Usted está aquí: domingo 18 de enero de 2009 Opinión Mi vida dentro

Carlos Bonfil
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Mi vida dentro

Rosa Estela Olvera Jiménez es apenas un nombre más entre los casi cinco millones de mujeres de origen mexicano que viven hoy en Estados Unidos, y de los cuales mil 679 son casos penales. Su historia resume de modo particularmente dramático la capacidad de daño de que es capaz de infligir un sistema judicial discriminatorio sobre una indocumentada. Llega casi adolescente, desde su natal Ecatepec, estado de México, hasta Austin, Texas, en busca de mejores oportunidades de vida. Ahí se emplea como cuidadora de niños (baby-sitter) entre familias anglosajonas y chicanas y conoce luego a un hombre mexicano con quien se casa y tiene una hija.

Su proceso de integración es casi completo, excepto porque la joven sigue siendo indocumentada. Con cuatro meses de un nuevo embarazo, la tragedia se produce súbitamente. Un niño a su cuidado, el pequeño Brian de 18 meses, padece un ahogamiento repentino. Los vecinos intentan reanimarlo sin éxito, un paramédico le da respiración artificial, pero finalmente se descubre que había tragado una cierta cantidad de papel y que en lugar de serle extraído oportunamente, los intentos por salvar al niño le introdujeron todavía más el material en la laringe, complicando la situación y ocasionándole la muerte.

Al inicio de Mi vida dentro, el documental de la mexicana Lucía Gajá, aparece la joven Rosa completamente anonadada por la inculpación directa y sin atenuantes que se le hace de la muerte del pequeño Brian. La fiscal Allison Wetzel se muestra inclemente. En su opinión, no hay discusión posible: la acusada actuó con premeditación y crueldad, y todos los niños de Estados Unidos están en peligro potencial en caso de que monstruos como Rosa queden exonerados. El abogado defensor, Leonard Martínez, desmonta con indignación y astucia los argumentos de la inculpación: la muerte del infante, según las evidencias disponibles, sólo pudo ser accidental, y a la joven mexicana se le ha señalado desde el inicio con una presunción de culpabilidad, y no de inocencia, por tratarse de una persona indocumentada y poco instruida, y también para evitar toda posible demanda contra quienes quisieron salvar, con métodos contraproducentes, la vida de Brian. De poco sirven los testimonios que dan cuenta de la honorabilidad de Rosa, las evidencias en favor de la tesis de un deceso accidental; lo que pesa sobremanera es la condición misma de la acusada, su origen racial (“bastante inteligente para ser mexicana”, ironiza el abogado defensor, burlándose del prejuicio racial de la fiscalía), su desconocimiento de las leyes extranjeras, su vulnerabilidad civil que la vuelve de entrada culpable hasta no poder probar ser inocente.

La saña con que se procede en el juicio y la evidente parcialidad de los miembros del jurado son apenas un botón de muestra del trato discriminatorio con que se topan los inmigrantes latinos en los tribunales de Estados Unidos. Argumenta el defensor de Rosa: aun cuando se probara una culpabilidad, cualquier anglosajón de clase media se habría beneficiado de atenuantes y de una condena reducida, y no habría soportado la delirante sentencia a 99 años de reclusión, más diez mil dólares de multa, que en 2005 se dictó contra la mexicana Rosa Olvera Jiménez.

Mi vida dentro se filma parcialmente en el interior del penal texano y presenta un resumen de las sesiones que conducen al veredicto infame. Lucía Gajá maneja con destreza los tiempos narrativos, el contraste de puntos de vista y la actitud de la acusada, que en dos años transita de una indefensión completa a una firmeza de carácter que sólo la dulzura de su trato atenúa. Desposeída de su hija mayor y del bebé que nace en la cárcel, severamente incomunicada como un delincuente peligroso, humillada y reducida a contemplar el paso del tiempo como una perspectiva absurda, Rosa Jiménez sólo puede expresar, a los 26, años su desesperanza radical y la constatación de la vida destrozada. Sobre la pantalla se inscriben esporádicamente sus estados de ánimo, su indefensión, su sensación de derrota y toda la melancolía que resume en un lamento: “Me hubiera gustado conocer el mar”. La próxima revisión de su caso está programada para el año 2035.

Mi vida dentro se exhibe en salas de Cinemark, Cinemex, Cinepolis y Lumiere.

 
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