Usted está aquí: viernes 16 de enero de 2009 Opinión Familias ¿confesoras?

Gabriela Rodríguez
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Familias ¿confesoras?

El Encuentro Mundial de Familias organizado por el Vaticano se anuncia estos días con el lema “La familia formadora en valores cristianos” y se centra en tres temas: las relaciones y los valores familiares, familia y sexualidad, y la vocación educadora de la familia. Se propone imponer la educación católica en las escuelas públicas y en los medios de comunicación, a fin de convertir a padres de familia y maestros en los confesores del siglo XXI, es decir, volver a la práctica de la confesión y al examen de conciencia, pero ahora en el ámbito familiar y escolar.

Nadie como Michel Foucault (Los anormales, FCE, 2001) estudió la importancia de la confesión como reguladora social ni las formas intrincadas para centrarse en las experimentaciones del cuerpo. “Antes del Concilio de Trento, entre los siglos XII y XVI, la confesión se centraba en las faltas contra cierta cantidad de reglas relacionadas con la fornicación: el acto entre personas que no están ligadas ni por votos ni por el matrimonio; el adulterio: el acto entre personas casadas, o entre una persona soltera y otra casada; el estupro: el acto que se comete con una virgen que lo consiente; el rapto: el secuestro por la violencia con ofensa carnal. Las caricias que no inducen a un acto sexual legítimo; la sodomía o consumación sexual en un vaso no natural; el incesto hasta el cuarto grado; y, por último, el bestialismo.”

Posteriormente el pecado de lujuria colocó en el centro al cuerpo mismo del penitente, lo que él mismo experimenta; más que la forma de unión, se sigue una especie de cartografía pecaminosa del cuerpo. La lujuria ya no empieza en la fornicación, sino por el contacto consigo mismo: la masturbación. Primero el tacto: ¿no habrás hecho tocamientos deshonestos? ¿Cuáles? ¿Sobre qué? Y si “dice que fue sobre sí mismo” se le preguntará ¿por qué motivo? Ah, ¿era solamente por curiosidad o por sensualidad o por excitación de los movimientos deshonestos? ¿Cuántas veces? ¿Llegaron esos movimientos usque as seminis effusionem? En segundo lugar la vista: ¿habéis mirado objetos deshonestos? ¿Qué objetos? ¿Con qué intención? ¿Esas miradas, estaban acompañadas por placeres sensuales? ¿Esos placeres, os llevaron hasta los deseos? ¿Cuáles? En tercer lugar la lengua. ¿Se pronunciaron esas palabras sucias, esos “discursos deshonestos” sin pensar en ellos? ¿Y sin ningún sentimiento deshonesto? ¿Estaban, al contrario, acompañados por malos pensamientos? ¿Esos pensamientos, estaban acompañados por malos deseos? Cuarto momento, los oídos, referidas al placer de escuchar palabras o discursos indecentes. Además, habría que interrogar todo el exterior del cuerpo. ¿Se hicieron gestos lascivos? ¿Esos gestos lascivos, se hicieron en soledad o con otros? ¿Con quién? ¿Se vistió uno de una manera poco decente? ¿Se hicieron juegos deshonestos? Durante el baile, ¿se produjeron movimientos sensuales al tomar la mano de una persona? ¿O al ver posturas o andares afeminados? ¿Se experimentó placer al escuchar la voz, el canto, las melodías?”

La actual moral sexual vaticana se condensa en ese cuestionario, que podría convertirse en la guía para dirigir el papel de padres de familia y maestros en el caso de que el Encuentro Mundial de Familias se tome en cuenta para elaborar nuevas políticas públicas por los funcionarios del actual gabinete federal, que tienen una enorme deuda por el llamado al voto azul desde los púlpitos en la pasada contienda electoral.

Pero el Estado tendría que garantizar políticas públicas acordes con las necesidades y la realidad que muestra la investigación, y que se presentarán en la ciudad de México en el seminario Familias en el siglo XXI: realidades diversas y políticas públicas, los días 19 y 20 de enero. Participantes de instituciones académicas, de la sociedad civil, de organismos públicos e internacionales se reunirán en El Colegio de México a fin de reflexionar en un contexto plural, tolerante y respetuoso en torno a la situación y transformaciones que están viviendo las familias en México.

Es un hecho que la Iglesia católica ha perdido influencia en la formación de la conciencia ciudadana por la secularización de la sociedad mexicana y la laicidad del Estado, así que lo que se ensaya hoy es una nueva estrategia: convertir a la familia en su principal agente educador. Pareciera que el objetivo central del encuentro vaticano es convertir a las familias en agentes difusores de su ideología a fin de recuperar control sobre las conciencias y, de paso, contribuir al desplazamiento de las responsabilidades del Estado en las familias. Negar los derechos sexuales que promueven la autodeterminación de mujeres y jóvenes, para reforzar el rol materno y el sometimiento, entre quienes caerán un conjunto de tareas que ni las instituciones ni los empleadores están dispuestos a invertir.

 
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