoria): Leerlo es la mejor forma de salvar un poco a Machado del culto a Machado. Leerlo significa bajarlo del pedestal en el que hemos colocado su estatua. Cada uno de nosotros tiene la posibilidad de descubrir a su propio Machado y de enriquecerse con sus palabras, que funden el pensar y el sentimiento.