Usted está aquí: viernes 30 de enero de 2009 Opinión La política del campo de concentración

Raúl Zibechi

La política del campo de concentración

Sólo abusando del lenguaje puede concebirse la incursión israelí en la franja de Gaza como parte de una guerra. El concepto de guerra supone el enfrentamiento entre dos cuerpos armados, regulares o irregulares, estatales o no estatales. En este caso, la desproporción de fuerzas es tan evidente que, en rigor, no puede hablarse de verdaderos combates. Ni siquiera es aplicable el concepto de “guerra asimétrica”, creado por los estrategas militares imperiales para dar cuenta del conflicto entre estados y actores no estatales.

Cuando la relación de muertos por cada bando es de uno a 100 y la de heridos la supera con holgura, por no hablar de los daños materiales, que se encuentran en su totalidad en un solo lado, parece evidente que se debe acudir a otras ideas para dar cuenta del proceso en curso. Puede hablarse de política de exterminio o de terrorismo de Estado, pero la trascendencia de lo que sucede impone ir más allá. El filósofo italiano Giorgio Agamben sostiene en sus libros Lo que queda de Auschwitz y El poder soberano y la nuda vida que existe un espacio donde el estado de excepción es la regla y donde “la situación extrema se convierte en el paradigma mismo de lo cotidiano”. Ese lugar es el campo de concentración.

En efecto, el campo de concentración es aquel espacio donde aparece la “vida desnuda”: la vida despojada de cualquier derecho, de modo que la inexistencia de estatuto jurídico –hija directa del estado de excepción devenido en regla– permite que al ser humano que ha sido excluido y recluido en el campo “cualquiera puede matarle sin cometer homicidio”. Para Agamben el campo de concentración es el acontecimiento fundamental de la modernidad, porque es “el paradigma oculto del espacio político”.

La radicalidad de su pensamiento lo lleva a asumir que la política actual se ha transformado en el espacio de la “vida desnuda”, es decir, en un campo de concentración donde se practica el dominio total. “La esencia del campo de concentración –asegura– consiste en la materialización del estado de excepción y en la consiguiente creación de un espacio en el que la vida desnuda y la norma entran en un umbral de indistinción”. Toda vez que las elites del planeta necesitan ese dominio total para mantener a raya a los de abajo, porque abandonaron los estados de bienestar con los que buscaron integrar a las “clases peligrosas”, el estado de excepción se convierte en el modo de gobierno dominante.

En suma, el campo de concentración como paradigma de la dominación actual. La población de Gaza vive, de hecho, en un gigantesco campo en el que no pueden ejercer sus derechos, ni siquiera el elemental de elegir mediante el voto a sus gobernantes. Debe recordarse que la etapa actual del conflicto comenzó cuando la población votó mayoritariamente por Hamas, algo que ni Israel ni Estado Unidos ni la Unión Europea están dispuestos a tolerar.

Pero Gaza no es, por cierto, el único campo de concentración existente en el mundo en el sentido que le da Agamben. Su existencia alumbra un modo de dominación que va ganando terreno en todo el mundo. ¿Cuántos espacios existen donde es posible matar al otro sin cometer homicidio? En América Latina es la situación cotidiana de buena parte de los pueblos originarios y de millones de habitantes de las periferias pobres de las grandes ciudades. ¿Qué son las favelas brasileñas y los barrios de Puerto Príncipe sino enormes campos de concentración a cielo abierto, donde el Estado puede “no ya hacer morir ni hacer vivir, sino hacer sobrevivir”? Con la excusa del narcotráfico y la delincuencia miles de latinoamericanos pobres son muertos cada año con total impunidad.

Al pueblo mapuche se le sigue aplicando la ley antiterrorista de Pinochet para resolver conflictos sociales y las comunidades están militarizadas. Patricia Troncoso realizó una huelga de hambre de más de 100 días, a fines de 2007, sólo para tener la posibilidad de que sus demandas sean escuchadas. Los cortadores de caña afrocolombianos tuvieron que hacer dos meses de huelga para conseguir que la patronal aceptara reunirse con ellos. Los ricos del azúcar nunca se dignaron tratarlos como seres humanos.

Pero hay algo más. Desde el momento en que, según Agamben, el campo de concentración se ha convertido en el paradigma biopolítico de Occidente y que ello impide cualquier “retorno posible a la política clásica”, surgen nuevas preguntas. ¿Cómo hacer política desde y en el campo de concentración? No lo sabemos, porque apenas estamos comenzando a comprender estas nuevas realidades. Sabemos, sí, que hacer política desde las instituciones es un modo de consolidar el campo de concentración, ya que sus reglas y modos están hechos a la medida de los guardianes que pueden “matar sin cometer homicidio”.

La fuga no parece posible porque no existe un afuera, sino un archipiélago de campos destinados a albergar a los de abajo. La tendencia dominante en las democracias occidentales, dice Agamben, consiste en que “la declaración del estado de excepción está siendo progresivamente sustituida por una generalización sin precedentes del paradigma de seguridad como técnica normal de gobierno”. De ese modo se instaura una suerte de totalitarismo, a través de “una guerra civil legal, que permite la eliminación física no sólo de los adversarios políticos sino de categorías enteras de ciudadanos que por cualquier razón resultan no integrables en el sistema político”.

Reinventar la lucha por la emancipación en estas condiciones y en esos espacios supone hacer política por fuera de las instituciones. Para hacerlo, no tenemos una teoría ya pronta para ser aplicada, entre otras cosas porque las nuevas formas de dominación están siendo ensayadas gradualmente. Sólo podemos contar con la experiencia de nuestros pueblos que buscan desbordar el estado de excepción permanente con iniciativas novedosas. La minga indígena en Colombia, la otra campaña zapatista, la resistencia mapuche y de los pobres urbanos, son referencias y pueden ser inspiración.

 
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