Usted está aquí: jueves 5 de febrero de 2009 Opinión PRD: reconstruirlo desde abajo

Paco Ignacio Taibo II

PRD: reconstruirlo desde abajo

I. En las últimas tres semanas he participado en una serie de reuniones y pláticas esquineras, conversaciones telefónicas e intercambio de emails con amigos y compañeros de izquierda de la delegación Cuauhtémoc. Volví a ver viejas caras, rostros de amigos que respeto enormemente, gente que ha resistido el beso maligno del paso por el poder y que conserva una posición crítica.

Conversé con el diputado Suárez del Real, con los novelistas Belarmino Monteverde, Juan Hernández Luna, hablé por teléfono con Rosario Ibarra, con Marcos Rascón, con Enrique González Rojo y Alicia Torres, me reuní con Paloma Saiz y el diputado Tomás Pliego, con Samuel Paz, Paco Saucedo y Yola, con el diputado Armando Barreiro, con Chela Gutiérrez y Armando Martínez Palomo.

Había una serie de preguntas de las que no suelen hacerse en voz alta pero que se están haciendo por todos lados y que teníamos que contestar: ¿Ya no tiene salvación el PRD y por lo tanto los partidos satélites que lo acompañan? ¿La lucha electoral como sentido único ha pervertido a tal grado las propuestas originales que no hay cambio posible? ¿Tantos años de sueldos, cargos, choferes, asientos en oficinas medio lujosas, teléfonos celulares, secretarias, asistentes, cuijes, ayudantes, comidas a cargo del presupuesto, poder pinche, en suma, han diluido al grado cero la lógica transformadora y antiautoritaria de la generación del 68?

Puede ser que las preguntas lleven el sí dentro de ellas mismas, pero la perspectiva de futuro parecía hacer interesante la idea de probar una vez más.

II

En el corazón de todas estas preguntas se encontraba la certeza de que lamentablemente la izquierda nunca había gobernado esta ciudad. Hombres de izquierda heredaron un modelo de gobernar basado en la lógica priísta y quedaron atrapados en la inercia de sus poas, sus candados, sus normativas, sus maneras de hacer, su burocracia. Un modelo que dificultaba al máximo la relación entre la administración y los ciudadanos para dejar que la corrupción fuera el aceite que ayudara a medio engranar el sistema. Y hombres de izquierda no fueron capaces de cambiarlo.

Hombres y mujeres de izquierda hicieron gobiernos dentro de la lógica administrativa del viejo régimen. Hombres de izquierda gobernaron con una administración de derecha y con programas que en el mejor de los casos eran de centro. Lo deseable se volvió lo posible. Lo posible se volvió poco. La mística cardenista del 97 se fue diluyendo.

Es cierto, esta ciudad en los últimos años ha tenido grandes momentos de gestión, bastantes, sin duda. Ha avanzado en el proceso de democratización respecto a la ciudad que yo conocí en los años 60. Habría que estar ciego para ignorar la expropiación de los terrenos de la cabeza de Juárez con Cárdenas, los repartos masivos de literatura gratuita en el Zócalo con Rosario, los programas sociales de López Obrador, la extensión de la medicina social a millares de ciudadanos, muchos de ellos de la periferia del DF, ahora con Ebrard; y sólo cito unos cuantos éxitos.

Paradójicamemente esto se da en un momento en que la ciudad de México tiene una base militante como nunca había tenido en su historia, la generación de los cincuentones que acumula 30 años de experiencia de luchas.

III. La queja

Parte del descontento que hay en la delegación, una muy buena parte, surge de la manera como ha sido administrada por el PRD en estos últimos años. Desde luego, abundantes prácticas clientelares, acarreos, movilización de peticionarios al gusto político de los que entregan proyectos de vivienda, plazas laborales. Pero, y esto es lo más grave, abundantes muestras de corrupción en el manejo de las obras públicas, en los trámites burocráticos, en los permisos para operar restaurantes y bares.

