Usted está aquí: domingo 25 de enero de 2009 Cultura Un pensador sirve para clamar en el desierto: Jaime Labastida

Premios nacionales 2008

■ El poeta recibirá el galardón en la rama de Ciencias Sociales y Filosofía

Un pensador sirve para clamar en el desierto: Jaime Labastida

■ El diálogo con los clásicos debe ser constante, pues de ninguna manera arrojo el niño con el agua sucia, expresa a La Jornada

■ “Publicar textos es como lanzar una botella a un mar ignoto”

Arturo García Hernández

Ampliar la imagen Jaime Labastida, durante la entrevista. La fecha para la entrega oficial de los premios todavía no se anuncia Jaime Labastida, durante la entrevista. La fecha para la entrega oficial de los premios todavía no se anuncia Foto: José Carlo González

Jaime Labastida es poeta, pero ha ganado el Premio Nacional 2008 en la rama de Ciencias Sociales y Filosofía. Lo recibirá con “enorme satisfacción y orgullo”, aunque dice: “Yo hubiera esperado que se me otorgara por mi labor literaria, no por mi trabajo filosófico”.

Tiempo atrás fue postulado en el área de Lingüística y Literatura: “No me lo concedieron en aquella ocasión porque eran otras condiciones, de las que ahora no quiero hablar”.

–¿Se asume más como poeta que como filósofo?

–Empecé mi carrera como poeta, publicando poesía. Sin embargo me tracé una norma: no presionarme para escribir, no depender jamás de la venta ni de poemas sueltos ni de libros ni de cosas por el estilo, que es siempre aleatorio.

“Quise entonces vivir de otra cosa y me dediqué profesionalmente a la filosofía. Nunca he solicitado una beca de los sistemas nacionales de Creadores ni del de Investigadores, ni alguna otra, porque las becas tienen un plazo relativamente corto y las necesidades son constantes.”

Escribir sin hacer concesiones

Originario de Los Mochis, Sinaloa, Jaime Labastida (1939) formó parte del grupo de poetas La Espiga Amotinada; es miembro de la Asociación Filosófica de México, fue subdirector general de Educación e Investigación Artística del Instituto Nacional de Bellas Artes (1973-1990) y director de Siglo XXI Editores.

Es egresado y doctorado en filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México, y su bibliografía incluye varios títulos. Como poeta obtuvo en 1996 el Premio Xavier Villaurrutia con Animal de silencios, y el Nacional de Periodismo por artículo de fondo en 1994.

–¿Cuáles son las líneas conductoras de su pensamiento filosófico?

–Hubo un tiempo en que pensé, de manera un tanto ilusoria, que el proceso acumulativo, el de la evolución, había logrado formas de pensamiento definitivas; hoy me doy cuenta de que no es así, que los procesos son infinitos, que hay algo que se adquiere, se sedimenta y permanece, pero hay algo que se pierde. En alguna época pensé que en el Marx riguroso, científico, conceptual, estaban las respuestas fundamentales. Después de la caída del Muro de Berlín y la crisis del mundo socialista, advertí que no era suficiente. De ninguna manera arrojo el niño con el agua sucia, y recobro mucho del pensamiento de Marx, pero pienso que sin Heráclito, Sócrates, Platón, Aristóteles, Spinoza, Descartes, Kant, Hegel, Heidegger, Marx no sería nada. Hay que releer, el diálogo con los clásicos debe ser constante. Estoy dedicado a eso, los leo y releo y en cada ocasión les encuentro aspectos novedosos.

–¿En estos tiempos con quién dialoga, para quién piensa un filósofo?

–Igual que a otros autores, a un filósofo le sucede algo muy semejante a lo que le ocurre al mercado capitalista: no se sabe para quién se produce. Uno tiene que imaginarse un lector ideal, pero piensa, por ejemplo, en los jaraneros de Veracruz, que en una fiesta te ven y saben a quién se dirigen y si ven a alguien calvo o rubio o moreno, adaptan sus décimas. Su público es directo.

“Pero los poetas, los filósofos, incluso los periodistas, publican sus artículos o sus libros como lanzar una botella a un mar ignoto. ¿Quién los leerá? No sabemos. Uno se inventa un lector ideal y dice: ¿qué quiero? ¿quiero que me lean ahora? O dice: quiero escribir para un lector de escaso desarrollo cultural y voy a ser complaciente con él. O, aunque suene muy pedante, dices: quiero escribir para el futuro, para un lector ideal. En mi caso, no hago concesiones.”

