Usted está aquí: sábado 10 de enero de 2009 Política El sitio de Gaza

Ilán Semo

El sitio de Gaza

La historia más reciente del conflicto de Gaza se remonta al año de 2004, cuando la organización religiosa y militar Hamas, cuyas siglas significan Movimiento de Resistencia Islámica, ganó las elecciones en ambos territorios palestinos. Desde los primeros días de su gobierno, Hamas emprendió una política destinada a erradicar el naciente pluralismo palestino. Removió a todos los funcionarios públicos que no formaban parte de su organización, mantuvo e hizo crecer su propia fuerza armada (en detrimento de la fuerza pública palestina) y se hizo de una considerable economía expropiando pequeñas y no tan pequeñas empresas y negocios, y cobrando impuestos por mano propia que no llegaban al erario.

La respuesta de Fatah, su gran contrincante, el partido nacionalista fundado por Yasser Arafat y quienes lucharon por la fundación de un Estado palestino desde los años 50, fue resistir. Primero, la resistencia contra el gobierno de Hamas fue pacífica, basada en protestas y movilizaciones civiles; después, la violencia y la persecución los obligó a recurrir a las armas. Hacia finales de 2006, Palestina se encontraba sumida en una guerra civil.

Los frentes de esa guerra fueron, en gran parte, los que hoy siguen definiendo la división palestina. De un lado, el islamismo radical (son muchas sus organizaciones), apoyado en su mayor parte por Irán, cuyo proyecto es el panislamismo, y a quien interesa poco (o no interesa en absoluto) la constitución de un Estado palestino. Del otro, el nacionalismo de Fatah y otros sectores civiles, cuyo conflicto con Hamas desembocó en su expulsión del área de Cisjordania, y su confinamiento actual en la franja de Gaza.

La diferencia entre Fatah y el radicalismo islámico no sólo es política e ideológica, sino que llega a las mismas raíces de dos proyectos que, por lo visto, han resultado definitivamente irreconciliables. El civilismo palestino ha negociado varias veces la paz con Israel, negociaciones que, es obvio, no han sido precisamente fructíferas. Responde acaso a una fuerza que guarda la esperanza de establecer algún tipo de convivencia con Israel mediante la formación de un Estado autónomo y propio. Hamas, por el contrario, ha basado toda su estrategia y su legitimidad en atraer apoyos interesados no tanto en la constitución del orden palestino, sino en mantener en pie el conflicto con Israel. Es la única manera de interpretar sus llamados constantes a la “destrucción del Estado israelí”.

La actual intervención militar de las fuerzas israelíes en Gaza se despliega en el contexto del dilema que plantea la confrontación entre los dos grandes frentes político-militares que definen hoy el archipiélago palestino. Nada justifica los procedimientos con que se ha realizado esta intervención. Atacar civiles para perseguir incluso a quienes han bombardeado escuelas, hospitales y residencias de Israel desbanca la legitimidad de la acción misma de someter al fundamentalismo de Hamas. De alguna manera, es hora de que la política israelí parta de una reflexión sobre cómo apoyar la construcción de la civilidad palestina, y no cómo batirla permanentemente en aras de garantizar una seguridad que siempre queda en entredicho por los medios con que se pretende conseguir.

Cabe hacer notar, sin embargo, la pasividad (¿o la trágica complacencia?) de la mayor parte de las fuerzas de la región ante la ocupación de Gaza, y que de una u otra manera están implicadas en el conflicto. En rigor, la tarea de combatir a Hamas correspondía a Fatah, que hoy exige una tregua pero no ha movido un dedo (política o militarmente hablando) en contra de la intervención. Cierto, Hamas no permite la entrada a Gaza de los militantes de Fatah y menos la proliferación de expresiones políticas que se le opongan en dicha región. El gobierno de Hosni Mubarak, en Egipto, tampoco parece sentirse muy cómodo con un vecino gobernado por el fundamentalismo islámico, que estuvo a punto de derribar su propio gobierno. Y en Líbano, el difícil equilibrio entre católicos, nacionalistas y Hezbollah ha consumido sus fuerzas hacia el interior de la política local.

Gaza está hoy sola. Y es esa soledad la que define el lado más angustiante de esta guerra.

En esa pequeña y populosa franja chocan hoy dos extremismos: la política del todo o nada de Hamas y la que ve la cuestión palestina, desde Israel, como un “problema militar”. La pregunta es si las poblaciones tanto de Gaza como de Israel no empiezan ya a estar hartas de este secuestro de la política misma.

 
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