Mi amigo Marco Barrera, en un documento que anda circulando por Internet, traza el panorama de la colonia Condesa, de la que somos vecinos: “Al espejismo de los restaurantes con mesitas en la banqueta, mismos que defendimos hace 10 años, porque ayudaban a crear tejido social en una ciudad recalcitrante, estas autoridades lo transformaron en jugosa gerencia de permisos, licencias o, al clausurarlos, de multas o mordidas que unos y otros usufructúan y sacan tajada: vil piratería; me refiero a los “inspectores” y las tres empresas de valet parking. Me refiero a los tres despachos de abogados que por 150 mil pesos reabren negocios clausurados para que después se clausuren y así sucesivamente”.

Pero he escuchado panoramas igual de perversos respecto a Tlatelolco, Tepito o el Centro Histórico.

IV. René

Yo no creo, contra lo que muchos creen fervientemente, que sea de los que se han llenado el bolsillo con los dineros públicos, más allá de las ligas que en televisión lo condenaron. Lo que sí creo y he visto a lo largo de mi tormentosa relación con el PRD durante largos años, es que es el fiel representante de una manera de hacer política con la que discrepo con furor apache: la lógica de la libretita y el amasamiento del poder. René Bejarano construye poder ofreciendo a movimientos sociales, cuadros y dirigentes: paraguas, financiamiento, empleo. El suyo es un laborismo (en el sentido del reparto de trabajos, no es que se me haya vuelto inglés) que compromete al que lo acepta y lo subordina. En ese sentido el aparato estatal del DF es su Parnaso y la delegación Cuauhtémoc su caja chica. Nunca lo vi discutir principios, propuestas políticas, proyectos programáticos, ideas para cambiar el mundo. Nunca lo oí hablar de moral, perfiles profesionales o habilidades técnicas. Negocia con el diablo, o es el diablo. Habla de cuántas canicas traes, cuántos puestos de trabajo se pueden conseguir, qué me das y que te doy, en ese pernicioso baile electoral que se ha vuelto el sentido y razón del PRD, su dueño y su dios en los últimos años y que ha logrado que el PRD parezca un PRI menos agresivo en lo represivo, con algunos tintes sociales menores, pero igual de incapaz de querer cambiar el mundo, porque en el fondo del corazón de la nueva burocracia está el mensaje del gatopardo: “todo tiene que cambiar para que todo quede igual”.

Bejarano ha anunciado que su corriente apoya la candidatura de un oscuro funcionario de la delegación apellidado Torres (coludido en prácticas corruptas, me dicen, aunque no tengo constancia), ha construido la “candidatura oficial”, y por tanto, la herencia de la manera de hacer gobierno en esta delegación, que ya hemos vivido.

Al tal Torres lo apoya también el actual delegado, José Luis Muñoz. Curiosamente, Muñoz, es un ciudadano con el que personalmente no tengo quejas, las veces que hemos topado en la vida pública le he oído discursos muy decentes (sobre el movimiento del 68), o lo he visto moverse en cosas que me gustan: repartos de libros gratuitos a adolescentes en Tlatelolco, inauguración de tianguis de “Para leer en libertad” y me consta que en estas acciones ha puesto ganas y buena fe. Pero sin duda es corresponsable del malestar ciudadano y sus causas, y desde luego de la promoción de la candidatura “oficial”.

Una candidatura oficial harto peligrosa para los ciudadanos de izquierda, no sólo por lo que en sí misma contiene, sino porque va a provocar disidencia y abstención y dejará libre el camino para que el PRI reconquiste terreno. Y si nos quejábamos del Babas, veremos de lo que son capaces los amigos de Alí Babá.

V. Más ciudadana que tribal

¿Es posible pues derrotar a esta candidatura en las primarias perredistas? ¿Y derrotarla con qué y para qué?

En principio, pareciera que es obvio, con una candidatura más ciudadana que tribal, que vaya más allá de los grupos, más allá de las siglas y desde luego, más allá de las cuotas y el reparto de canicas.

