Usted está aquí: jueves 29 de enero de 2009 Cultura Cuentos eróticos africanos

Olga Harmony

Cuentos eróticos africanos

Por diversos motivos apenas ahora me ocupo de esta propuesta basada en El Decamerón negro como conocemos esta serie de cuentos que Leo Frobenius recopiló, como hizo con poemas y relatos escuchados directamente de la tradición oral en diversas regiones de África. Sabido es que el antropólogo alemán de finales del siglo XIX y principios del XX, a pesar de no tener estudios formales, creó varias instituciones, tuvo gran influencia en la antropología de la época y es tenido como uno de los mayores difusores de la negritud, sobre todo por sus concepciones teóricas y por el gran interés que tuvo en entender a los diferentes pueblos del llamado continente negro. El colectivo Esquina Latina de Colombia escogió tres de estos relatos (aunque es una lástima que no se nos haga saber a qué pueblo o región de África se deben, ya que éste es, como todos, un continente pluricultural y sin duda hay distingos en su manera de encarar lo erótico) para darles presencia dramatúrgica que utiliza varios recursos, el de los diálogos tradicionales y el de la narración que algunos personajes llevan a cabo. La compañía mexicana Gomer Caracol Exploratorio –de la que tengo como único antecedente el montaje de Pipí, la obra infantil de Jaime Chabaud– tomó la adaptación del grupo colombiano y la escenificó bajo la dirección de Jesús Jiménez –del que, definitivamente, no pude obtener mayores datos– y de Marisol Castillo que también actúa en ella junto a otras tres actrices.

Como muchos relatos del folclor universal, éstos son una mezcla de ingenuidad y malicia con el añadido de una gozosa sexualidad, abierta y sin matices, que desdeña la sensualidad del erotismo como se conoce en la cultura heredada de los europeos en la que estamos inmersos. En el primer relato, Leyenda de las amazonas, el primer hombre y la primera mujer descubren sus atributos sexuales y el placer del coito, volviéndose el macho el sojuzgador de la hembra, hasta entonces la dominante, y teniendo una prole que tendrá que descubrir también el sexo.

En esta primera parte, la escenografía de Sergio López y Alberto Prieto consta, además de los paneles posteriores que se conservarán en toda la escenificación, de unas tiendas de gasa que son utilizadas muy creativamente por las dos actrices Amada Domínguez y Marina Vera como hombre y mujer, con movimientos coreografiados por Manolo Vázquez, algunos muy explícitos, mientras Uziel García Jacinto toca la tambora en lo que el programa llama música en vivo, aunque se utilicen diferentes grabaciones. El vestuario de las actrices quizás se pueda interpretar como africano en el primer relato, no lo puedo afirmar al no ser experta, pero no así en los dos siguientes.

Un hombre cuyo oficio es el amor es el relato de tres hermanos, uno albañil, otro carpintero y el tercero y protagonista, un nsäni o Don Juan cuyo oficio es dar placer a las mujeres por lo que recibe espléndidos regalos de oro de todas las ricas que lo contratan y que al final lo harán desposarse con una reina viuda en un giro muy divertido de la historia. En este relato se alternan como relatoras y como personajes, el hombre y las sucesivas mujeres, Muriel Ricard y Marisol Castillo vestidas, de manera extraña, como afroamericanos varones de la era del jazz, efecto acentuado por la música grabada, quizás como una expresión de la negritud muy distante de la África original.

Este mismo atuendo lo conservan ambas actrices, combinado con el africano de Amada Domínguez y Marina Vera en el cuento Las hijas del juez también pleno de la malicia masculina en contraste con la astucia femenina en un forcejeo que desde luego será ganado por el hombre. Aquí no se dan los juegos escénicos de cambio de roles que tan efectivamente dieron Muriel y Marisol en el cuento original, sino que cada actriz interpreta a un personaje, las dos sensuales hermanas, el hombre joven y el viejo juez que también hace las veces de narrador y la chispa del cuento se da por la narración misma. Son cuatro buenas actrices, aunque sobresalgan Marisol Castillo y, sobre todo, Muriel Ricard cuya gracia e intencionalidad son una verdadera delicia para el espectador.

 
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