Opinión
Ver día anteriorLunes 23 de febrero de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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TOROS
El caballo y el toro
D

on Pablo Hermoso de Mendoza vestido a la usanza campera andaluza, en rítmica entrega dejó esculpida toda la cadencia de su torear a caballo, en súbita y fulgurante ola. Y la Plaza México fue un clamor que se ondulaba en el tendido. ¡Qué bien enceló y se trajo toreados a los extraordinarios toros de Los Encinos! En especial al lomo de sus veteranos caballos Fusilero y Silveti. Toros que exhibieron la clase, el temple y la bravura ideales para el quehacer torero del navarro.

Pablo, atrapado en gesto súbito ante los espléndidos toros de Los Encinos, se dio a torear en espirales infinitas. Las muñecas mágicas del rejoneador español crepitaban en la carne de los caballos que, le permitían encelar a los deliciosos toros, en faenas que quedaron para el recuerdo. Con los dedos en las riendas disparaba sombras de rincón y asombro y se envolvía los bureles en la magia de la palma de su mano de suavidad aterciopelada. Mientras los torillos hipnotizados cuajaban geometrías en circulares de ritmos exacto.

Pablo es, sin discusión, el rejoneador verdaderamente entrañado con el campo bravo. Conocedor de la aguda peripecia vital de los hombres a caballo en las ganaderías. Domina los caballos, conoce los terrenos de los toros y las raíces del toreo. ¡Cómo improvisaba y sorprendía montado en sus cabalgaduras a la grupa, al estribo o a los quiebres y recortes! D. Pablo ha dado una nueva vida al rejoneo al tomar a los caballos como si fueran capote. Si, ha toreado de capa a los de Los Encinos, no de muleta. En una fantasía capotera propia de los toreros mexicanos que le ha identificado con los públicos de toda la República. Un estilo de vida que siente y encarna el espíritu que existe detrás de estas manifestaciones artísticas.

Es mucho torero Pablo Hermoso de Mendoza y volvió a salir de la Plaza México a hombros. En tarde que Los Encinos enviaron dos extraordinarios toros para el rejoneo, merecedores de vuelta al ruedo y arrastre lento y cuatro muy débiles y difíciles para los toreros. Al salir, en la mente, la emoción de que nos dejó llena Don Pablo, se ahogaba en el pecho desbocado.