Usted está aquí: domingo 25 de enero de 2009 Espectáculos Entregan los primeros premios del Gran Jurado en Sundance

■ En cortos de EU, a Short Term 12, de Destin Cretton; en internacional a Lies, de Jonas Odell

Entregan los primeros premios del Gran Jurado en Sundance

■ La presencia mexicana en el certamen, a tono con el star system de Rudo y Cursi

■ Homosexualidad y migrantes, subtemas en el festival nacido hace 24 años como taller

Hermann Bellinghausen (Enviado)

Ampliar la imagen El director de cine Duncan Jones y el cantante David Bowie antes del estreno de Moon, el 23 de enero El director de cine Duncan Jones y el cantante David Bowie antes del estreno de Moon, el 23 de enero Foto: Ap

Park City, Utah, 24 de enero. Los primeros premios del Gran Jurado en esta edición de Sundance fueron otorgados. En la categoría de cortos estadunidenses, al hawaiano (de Maui) Destin Daniel Cretton, con Short Term 12, sobre la violencia contra los menores, y en la categoría internacional, a Lies (Jonas Odell, de Suecia), documental sobre el arte de mentir a la perfección. Hubo ocho menciones honoríficas en este género, donde compitieron 96 obras, seleccionadas entre 5 mil 632 propuestas.

Nacido en el verano de 1985 como un taller de cinematografía en un resort montaña arriba de Park City, llamado precisamente Sundance, este festival se ha nutrido de los talleres y cursos que desde entonces lleva a cabo en distintas regiones del mundo para apoyar la narración de historias sobre la realidad. Comenzó como un punto de encuentro de realizadores y guionistas indie de Estados Unidos con la industria, y ahora ocupa clamorosamente el invierno de este centro vacacional para exhibir, promover y distribuir “la cosecha”.

Como todo buen certamen cinematográfico, Sundance funciona como gancho para conectarse a los festivales independientes y alternativos del mundo, y para colocar en las distribuidoras los productos fílmicos. Vienen gentes del festival de Berlín y el Off Camera de Cracovia; de agencias, canales y empresas comercializadoras de Los Ángeles, Miami, Nueva York y el “resto del mundo”. Y las grandes productoras de la industria envían scouts para buscar “talentos”.

Sí al dinero, pero también al arte

Matizando el cinismo de las venerables Madres de la Invención de Frank Zappa cuando decían: “we’re on it for the money” (“estamos en esto por la lana”), en Sundance la oferta es parte del juego, no tanto por el negocio, como por hacer posibles nuevas historias, más películas. Siendo el cine un arte costoso, complejo, colectivo y potencialmente masivo, la libertad sale cara.

Eso no impide que existan millares de personas en todos los continentes empeñadas en filmar, inventar, representar, editar, registrar historias. Que desde laboratorios digitales y ultramodernos estudios hasta las barricadas del tercer mundo y las condiciones de guerra en Palestina, Chiapas, Irak, Liberia o Dakota, haya quienes rescatan historias y reivindican el derecho de contarlas. Con o sin maquillaje, con arcilla, sangre real o efectos especiales.

La institucionalización de este off Hollywood ya creó sus propios off-off Hollywood, a saber, los festivales satélites como Tromadance, que escoltan a Sundance, lo desafían, parodian y vampirizan. También son parte del juego.

Por lo demás, estas congregaciones de cineastas nunca son congresos. Entre ellos no se hablan. Aún lo que están fuera de la competencia son rivales. No pocos se comportan como genios o wanna-be, desgreñados bajo pesados abrigos, seguidos por su crew, ensimismados. De ese fervor egocéntrico ha estado hecho siempre el cine.

La presencia de México en este festival estadunidense resulta mayor de lo que indicarían sólo un largometraje en competencia (Corazón del tiempo, de Alberto Cortés) y una premier a tono con el star system del caso: Rudo y Cursi, de Carlos Cuarón, actuada por Diego Luna y Gael García Bernal y producida por los tres fantásticos (Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu).

Lo “mexicano” aparece en los intersticios del “sueño americano” de manera elocuente en el romance brooklyniano Don’t Let me Drown (Cruz Ángeles), donde los migrantes mexicanos viven en la cruda de los ataques a las Torres Gemelas, o en La Mission (Peter Bratt), sobre un macho chicano en el barrio latino de San Francisco, que debe afrontar la homosexualidad de su hijo. Aunque transcurre a pocas cuadras del Castro, el barrio gay por excelencia, la historia del mecánico low rider Che y sus cuentas con la vida demuestra que los tabús persisten.

Así, otro subtema de Sundance sería la homosexualidad en variantes todavía hoy duras de roer, como los largometrajes Humpday (Lynn Shelton), I Love You Phillip Morris (Ficarra y Recqua), Dare (Adam Salky) y los cortos Asshole (Chad Harbold) y James (Connor Clements).

Más oscuro es el rostro de México en Sin nombre (Cary Joji Fukunaga), drama de migrantes centroamericanos que tienen la desgracia de cruzar nuestro país para alcanzar el norte. Trenes mortíferos en Chiapas y la certidumbre de la mara salvatrucha convierten ya a Oaxaca en una frontera lejanísima, y el tránsito a la esperanza en una pesadilla que no nos atrevemos a nombrar. (No está de más recordar que hace un par de semanas la vergüenza alcanzó a la policía chiapaneca en San Cristóbal de las Casas, con el absurdo asesinato, acallado pronto por los medios, de tres migrantes del sur. La realidad siempre es peor que las películas).

Los migrantes en Estados Unidos son otra inevitable subtrama de Sundance, sean palestinos en Amereeka (Cherien Dabis), italianos en Once More with Feeling (Jeff Lipsky) o chinos en Children of Invention (Tze Chun). No extraña que desde este país resulte difícil ver al “resto del mundo”, pues parece estar aquí dentro. Son efectos colaterales del imperio.

Al cierre de esta edición se esperaba la noche de gala y la entrega de premios para las categorías de documental y obra dramática internacional y de Estados Unidos.

 
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