Usted está aquí: martes 27 de enero de 2009 Opinión La izquierda es otra cosa

Marco Rascón
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La izquierda es otra cosa

Nunca como ahora estuvieron tan separados los objetivos de la política con los de la sociedad. La lejanía de visiones entre gobernantes y gobernados ha creado expectativas e intereses que se contradicen ante el ejercicio del poder y la toma de decisiones al margen de la sociedad.

Los gobiernos no construyen consensos, sino clientelas que buscan reproducirse y mantenerse en el poder. El corporativismo de la sociedad, que caracterizó al viejo régimen, ahora se ha refuncionalizado en formas primitivas, pero efectivas, que lejos de acercar al poder lo han ido alejando de la visión de los ciudadanos. La izquierda en el gobierno ha ido caminando en ese error a lo largo de los últimos años, creando antivalores y cavando una distancia cada vez mayor de sus principios democráticos y de la sociedad que gobierna.

La lucha no consiste en alejarse de la política, sino en devolver a ésta y quienes la practican su responsabilidad cívica, social y de servicio.

El camino frente al corporativismo y el clientelismo no es el individualismo, sino la reconstrucción de un tejido social nuevo. La construcción de una comunidad organizada y participativa, que vea de manera integral los problemas a los que se enfrenta, es un objetivo para distanciarse de las visiones autoritarias y conservadoras.

Frente a esta diferencia de objetivos, la única manera de sobrevivir es siendo un ciudadano altamente marginado que se mueve entre la arbitrariedad y la impunidad, tratando de crear valores que continuamente son rechazados y vistos con sospecha por la autoridad, que prefiere verlos como adversarios y opositores antes que entenderlos o buscar cómo atenderlos. En lo legislativo, cada ley alejada del consenso, del diálogo y el debate con interlocutores organizados genera más conflictos en vez de resolverlos.

La falta de recursos para atender a los ciudadanos hace arbitraria la política, y la debilidad se traduce en formas autoritarias. El resultado es la reproducción de conflictos en una espiral que se expresa en ciudadanos contra la autoridad y viceversa, así como entre ciudadanos que carecen de instrumentos propios y participativos para resolver sus conflictos cotidianos.

En años recientes la visión de gobierno en el Distrito Federal fue utilizar recursos para mantener una movilización social bajo esquemas de control clientelar que desgastó toda forma de organización comunitaria y dejó a los gobiernos delegacionales alejados cada vez más de la ciudadanía.

Bajo el pretexto de la lucha contra la usurpación y el neoliberalismo, se abandonó a los que no asistían a la plaza, y los que han ido no lo hicieron con base en una forma de democracia participativa y organizada, sino de redes clientelares, que resolvió temporalmente el problema de la política, pero acumuló los problemas de la sociedad y las comunidades.

La tarea a corto plazo es reorganizar la vida comunitaria y los objetivos desde la política y el gobierno local. Si la izquierda no construye hoy un conjunto de valores que hagan coincidir la política con los intereses ciudadanos, vendrán otros a hacerlo en nombre del cambio, sustentados en el desgaste y la decadencia de un esquema que se ha cerrado, pero que está luchando por reproducirse, ya que es visto como el único camino para defender sus intereses particulares.

Estos valores que hoy requieren reconstruirse son: la integridad, es decir, la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace y se piensa; la credibilidad y la factibilidad; la justicia, basada en el diálogo; la transparencia de los actos; la legalidad, cumpliendo con la ley; la capacidad de reforma, asumiendo la necesidad de cambios. El compromiso cívico, contribuyendo al desarrollo local y general. Atención a la ecología, para mejorar el medio ambiente, y responsabilidad para tener capacidad de respuesta efectiva a las demandas sociales.

Esto sólo es posible construyendo nuevas formas de participación donde todos los actores de la sociedad, vecinos, empresas, grupos civiles, representantes de instituciones como la educación, la seguridad, el comercio, los servicios, confluyan organizadamente en un espacio común para tener una visión integral de los problemas.

Estas formas comunitarias por colonia en las delegaciones políticas requerirían necesariamente ir construyendo cabildos que representen el proceso comunitario, ahí donde la visión de los problemas es cotidiana y directa, como son la colonia, el barrio y lo que nos conecta con el espacio público.

El principio es la unión de los que piensan diferente y tienen intereses diversos en el tejido urbano, pero que tienen que establecer compromisos y atender problemas, extendiéndole a la autoridad los consensos, que deberán tener peso y fuerza, para la toma de sus decisiones.

Defender lo justo es una tarea de todos, y dar contenido a la política como servicio y a la ciudadanía como ejercicio democrático. La izquierda es otra cosa.

 
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