–A lo largo de la historia, uno de los interlocutores del filósofo es el poder político. ¿Cuál es su relación con ese poder?

–He sido desde siempre, me parece, independiente, aunque algunos crean que no; totalmente independiente, nunca he pertenecido a un partido.

–¿Ni al PRI?

–No, jamás, menos al PRI, ni al PAN ni al PRD, a ninguno. Hubo una época en que pude haber ingresado al Partido Comunista, pero fue cuando los amigos con los que yo tenía contacto, que eran José Revueltas y Eduardo Lizalde, salieron del PC, y ya no entré. Con ellos formamos un círculo de estudios, la Liga Espartaco, único grupo al que he pertenecido. Soy bastante solitario y, por consecuencia, independiente.

“Alguna vez, cuando dirigía la revista Plural, alguien me preguntó por qué ésta no tenía en los círculos de poder, la influencia de las revistas Vuelta o Nexos. Respondí, y sostengo, que eran sus directores, Octavio Paz y Héctor Aguilar Camín, respectivamente, los que tenían un peso específico ahí, y alrededor de ellos, su grupo. Pero yo nunca había ido ni iré a Los Pinos; no me interesaba ese vínculo ni esa influencia.”

Galardón de la República

–Sin embargo, ahora tendrá que ir a Los Pinos a recibir su premio.

–Bueno, he ido a Los Pinos en otras ocasiones. Por ejemplo, cuando se entregó la medalla Alfonso Reyes a Arnaldo Orfila, quien me pidió que lo representara y hablara en su nombre, o cuando les han entregado el Premio Nacional a algunos amigos que me han invitado. Pero eso es otra cosa.

“Además, considero que es la República la que premia al autor; es el Estado, no el gobierno. Por consecuencia me parece legítimo y no me arrepiento de hacerlo.”

A propósito de Los Pinos, Labastida aprovecha para recordar que en 2000 la gente, entre la que había de izquierda, “dio su voto útil a Fox cuando vio que Cuauhtémoc Cárdenas perdería la elección. Lo que le importaba era sacar al PRI de Los Pinos, sin darse cuenta de a quien metía.

“Hoy la gente dice que era un loco, pero lo advertí en aquel momento, durante el primer mes de la administración Fox publiqué un artículo en el que decía algo como esto: la única razón por la que Fox no hacía ni decía más estupideces era porque no se levantaba más temprano, necesitaba ampliación de horario. Me dijeron, eso es muy duro, hay que darle el beneficio de la duda. Dije que para mí no había duda, que si ese comportamiento le había dado resultado, ¿por qué iba a cambiar? Entonces dejé de escribir en los periódicos.”

–¿Lo censuraron o amenazaron?

–No, jamás. Simplemente fue que un amigo muy cercano me dijo que no debería hacer eso, que respiraba por la herida porque mi hermano Francisco fue el que perdió la presidencia. No era eso, pero dejé de escribir y me dediqué a hacer ensayos de mayor envergadura.

–Existen posibilidades de que el escritor Jorge López Páez (ganador en Lingüística y Literatura) o usted sean designados para responder la recepción a nombre de los premiados. ¿Qué diría si fuera usted el designado?

–Nadie me lo ha propuesto; si me lo propusieran tendría que pensar lo que diría, y primero decir si acepto hablar en nombre de los demás. Segundo, tendría que que pensar con mucha tranquilidad qué decir. Bueno, ni siquiera me han dicho oficial o personalmente que obtuve el premio, me enteré por los periódicos.

–¿Esto no es sintomático de la indiferencia o falta de interés de los gobiernos panistas por la cultura?

–Creo que es algo un poquito más sencillo de explicar. Hubo un desfase durante la administración Fox, cuando en vez de entregar el premio en noviembre o diciembre, como se hacía, se entregó en enero o febrero. Como se dice, en México lo único definitivo es lo provisional. Y así se quedó.

–Por último, con lo que tiene de provocador o de absurdo, acepte esta pregunta: ¿para qué sirve un pensador en estos tiempos?

–Para lo mismo que ha servido todo el tiempo: para clamar en el desierto, para decir las cosas que nos incomodan. Sócrates decía que era como un tábano que muerde el anca de los animales y provoca, para decir cosas que la gente no espera oír. Muchas veces lo que uno dice no tiene eco suficiente, pero hay que decirlo.

 
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