Usted está aquí: martes 10 de febrero de 2009 Política Astillero

Astillero

Julio Hernández López
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■ La Suprema, Corta de Justicia

■ Resolución Chimoltrufia

■ Atenco: salvar a Peña Nieto

Ampliar la imagen MEDIDAS CONTRA LA CRISIS. El presidente Felipe Calderón firma antes de enviarlas al Congreso dos iniciativas de ley para amortiguar el efecto de la crisis sobre los trabajadores; lo acompañan los secretarios de Trabajo, Javier Lozano; Economía, Gerardo Ruiz, y el director del IMSS, Juan Molinar Horcasitas MEDIDAS CONTRA LA CRISIS. El presidente Felipe Calderón firma antes de enviarlas al Congreso dos iniciativas de ley para amortiguar el efecto de la crisis sobre los trabajadores; lo acompañan los secretarios de Trabajo, Javier Lozano; Economía, Gerardo Ruiz, y el director del IMSS, Juan Molinar Horcasitas Foto: Marco Peláez

El mundillo de los expedientes y las formalidades ha sido convertido en el caso Atenco en tapaojos de lujo por los miembros (con las sabidas excepciones de los ministros Genaro Góngora Pimentel y Ramón Cossío Díaz) de una Corte corta que se autodefine como Suprema en función de su lazo políticamente consanguíneo con lo superior, la elite, las altitudes del poder. Comedia de enredos en que ciertos personajes de vestimentas ceremoniales aparecen supuestamente sabios, ceñudos, solemnes e infranqueables, para recitar pasajes jurídicos varios y pre- sentar argumentos de supuesta convicción formal para convencer a una sociedad, justificadamente escéptica, de que los directamente responsables de la barbarie cometida en mayo de 2006 no son los jefes políticos y administrativos supremos, sino los mandos policiales incontrolados. La Doctrina Chimoltrufia emitida entre togas y maderas finas: como dicen los máximos jurisperitos oficiales que sí hubo violaciones graves a los derechos humanos, también dicen que no hay por qué llegar a niveles tan presidenciablemente altos, surcados por Quiques Gaviotones influyentes y pajarracos adjuntos, como el almirante Wilfrido Robledo o el entonces gran jefe Pefepo Ardelio Vargas (luego aparecido con igual aureola represiva en Oaxaca, quien ahora busca ser diputado priísta por la heroica Puebla del góber pernicioso).

Atenco es una dolorosa confirmación de que la realidad palpitante (incluso televisada) puede ser diluida en cuanto entra al proceso de falsificaciones institucionales llamado “justicia”. Centenares de ciudadanos mexicanos fueron víctimas de un excesivo uso de la fuerza pública y el saldo por todos conocido consistió en muertos, heridos, secuestrados, desaparecidos y perseguidos en su propio país (como América del Valle). Los días terribles de Atenco (no sólo los dos en que la Corte pretende centrar sus indagaciones, sino los posteriores; en realidad, hasta la fecha) significaron el terrible y escandaloso abatimiento del largamente cacareado estado de derecho: asesinatos, agresiones directas a personas indefensas, detenciones sin orden judicial ni flagrancia en la comisión de delitos, agresiones sexuales a mujeres, allanamiento de moradas, torturas y el encarcelamiento en centros de alta seguridad de los líderes del movimiento social y su penalización insostenible, con una sentencia cuya dimensión refleja el interés de castigar ejemplarmente a dirigentes no manipulables. Sentencia desproporcionada y dolorosamente irónica si se le contrasta con el diario deambular impune de las bandas de criminales extremos, con credenciales oficiales y sin ellas, que han sumido al país en un baño de sangre y han instalado una auténtica ley de la selva (el término fue usado ayer por el ministro Góngora), sin autoridad que valga, sin leyes que sean respetadas y sin justicia para nadie.

¿Estado de derecho, legalidad, justicia? Ayer mismo, para no ir tan lejos, fue baleada la casa del director del diario sinaloense El Debate de Guasave, Moisés García Castro, en una más de las acciones violentas contra el periodismo mexicano que se despliegan desde ese monstruo bicéfalo que forman el narcotráfico y el aparato policiaco-militar. De inmediato comenzó la farsa de las investigaciones (si el asunto creciera, hasta podría ser nombrada una comisión de la Suprema Corta de Vista, o Visible a partir de una Corta, para que indagara a fondo y emitiera algún proyecto de dictamen que luego los Hombres de Negro votarían para decir que sí, pero siempre no, o que sí hubo violaciones, pero tantitas y por culpa de mínimas ánimas anónimas). En Chihuahua, la capital de la entidad más dañada por la guerra oficial de reacomodo del negocio del narco, arrojaron un par de granadas, que no estallaron, a las oficinas de la subprocuraduría estatal de “justicia”. Todo en el contexto del profundo deterioro de esa institucionalidad caricatural, en la más completa colusión de gobernantes, funcionarios y presuntas fuerzas del orden con los grupos de criminalidades múltiples que compran, doblegan y, en caso de traición, exterminan a las instancias que deberían procurar o suministrar justicia.

Lágrimas y risas en el país llamado Estamos Hundidos Mexicanos, con el profeta del desastre redituable, Carlos Slim, que retoma la estafeta del catastrofismo, estigmatizada por el gerente general de Calderolandia, Felipe el Tristemente Optimista, y suelta dosis preventivas de realismo para que pueda ser entendida la gravísima dimensión de la crisis en curso, misma que irá más allá de los catarritos previstos por el antes alegre Carstens y de las pretensiones de falsa ecuanimidad e infantil fanfarronería de su jefe Calderón. En medio de la tempestad económica, el Poder Televisor de la Federación sigue vacilándose a quienes creen tener poder electoral, los muñequitos que los partidos impusieron como condicionados consejeros del IFE. Primero fue el exceso de propaganda, en paquete y en momentos intencionalmente seleccionados para causar irritación social; ahora fue la abstinencia contrastante. Primero todos, luego nada. El juego del gato programador con el ratón dizque regulador. Y, por si fuera poco, que dice el obispo de Celaya, Lázaro Pérez, que no es para tanto el argüende armado porque policías habían detenido a monjas y las habrían desnudado en Dolores Hidalgo. Tales abusos no merecen rechazo ni enojo de los jerarcas del rito que es mayoritario en México, pues las mujeres “son unas farsantes, ladronas y sinvergüenzas”; “sí son monjas, de algún modo, pero pertenecen a la congregación de monseñor Marcel Lefebvre, obispo tradicionalista”. En la ruda pelea por el mercado religioso, el poseedor de la franquicia católica en la tierra de las cajetas desdeña a la competencia, pues “pertenecen a un grupo sectario”. Y, mientras el general secretario Galván llama a la unidad nacional, ¡hasta mañana, con Calderón tratando de abrir las puertas de los fondos de crédito y ahorro del IMSS y el Infonavit para que el desempleo consuma desde ahora el de por sí maltrecho futuro!

 
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