Más allá de las tribus y las siglas porque tiene que romper la lógica que hasta ahora se ha impuesto en esta ciudad. Y desde luego que reniegue de las cuotas. El sistema de cuotas impuesto en las negociaciones de las tribus perredistas implica el reparto, de acuerdo con el caudal electoral de lo que cada tribu aporte, de cargos de dirección en el aparato gubernamental. Pones tantos, tantas direcciones generales. Tantos votos, tantos despachos. Ha sido uno de los más graves problemas que el PRD ha vivido en el DF, y creo que en cualquier lado por el que haya pasado como poder. Las cuotas implican que para la selección de un encargado de agua potable, se use como único criterio el: “A ti te toca” y nunca se pregunte si el que llega tiene una mínima idea de lo que le tocará administrar. El designado incapaz se protegerá con otros más incapaces e igual de ineptos que no le hagan sombra (que trabajen políticamente para él) y conseguirá a nivel inferior alguien que arregle los problemas reales. Así, compañeros con habilidades en desarrollo social, fueron a dar a cultura, donde hicieron un desastre, gente capacitada en vivienda terminó haciéndose cargo de perros callejeros y un veterinario acabó de contador. Todos aquellos que hayan tenido un mínimo contacto con la administración perredista de estos últimos años, saben que la maldición existe, que la maldición premia la mediocridad y la ineficacia, que tiene una capacidad de autodestrucción dentro del aparato inmensa.

VI. ¿Un programa?

Un programa de izquierda es la mezcla de lo posible y lo imposible pero deseable. No sólo de lo realizable, también de lo que hay que ir preparando y sujetando a la discusión de la sociedad.

Es obvio que se trata de cancelar, abolir, exterminar ese cáncer de la vida pública mexicana que se llama corrupción. Y es obvio que para hacerlo hay que crear, en la dirección del proceso, un grupo de ciudadanos al margen de toda sospecha y que piensen que la corrupción no sólo lesiona y enmierda al que la practica, lo destruye moralmente. Y es posible hacerlo, los hay, y muchos. El problema es crear la pinza que desde arriba y desde abajo ataque simultáneamente el fenómeno endémico. Y eso significa convocar a los ciudadanos a darle en la madre a la corrupción.

Pero también significa eliminar los requerimientos y los trámites administrativos absurdos, significa reducir substancialmente el poder de la burocracia, significa cambiar los sistemas de oferta de empleo, los sistemas de concesión de obras.

Evidentemente, no es tarea de un delegado, es tarea de un equipo que colectivamente asuma las tareas con una mezcla de profesionalidad y motivación ideológica.

Y no basta, el programa debe poner sobre la mesa un montón de cosas, por ejemplo, la necesidad de que adelantándonos a la crisis se promueva delegacionalmente una red de cooperativas de consumo, que tratando directamente con los productores bajen los precios de los productos alimenticios. Por ejemplo, como dice el documento que ha circulado el diputado Tomás Pliego: “El número de doctores, ortodoncistas y enfermeras que laboran hoy en día en la delegación, hace totalmente viable concretar un programa de salud preventiva que operará gratuitamente colonia por colonia, pero de manera especial, en aquellas donde reside el mayor número de ciudadanos en situación de pobreza”.

Por ejemplo, el privilegiar a las cooperativas para la realización de obras públicas y el estimular estructuras cooperativas para las obras menores de la delegación.

Como por ejemplo, hacer cumplir a rajatabla la Ley Federal del Trabajo, resolver situaciones eternas de eventualidad.

Como por ejemplo, liberar al aparato de gasto innecesario, carga burocrática, salarios desproporcionados, para liberar fondos que permitan profundizar en la obra social.

Como por ejemplo, impedir que se privatice las calles poniéndoles plumas, los pedazos de banqueta, los espacios para estacionamiento, devolviéndole al conjunto de la sociedad lo que algunos tratan de robarle.

Como por ejemplo, crear una brigada de choque para atender situaciones urgentes en la vivienda, donde un derribo o una inundación crea una tragedia que se perpetúa.

Y desde luego un plan imaginativo en la cultura, que revitalice las casas de cultura y ponga la imaginación y la experiencia a la vanguardia.

VII. Eso, o el hondo bajo fondo

Y es esto, o la abstención y dejemos que se llegue al final para desde “el hondo bajo fondo donde el barro se subleva”, como decían los Quilapayún o los Inti Ilimani, o quién sabe quién, en épocas más heroicas y menos complicadas, todo se reconstruya desde abajo.

 
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