Usted está aquí: lunes 2 de febrero de 2009 Opinión Aprender a morir

Aprender a morir

Hernán González G.
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■ Conocí a dos mujeres...

Pensaba referirme a la soberbia desbocada de algunas instituciones, por ejemplo la arquidiócesis de México y su nivel de respuesta a cuantos no estemos de acuerdo con lo dicho por el mandatario que extraña al Papa, pero la vida es mucho más fuerte que el poder y nos confirma, a diario, la ubicación del verdadero espíritu, siempre a muy prudente distancia de los distintos templos y sus insaciables mercaderes.

Conocí a dos mujeres cuya entereza ante al dolor atroz que experimentan logra equilibrar la debilidad extendida entre los que se sueñan fuertes. Conocí a dos mujeres que en medio de su hondísima pena son capaces de erguirse para reflexionar en voz alta con una fortaleza contagiante. Conocí a dos mujeres cuya inteligente sensibilidad les permite comenzar a relativizar su agobiante pesadilla.

Por un momento, sólo por un momento, imagina que te despiertas con la enloquecedora noticia de que tu único hijo y nieto favorito acaba de morir en un estúpido accidente de tránsito. Imagina además que él ni siquiera conducía el vehículo que fue impactado. Sigue imaginando que el joven era egresado de una renombrada universidad privada y mientras allí estudiaba organizó una audición con arias de La Traviata, pues llevaba 13 años estudiando canto y guitarra clásica, y que antes de iniciar la función había dicho a un auditorio repleto: “Los que se reciben de tecnócratas también tienen que adiestrar su corazón y mejorar su sensibilidad a través del arte”.

Imagina igualmente que ese hijo único y nieto, cuando lograban convencerlo de ir a un antro, se taponaba los oídos con servilletas de papel, que hablaba perfectamente inglés e italiano, que sabía varias óperas de memoria, que era un ávido lector y un apasionado experto en cine de autor, alegre, cariñoso, trabajador, guapo y, además, ¡buen cocinero!

Espíritus así pareciera que el mundo no logra hechizarlos del todo, y que la luz de su conciencia y el refinamiento de su corazón requieren, pronto, de otros niveles para seguir siendo y estando, pues su etapa de aprendizaje y enseñanza en este plano suele ser breve por necesidad.

Conocí a dos mujeres cuya voz y mirada me transmitieron el orgullo casi olvidado de quienes, con grandeza, logran aceptar la sinfonía terrible de la muerte y la vida con el desafío y la fuerza que dan la autoestima y el amor, antes que la resignación y el miedo, tan gratos a los mercaderes.

 
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