Usted está aquí: martes 6 de enero de 2009 Opinión Salón Palacio

Salón Palacio

Carlos Martínez Rentería
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■ Que vivan “los santos bebedores”, en Elogio de la vagancia

Durante los últimos días de ese violento 2008, tanto legisladores como autoridades capitalinas concentraron sus esfuerzos en restringir y sancionar a los “santos bebedores”. Primero, con un criterio francamente moralista e hipócrita se lanzó la iniciativa para que la vida nocturna en la ciudad más grande del mundo termine a las dos de la madrugada, hora en que deberán cerrar todos los antros (cuando en muchos de ellos es justo cuando se inicia la fiesta), como una invitación velada a la corrupción y la clandestinidad. Posteriormente, durante las fiestas navideñas se agudizó el operativo del alcoholímetro hasta llegar a extremos del escarnio social.

Ante este panorama de agresión antidemocrática e insensible de nuestros gobernantes, para los seguidores de Baco ha sido consuelo leer el nuevo libro de Guillermo Fadanelli: Elogio de la vagancia (Lumen), en el cual el autor propone una sugerente conversación en torno de sus obsesiones filosóficas y literarias, desde una postura cínica y desencantada, pero siempre inteligente y políticamente incorrecta.

En el capítulo “Los santos bebedores (una invitación a la demencia)”, Fadanelli menciona al escritor Polaco Jerzy Pilch, quien a su vez, en su novela La casa del ángel fuerte, “hace decir a un alcohólico que mientras coexista un ordenador capaz de beber más que un hombre, la humanidad no debe considerarse amenazada en sus principios…” Reta: “antes que el vodka penetre los huesos del bebedor y una caja de botellas sea consumida, aun antes de comenzar otra vez a sorber el líquido embriagante, el disco duro de la máquina perderá la conciencia”. La conclusión de Fadanelli es que “si el humanismo tiene posibilidades de sobrevivir es porque uno puede embriagarse en el sentido más concreto, pero también más simbólico de la palabra; en oposición al ciego e implacable avance de la tecnología, los hombres ofrecen el único valor que no puede ser destruido: su propia muerte”.

Por mi parte, nunca me atrapará un maldito alcoholímetro, pues no sé manejar. Tampoco pretendo hacer una exhortación al consumo de sustancias espirituosas y eludir los fatales riesgos en el abuso de las mismas (pasé la noche de Navidad hospitalizado a consecuencia de mis excesos), pero ningún gobierno deberá decidir qué y cómo bebemos, fumamos o lo que sea, si acaso nuestras mujeres. Por lo pronto celebremos este Año Nuevo chupando tranquilos.

Pierde Almas

“Otra vez esta maldita felicidad”, se lee en la etiqueta forjada con papel hecho a mano y pegada a cada botella del alucinante mezcal Pierde Almas, que recientemente lanzó al mercado el pintor Jonathan Barbieri, nacido en la ciudad de San Francisco, California, pero radicado en Oaxaca desde hace ya más de una década. Se trata de una bebida producida de manera artesanal y con una receta de más de 200 años, en tinas de ocote y en alambiques de cobre. Sin duda, uno de los mejores mezcales que se producen actualmente en México; tiene 50 grados de alcohol y se desliza por la garganta con una delicada suavidad que ni se siente. Vale la pena buscarlo.

Nuevos libros de Octavio Paz y Carlos Fuentes

Muy afortunadas fueron las dos ediciones con las que cerraron su producción editorial la Dirección de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA) y el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Me refiero a Las palabras y los días: una antología introductoria a la obra de Octavio Paz, una selección de lo mejor de la obra de nuestro premio Nobel, con la finalidad de que los jóvenes se acerquen a su obra. El volumen es el primer título de la dirección de publicaciones del CNCA bajo la batuta de Fernando Fernández. Y, por otro lado, apareció una hermosa edición de lujo del relato Chac Mool, del multihomenajeado escritor Carlos Fuentes, con fotografías de esa imponente escultura prehispánica captadas por Patricia Lagarde. La edición corrió a cargo del INAH.

 
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