Usted está aquí: martes 27 de enero de 2009 Opinión Los límites de la voluntad

José Blanco

Los límites de la voluntad

En un artículo posterior a la elección de Obama, el premio Nobel de Economía 2008, Paul Krugman, escribió conmovido, palabras más, palabras menos, que quien no derramó al menos una lágrima por la elección del primer presidente afroestadunidense no tiene sensibilidad por lo que ocurre socialmente en Estados Unidos y en el resto del mundo. No hay duda de que ese pensamiento reflejaba una gran expectativa de cambio. La misma que se advierte en vastos espacios sociales del mundo.

Aunque aún no hay un recuento final de los televidentes que presenciaron la toma de posesión del presidente 44, la CNN y la BBC estimaron que el pasado día 20 pudo ser el suceso más visto por televisión en la historia de Estados Unidos. Un canal español transmitió espacios donde los españoles veían el acto en televisión con un entusiasmo similar al de los propios estadunidenses, e igualmente transmitió el efecto que causó en otros países de Europa. La euforia se reproducía y contagiaba en todas partes.

La repercusión en los medios de prensa difícilmente hallará un símil para otro suceso. He aquí una pequeña muestra: El País (España): Obama culmina el sueño de cambio; Clarín (Argentina): Ganó Obama y EU tendrá su primer presidente negro; El País (Cali, Colombia): El cambio ha llegado; El Tiempo (Colombia): El cambio ha llegado a Estados Unidos, Barack Obama logró prácticamente lo imposible; Timesonline (Reino Unido): Change has come; O Globo (Brasil): A mudanza chegou; Financial Times (EU): World welcomes Obama victory; Washington Post (EU); The New York Times (EU): OBAMA - Racial Barrier Falls as Voters Embrace Call for Change; Miami Herald: Obama: Change has come to America; Cadena (Venezuela): Obama hace historia y gana las elecciones de EU; El Nacional (Caracas): El cambio ha llegado; El Universal (Caracas): Chávez ratifica interés en dialogar con EU; El País (Uruguay): Obama presidente y ya cambió la historia, el mundo saluda el “cambio”; Observa (Uruguay): Obama conquistó la Casa Blanca, Fiesta electoral en Montevideo; Minutoaminuto (Argentina): El cambio ha llegado a los Estados Unidos; El Universal (México): Festeja el mundo triunfo de Obama; elPeriódico.com (España): ya no es un sueño; Página 12 (Argentina): El cambio llegó a Estados Unidos.

Las televisoras y los encabezados periodísticos festejan, y supongo que grandes grupos sociales en Occidente vivieron con emoción el profundo acto simbólico que significó que un negro haya conquistado el mayor poder ejecutivo del planeta, en contienda contra la gran aristocracia política estadunidense. Esa cara del complejo poliedro político implicado en esa elección histórica fue sumamente emotiva.

La mayoría de los medios periodísticos han contribuido a despertar en grandes masas expectativas mayúsculas no sólo en Estados Unidos, sino en Occidente en general y en los países dependientes.

Entre más alto lleguen esas expectativas –acrecentadas sin duda por las medidas que Obama ha puesto en acción en las primeras horas de su gestión–, mayor puede ser el desencanto frente a lo que será imposible que resuelva. No es verdad lo que dicen esos encabezados: el cambio no ha llegado.

Contra la buena fe, y el gran capital político y moral con el que llega Obama, está la realidad contundente de las estructuras de poder de derecho y de hecho contrarias a los sentimientos de justicia de Obama. Debe decirse que el 44 no es inocente respecto a la fuerza de los factores reales de poder que tiene en contra.

Faltan definiciones del presidente Obama que no se sabe si llegarán. Ahí está, por ejemplo, la fallida reconstrucción de Irak: Bush entregó miles de millones en contratos sin licitación, que no fueron cumplidos y que fueron conseguidos por sus beneficiarios mediante sus conexiones políticas con el gobierno de Bush, sus personeros o socios. Ninguna averiguación sobre estos sucios asuntos se ha anunciado.

El pasado domingo 18 de enero, interrogado sobre si investigaría sobre los múltiples crímenes de Bush, Obama respondió: “No creo que nadie esté por encima de la ley”, pero “necesitamos ver hacia delante en vez de mirar hacia atrás”. Una respuesta desalentadora. ¿Quedará impune la cantidad masiva de crímenes y delitos cometidos por la administración de Bush? Probablemente.

Mientras Obama elaboraba un discurso anestésicamente dirigido a los sentimientos de los millones de sus oyentes, éstos quedaban impedidos de percatarse de lo que no se dijo. Por ejemplo, no habló de un sistema de salud universal para la población. Habló del alto costo actual de la atención a la salud, pero aquellos que no tienen ningún seguro ni subseguro quedaron en el limbo (un lugar ya abolido por el Vaticano).

Frente a una crisis cuyo único precedente es la gran depresión del 29, Obama no dijo nada concreto: habló en abstracto –diversas voces ya lo registraron– sobre la urgente necesidad de tomar decisiones difíciles y de resistir a los intereses especiales: un discurso políticamente correcto vacío de contenido concreto.

¿Se trata de una estrategia o, acaso, de una clara conciencia de los límites de su voluntad?

Esta crisis no arranca como resultado “natural” de un ciclo de largo plazo de acumulación capitalista. Esta crisis la detonaron responsables específicos; no fue un fracaso colectivo, como dijo Obama; fue producto de la “idea” de quienes desregularon el sistema financiero y que sí tenían información sobre el avance de la mecha encendida de la bomba que esos mismos señores de las finanzas construyeron.

 
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