Usted está aquí: martes 13 de enero de 2009 Opinión Aceves Navarro en Bellas Artes

Teresa del Conde

Aceves Navarro en Bellas Artes

Todos sabemos que la trayectoria de este maestro en el medio artístico mexicano es determinante, pero su actual exposición en Bellas Artes peca de redundancia. Para cualquiera la acumulación es nociva y eso provoca la sensación de una innecesaria imposición de obras que corresponden a sus series principales, con la salvedad de que no pocas son experimentales o preparatorias.

La museografía no ayuda, comenzando por la Sala Nacional, donde las mamparas intermedias obstruyen el tiro visual necesario para calibrar el Autorretrato fragmentado de 2001, enorme políptico en el que la desfiguración fragmentada y feísta es lo que interesa, porque quizá emula las gesticulaciones propositivas de los payasos. Son muecas que son –y no son– burlas, basta cotejarlas con el autorretrato un poco a la Rembrandt, de discretas dimensiones, para comprobarlo.

Una cronología estricta hubiera dado cuenta de puntos clave en ese recinto, permitiendo a los espectadores una captación más coherente. Se transita del Canto triste por Biafra (1959), el políptico del Museo de Arte Moderno, a la serie de dibujos caligráficos colocados de piso a techo (no se perciben bien) para de allí pasar al unicornio y más adelante a un número improcedente de la serie Felipe II. Se supone inspirada en el retrato del rey católico por Antonio Moro, pero si se desconoce el origen, el monarca queda des-identificado, a menos que se tenga la memoria suficiente para asociar su tocado al yelmo de Mambrino del Quijote.

En actitud quizá quijotesca, el pintor se desplazó alegre y rápido por los lienzos, como si jugara con sus propias asociaciones y recuerdos en los que introduce ideaciones eróticas (no ajenas a las de José Luis Cuevas), por ejemplo en el cuadro en el que Felipe II visita un burdel. Hay buenos momentos, v.gr. la pintura titulada El aceptante, de 2000.

Cuando tomó en serio la decisión de rendir homenaje y así ocurre con los pequeños cuadros dedicados a Van Gogh en 1990, se aprecia ese regodeo sensual y sabio con la materia y tenemos consabido que ha sido capaz de manejarla no sólo con destreza, sino con una actitud reflexiva ausente en piezas producto de impulsos catárticos o compulsivos. Benéficos todos, sin duda, pero no necesariamente exhibibles.

Al acceder al tercer piso, la  retina del espectador acusa cansancio y resulta conveniente hacer una pausa, pues es en ese nivel donde hay quizá mejores claves. En la sala Orozco se encuentran ejemplares de la serie La decapitación del bautista, que inicialmente constó de unas 80 apresuradas obras, de las que unas 60 se exhibieron en 1977 en el Museo de Arte Moderno, dirigido entonces por Fernando Gamboa.

Las Variaciones Durero, alusivas al grabado de 1510, no son glosas; son posturas de figuras  en las que verdugo y cabeza ostentada como trofeo, incluida la presencia de su receptora, entran en acción.

En la sala Tamayo se exhiben ejemplares de Bañistas y alumbradas. Allí el pretexto fue dado por Las músicas dormidas, de Rufino Tamayo. Priva en ellas un humor desenfadado pródigo en eyaculaciones lumínicas. Algunas son pinturas de primera y están entre las mejores que depara el conjunto. Fue acertadísimo reproducir una de éstas en la invitación y en el cartel.

Creo que el maestro guarda afinidad o coincidencias con Philip Guston, uno de los más cultos y productivos representantes de la Escuela de Nueva York. A veces, cosa que se agradece, ciertas piezas provocan sonrisas, así una figura tipo De Kooning está en el acto de parir a Benito Juárez (objeto de retratos caricaturescos en los que su fisonomía se manipuló a conciencia) convertido ya en efigie.

Muchas de las numerosas exposiciones de Aceves Navarro en esta ciudad depararon enseñanzas inolvidables, tal la de las obras sobre papel exhibida en el Museo de la Estampa. Entre ellas destacaba una serie de vacas que son lecciones de dibujo, en todo tiempo, pero aciertos similares a éste que menciono (no incluido) corren riesgo de pasar desapercibidos por compañías inoperantes. Ahora sí que “menos es más”.

Fuera del recinto e irrumpiendo en éste, decenas de aquellas  “bicicletas” de aluminio recortadas como siluetas, pintadas en blanco, negro, naranja y rojo reciben a los visitantes y hay quienes se montan en ellas para tomarse fotografías. Presencia juguetona que cerca la escultura de grandes dimensiones realizada el año pasado.

 
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