Usted está aquí: lunes 2 de febrero de 2009 Opinión La tormenta y los jinetes

León Bendesky
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La tormenta y los jinetes

El título no alude a la sesentera canción de The Doors. ¿De quién habrá sido la ocurrencia de llamar así a la sesión en el Foro de Davos para vender oportunidades de negocios en México? Las metáforas le rindieron bien a Jim Morrison, aunque ésa fue su última grabación y murió poco después.

La economía mexicana se tambalea, pero según el gobierno pueden más las ilusiones. “Prefiero un escenario equilibrado que el manejo de cifras negativas”, dijo frente a la declaración de Guillermo Ortiz, del Banco de México, acerca de que ya estamos en una recesión. Esa tónica marcó las intervenciones en Davos, donde nadie se hizo ilusiones de nada, al contrario.

La marcha de la economía y los conflictos políticos del país no se someten a la voluntad. Los mitos tienen ciertas funciones para los seres humanos, pero no sirven para regular las relaciones sociales. Un poco de realismo es indispensable.

Hemos pasado, entonces, de tratar de gobernar mediante los cazadores de talentos a la promoción con las relaciones públicas y a fabricar una imagen de México para crear percepciones favorables. La imagen de la tormenta y de quien la cabalga es muy poco afortunada.

A los mitos sucumbe el secretario de Hacienda Carstens. Dijo hace unos días en el foro ¿Qué hacer para crecer?, organizado por el Congreso: “aun considerando las acciones realizadas y las que acordemos, es inevitable que la economía mexicana experimente algunos periodos de estancamiento o de contracción”.

Y esto qué significa. Es, cuando menos, un análisis pobre y difuso de la situación en términos técnicos y un señalamiento político vacío de contenido. Exactamente lo que no se necesita en esta sociedad. Ya ni siquiera es un discurso posible en el Fondo Monetario Internacional.

Los datos que se generan en el Inegi, el Banco de México y Hacienda son bastante contundentes y expresan los crecientes problemas de las grandes empresas para pagar sus deudas, así como la cada vez más frágil situación de los negocios y de las familias. También son indicativos los datos que vienen de fuera, especialmente de Estados Unidos. En efecto, hay una tormenta y los jinetes que cabalgan en ella suscitan grandes cuestionamientos. Complacerse porque la economía haya crecido 1.5 por ciento en 2008 es un tanto inútil puesto que el problema es hacia delante. Esto parece obvio.

La actual crisis no proviene sólo de una falla en el mercado y en la regulación de los créditos hipotecarios y que puedan aislarse. Tiene un sustrato estructural que pone en cuestionamiento una forma de acumulación del capital y de gestión de los asuntos públicos que se impuso de manera general desde hace 30 años.

Pero el discurso del gobierno está desfasado, no se corresponde con el tiempo de la crisis ni con las transformaciones que se requieren. Lo mismo ocurre con la visión que se mantiene de las políticas públicas; se sigue hablando de la regulación y la competencia, de las políticas financieras y comerciales como si no pasara nada relevante, como si al superarse la tormenta todo volvería a ser igual.

En los meses por delante habrá fuertes presiones sobre la producción, el empleo, el crédito, el endeudamiento y el valor del peso. El sustento estructural de la economía se va a resentir de manera significativa. Esto va a ocurrir en un entorno de creciente desigualdad social, con mayor inseguridad pública y presiones sobre la capacidad del Estado para imponer la legalidad y con mayor descontento de la gente.

Los jinetes que tenemos no parecen, necesariamente, los más adecuados para cabalgar en la tormenta. Aunque según el presidente Calderón son los mejores del mundo. Falla la memoria. Lo mismo se dijo del equipo económico de finales de la década de 1980 en el gobierno de Salinas.

El equipo económico, en especial en el banco central y Hacienda, es el mismo de hace 20 años con un reciclado endogámico difícil de encontrar en otras partes del mundo. Esta cuestión no se puede seguir trivializando y menos ahora.

Ahí encaja la reunión de Calderón con Zedillo en Davos, donde el ex presidente afirmó que costó más a México la crisis financiera de 1995, con el fiasco del Fobaproa, que lo que costará a Obama su plan de salvamento bancario. ¿Era necesario ese encuentro público en estos momentos? ¿A quién convienen esas declaraciones?

Zedillo también se tomó la foto con Ángel Gurría, otro avezado jinete de tormentas, protagonista de 1982 y 1995. Afirmaron que son expertos en crisis. Ambos representan no el cinismo de las altas esferas del poder, sino que son una muestra de la irrefrenable frivolidad que se ha instalado (en un sentido literal de ser ligero, veleidoso e insustancial).

Ahora los hombres del poder en México –pasados y presentes– se disputan quién ha tenido la peor crisis. Ése es el entorno que prevalece desde hace casi tres décadas. Y esto no es irrelevante.

Mientras, la atención y las acciones del gobierno están desenfocadas. Así se advierte de las discusiones que se entablan, las prácticas que se siguen y las políticas públicas que se ejecutan.

 
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