Usted está aquí: domingo 28 de diciembre de 2008 Opinión ¿La Fiesta en Paz?

¿La Fiesta en Paz?

Leonardo Páez

■ Los toros, reflejo y termómetro

Ampliar la imagen México está instalado desde hace décadas en un proceso de sudamericanización en materia taurina, por un duopolio sin capacidad de competir ni de coordinar esfuerzos México está instalado desde hace décadas en un proceso de sudamericanización en materia taurina, por un duopolio sin capacidad de competir ni de coordinar esfuerzos Foto: archivo

Detrás de toda violencia hay un problema de incomunicación, pero peor aún que no saber comunicarse es persistir en ello, con espadas desenvainadas y verborrea infructuosa. País sobresaturado de ruido, en el fondo sus habitantes estamos casi mudos e impotentes ante la debacle, no por previsible menos inminente.

Entre autoridades y narcos, políticos y partidos, locutores y publicistas, bancos y deudores; entre vulgaridad y embustes sin fin, urge volver los ojos hacia escenarios menos degradados, donde todavía se pueda atisbar algo de verdad en medio de tanta mentira, algo de señorío a pesar de la ordinariez prevaleciente; tantito de valor, luego de tanta, pero tanta, cobardía.

Y la fiesta de los toros, mal que les pese a ecologistas, ambientalistas y animalistas, y a pesar de los propios taurinos, esos especialistas en entorpecer todo y debilitar el espectáculo, sigue siendo uno de esos reductos donde con frecuencia afloran contenidos de verdad, mediante la bravura o la mansedumbre, del conocimiento o la ignorancia, de la cornada o la apoteosis, del arte o el posturismo.

Hay que repetirlo: la fiesta de los toros es reflejo y termómetro del país donde está inmersa. Como está aquélla, así está la sociedad que la conserva. Exitista pero sólida, subsidiada y autocomplaciente, la fiesta brava de España sigue acusando unos niveles modélicos de profesionalización junto a un proteccionismo que no sólo cuida fuentes de trabajo, sino que le permite exportar toreros, lo que sólo por excepción ocurre en Portugal y Francia, aletargado el primero y con una economía sólida la segunda, al grado de ser la nación que mejores sueldos paga a los toreros, la mayoría españoles.

En materia taurina, Sudamérica sólo por excepción se acuerda de la dignidad y de estimular, en serio, su potencial torero y ganadero respectivo. Colombia, Venezuela, Ecuador y Perú, asumidos desde siempre como enclaves coloniales de España –empresarios, matadores y subalternos–, con su fiesta reflejan, antes que identidad, la postración económica y cultural de unas elites criollas renuentes a justipreciar y defender lo propio.

México, mientras, antes líder taurino del continente y el otro país más importante, junto con España, en lo que a fiesta de toros se refiere, en las últimas décadas ha sufrido en este sentido un proceso de sudamericanización, en tanto sucesivos gobiernos aumentan su sometimiento a las políticas de Washington, así como dependencia económica de Estados Unidos.

La añeja incomprensión del Estado mexicano del valor político, económico y cultural de la fiesta de los toros propició una feudalización del espectáculo, reducido hoy a un duopolio –Espectáculos Taurinos de México, SA y la empresa de la Plaza México– que ni compite entre sí ni muestra la menor voluntad para coordinar esfuerzos, circuitos compartidos y consolidación en corto plazo de por lo menos una docena de toreros taquilleros.

Unos cuantos propietarios de plazas ofrecen festejos aislados durante el año, y empresarios menores mal organizan ferias y seriales modestos.

Comprobados a nivel mundial la ineficacia y efectos contraproducentes de la autorregulación desbocada que confunde voracidad con imaginación y libertad con complicidad de funcionarios, ¿será capaz el país, junto con su fiesta de toros de corregir rumbos, revisar estrategias y enmendar errores sistemáticos? Desde luego, 6 u 8 corridas con figuras importadas no hacen verano.

 
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