Usted está aquí: lunes 12 de enero de 2009 Deportes Mérida, antes y después de los toros

TOROS

Mérida, antes y después de los toros

Lumbrera Chico

¿Qué pasa en Yucatán, antes y después de los toros? ¿Dónde se fermenta la afición, dónde se recrean las leyendas? Por extraño que a algunos parezca, no entre paredes de mosaicos andaluces tirando a flamencas, pobladas de testas con astas, carteles de nostalgia, banderillas de sangre seca. Las cantinas de la península son frescas, pequeñas, coloridas, con un incesante trajín de botanas, y las orejas se comen en trocitos de chicharrón crujiente.

Desde las doce del día empiezan a salir de la cocina charolas y charolas de recados para picar y platicar con la cerveza: tacos de relleno negro, de relleno blanco, panuchos de huevo con chaya, salbutes, tamales colados, papadzules, vaporcitos. ¿Y cochinita no? Por supuesto.

Por las cantinas de Mérida, hasta que cierran, pasan las guitarras y los versos. El repertorio de boleros no se agota; los intérpretes, trago en mano, menos. Ya no existe, sin embargo, el bar La Trova, el que estaba cerca del teatro Peón, con su famoso mural detrás de la barra, que agrupaba a todos los que han sido y siguen siendo en la canción yucateca.

De Guty Cárdenas a María Medina: allí estaban retratados, para pedirlos al gusto, de uno en uno, como a la carta. Miraba uno la imagen de Ricardo Palmerín y le decía al trovero: “¿te acuerdas de Así eres tú?” Y surgían al instante las notas de un bambuco chorreando melcocha a borbotones.

Frente a la placita de Santa Lucía estaba otro escondrijo al que iba mucho Pepín Menéndez, el incansable autor de los sonetos sartoriales (“la palabra sartorial viene de sastre, porque son versos cortados a la medida”, me dijo una vez), que solía colgar sus poemas, copiados en mantas, sobre las rejas de su casa del Paseo Montejo, para que los leyeran, además de todo Mérida, el obispo, el gobernador y el alcalde.

Hoy por hoy, la mejor trova yucateca está en La Hacienda, un restaurante en manos de un artista: Roberto Arcila, universalmente conocido como Si’k, voz que en maya suena shik y quiere decir sobaco. “El apodo nació porque en la escuela un niño que no podía pronunciar mi apellido, que es Arcila, me llamaba Axila”.

Hay que ir y pedirle Azul rofundo, de Guty Cárdenas, que antenoche bordó como nadie en la fogata de Chanoc, y hasta la luna salió del Caribe a gozarlo, mientras rasgueaba fraseando: “Tus ojos y los mares en el fondo/ guardan luz, transparencia y espejismos/ brillan llenos de perlas los abismos/ las quiere uno coger… y está muy hondo”. ¡Adiós Yucatám (con eme de Tulum)! ¡Gracias por todo!

 
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