Usted está aquí: martes 30 de diciembre de 2008 Política Imaginación y arrojo

José Blanco

Imaginación y arrojo

Uno de los hechos más impactantes es la total falta de conciencia de los dirigentes principales del mundo actual –en la esfera pública y en la privada–, respecto de la sistemática horadación del sistema económico mundial al que exprimían miles de millones de ganancias. La forma como hicieron esas fabulosas ganancias fue el mandoble que tiene en proceso de derrumbe a la actividad económica mundial.

Y lo hicieron mientras sus ideólogos parados en el pedestal más alto pontificaban la verdad revelada acerca del verdadero alcance del neoliberalismo. Uno que fue el más salvaje de los libertinajes en las más inicuas de las bacanales económicas de los poderosos, al que llamaron desregulación.

Ahora los príncipes del caos financiero han quedado enteramente desnudos, víctimas de su “astucia” financiera. Cuando el príncipe ha quedado desnudo tras haber hecho añicos el reino, la solución no consiste en cubrirle sus vergüenzas, sino en hacer que la conciencia social, que va creciendo, deje la silla vacía de tal calaña de aristócratas del dinero.

El abuso sin medida del poder del dinero, el origen evidentemente espurio de ese poder sólo tiene una penalidad proporcionada: la pérdida del poder que nos está llevando a la ruina y, desde luego, la reconfiguración del poder (la reforma de la operación de la economía, en la esfera financiera y en la esfera real).

Todo mundo parece reconocer que las cosas por lo pronto van de mal en peor. Hay cierto consenso internacional en que el desbarajuste económico durará alrededor de dos años a partir de los cuales iniciaría la recuperación, pero también hay atentas miradas que pronuncian palabras más que catastróficas, apocalípticas, que remiten a los recientes diez años de recesión de la economía japonesa. Así puede ser también la crisis económica mundial, derivado del probable surgimiento continuado de desacuerdos entre las antiguas y las emergentes potencias, que todo lo empeoraría, dicen.

Por lo pronto, el príncipe quiere regresar la economía a la forma como venía operando. En cualquier caso eso es imposible.

El último Nobel de Economía, Paul Krugman, escribió recientemente: “La prosperidad de hace unos años, tal como estaban las cosas –los beneficios eran estupendos, los salarios no tanto–, dependía de una burbuja inmobiliaria de enormes dimensiones que a su vez sustituía a una burbuja bursátil anterior. Y puesto que la burbuja inmobiliaria no va a volver, el gasto que sostenía la economía en los años anteriores a la crisis tampoco volverá”.

Krugman en su ensayo La economía de la depresión escribió este párrafo contundente: “Por muy mal que esté (la economía mundial) no creo que vaya a haber una nueva Gran Depresión. De hecho, no es probable que veamos que la cifra de desempleo (en Estados Unidos) iguale el máximo de 10.7 por ciento de los años posteriores a la Depresión, alcanzado en 1982 (aunque ojalá lo supiera a ciencia cierta). No obstante, ya estamos dentro del radio de lo que yo llamo economía de la depresión. Con esto me refiero a un estado de cosas como el de la década de 1930, en el que los instrumentos habituales de la política económica –en especial la capacidad de la Reserva Federal para bombear la economía mediante recortes de los tipos de interés– han perdido su fuerza de arrastre. Cuando prevalece la economía de la depresión, las reglas normales de la política económica ya no son válidas: la virtud se convierte en vicio; la cautela es un riesgo y la prudencia, un disparate”.

Sé que la fuerza de las ideas puede ser tanta como para petrificarse en su postura, aunque todas las evidencias reales hayan superado con mucho lo que esas ideas sostenían y sostienen.

El conservadurismo neoliberal probablemente leyó (si los neoliberales leen a Krugman), especialmente esa última frase (“la virtud se convierte en vicio; la cautela es un riesgo, y la prudencia, un disparate”), como una sentencia de los infiernos. No obstante, la ortodoxia tiene que ceder su lugar al pensamiento neokeynesiano (lo está comenzando a hacer en los hechos), y éste ha de dejar a un lado la creencia en New Deal versión 2.0; la imaginación tiene una oportunidad de oro y tiene que aceptar que lo peor está por venir.

En los próximos meses (¿años?), la demanda y el ingreso caerán en picada. La inversión actuará en consonancia. Los capitales de todo el mundo, que a pesar de los pesares han buscado refugio en el dólar, han hecho que éste se revalúe ¡en un contexto recesivo!, lo que frenará aún más las decaídas exportaciones manufactureras estadunidenses, provenientes de una industria que ha perdido competitividad internacional hace tiempo.

Lo mismo ocurrirá con las importaciones. Este hecho se traducirá en una fuerte astringencia de dólares en el mundo que tenderá a frenar aún más la actividad económica internacional, a menos que la fuerza de las cosas por sí misma tienda a desplazar al billete verde como el principal medio de pago entre agentes económicos de diferentes naciones.

Más allá del tsunami financiero, el mundo “padece” una capacidad instalada superior a la demanda efectiva (una típica crisis de sobreproducción). Veremos entonces un proceso, ya iniciado a gran velocidad: la destrucción de capital instalado por el cierre de cientos de miles de empresas. La incógnita será entonces, cuándo habrá suficiente capital destruido, que haya provocado la aparición de nuevos campos de inversión.

 
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